LA OPINIÓN DE JAIME ACOSTA
Estamos viviendo un periodo de estrés sistémico porque todo está fallando: el capitalismo neoliberal, el calentamiento global, la inequidad mundial, las instituciones internacionales, los sistemas políticos clientelistas y abusivos, la ética y los valores destruidos por una pandemia de corrupción, medios que manipulan y deciden, y religiones que transitan entre templos y edificios donde gobiernan pueblos infelices en medio de violencias interminables.
En este contexto llega Trump con muchos anuncios y grandes incertidumbres pues se supone que trae una agenda que pondrá patas arriba el des-orden global, donde si bien los Estados Unidos continúa siendo la primera potencia mundial, también hay una potencia tecnológica y económica europea liderada por Alemania, una potencia militar como la Rusia de Putin, otra potencia militar, tecnológica y económica como China, y potencias tecnológicas como Japón, por lo cual el mapa global no tiene un imperio, tiene varios.
Gobierno de empresarios y de ultraderecha
Los conceptos de democracia, gobierno, partidos políticos, economía de mercado y sociedad líquida, empezaron a volar en pedazos en el 2016, y continuará en el 2017. El Brexit, el NO en Colombia y en Italia, el inmoral impeachment a Dilma, el desmadre político de una España que se gobierna mejor sin gobierno, la anarquía venezolana, el genocidio sin salida de Siria, y la elección de Trump ante el error de la maquinaria demócrata de no elegir a Sanders y por tanto culpable de todo desastre que ocurra por decisión del comerciante presidente.
Nadie cree en nada ni en nadie. Las sociedades hacen lo que les da la gana y deciden como les da la gana, hastiadas de los políticos y de las democracias representativas, y de todo lo que se identifique como clase dirigente.
Trump es producto de este malestar. Extravagante empresario de hoteles y casinos, ultraconservador, con un gabinete de extrema derecha y de multimillonarios. Será un gobierno de empresarios de un neoliberalismo que agoniza, pero no de empresarios innovadores como Bill Gates, que sugiere para el mundo un socialismo inédito.
Todo es apasionante a la vez que preocupante porque el mundo se reinventará en medio de inimaginables tensiones y eventos desconcertantes que también veremos en estos años, incluida una posible tercera guerra mundial. Mientras tanto ¿qué le pasará a Colombia con Trump?
Fin de la guerra
La ultraderecha que ni sueñe con que Trump armará nuevamente la guerra feudal de Colombia, que ungirá a Uribe y sus serviles como el gran aliado cuando Cortes Internacionales lo rondan, y porque el sector privado ya suscribió la paz, y el mundo también.
Para el hegemón, Colombia es “necesaria” para “estabilizar” una región salida de madre: Maduro y el régimen chavista, el caos centroamericano, el muro con México, revisar el TLC de Norteamérica y atender la encrucijada de Brasil. Demasiadas tareas para pensar que la FARC y el ELN son el problema de América, y que un caudillo acosado y decadente sería el abanderado.
Revolución tecnológica y el TLC
La nueva revolución tecnológica se pensó para producir con más eficiencia y calidad y así enfrentar los menores costos de producción de las economías emergentes, sobre todo de China. Por eso, relocalizar enormes plantas industriales de sectores de alta tecnología asentadas en México y en otras economías emergentes dinámicas, es parte de las nuevas políticas industriales y de innovación de Alemania y los Estados Unidos, y también de Japón, China, Corea, por tanto, fin del libre comercio como fuerza de la globalización neoliberal.
Colombia nada importante tiene para conversar en estos nuevos paradigmas y por tanto nada le pasará a su TLC con Estados Unidos. La estructura industrial de Colombia está desmantelada. La economía de las franquicias se tomó los negocios, los emprendimientos, la innovación, la producción, las facultades de economía, de administración y de ingeniería, las políticas de Estado, y es funcional a construir hoteles, casinos, centros comerciales. La ensambladora de Chevrolet se asimila a una vieja pyme, para pensar que su operación se relocalizará. Ya no quedan plantas industriales para cerrar en Macondo y abrir en California. La tecnología del sector de servicios todo lo importa, la agricultura y la minería también.
Colombia seguirá formando recursos humanos que después se van a los países avanzados, el que queda es funcional a una economía efímera: dependiente de importaciones de tecnología, exportadora de materias primas sin valor agregado, socialmente inequitativa e inculta, política e institucionalmente precaria, y culturalmente atravesada por la ilegalidad, la corrupción y el corto plazo. El perfecto patio trasero de una economía de renta baja – así la clase media siga creciendo -, porque la informalidad primará mientras Colombia no adelante en el posconflicto un proyecto nacional de desarrollo sostenible para la transformación productiva, con base en ciencia, tecnología, innovación, educación, emprendimiento, y la autonomía regional.
La dirigencia de ésta nación deber pedirle a Trump que facilite su reindustrialización, tal como aconteció con el Plan Marshall para la reindustrialización de Europa y de Asia luego de la segunda guerra mundial. Estados Unidos apoyó e impulsó políticas industriales en esos continentes, pero las vetó en América Latina.