Entre el 20 de julio y el próximo 7 de agosto nuestro país celebra el Bicentenario de la lucha por la Independencia, que se inicia con el desfile de las Fuerzas Militares y de Policía que tiene su ceremonia principal en la ciudad de Bogotá, con la presencia del primer mandatario.
Se supone que en estas fechas los colombianos deberíamos sacar nuestro orgullo patrio a las calles de la misma manera como lo hacemos cuando juega la Selección Colombia, es decir, luciendo la bandera en las ventanas de nuestra casa, así como en otros tiempos lo hicieron nuestros abuelos y bisabuelos Sin embargo, hoy poco se nos esta nota esta emoción, que solo se ve en las personas que asisten al desfile militar y de policía, motivados por la imponencia de la marcha, mucho más que por celebrar una fiesta patria.
En este hermoso espectáculo se aplauden a los militares y policías que marchan, entre otras, porque es el único momento en el año en que Ejército, Fuerza Aérea, Naval y Policía, caminan por un mismo sendero, sin mirarse mutuamente por encima del hombro.
Mientras los asistentes aplauden a los marchantes, se puede observar que algunas personas les gritan “gracias”, como muestra de agradecimiento por defender nuestro territorio de legiones del mal conformadas por guerrillas, bandas criminales y narcotraficantes. Claro, ellos ignoran que la mayor parte de la tropa que desfila no son propiamente militares y policías experimentados en la defensa del orden público y seguridad, sino alumnos de las diferentes escuelas que hasta ahora inician su formación, bien sea en calidad de militar o de policía.
Se ha vuelto común ver a uno que otro, que, al observar los nuevos uniformes, armamento y logística militar, gritan, –“que tiemble maduro”-, haciendo referencia al presidente Nicolás Maduro. Esto lo hacen emocionados y maravillados por unas armas, aviones y autos de combate que nunca habían visto y que, según ellos, convierte a nuestro país en “territorio invencible”. Por supuesto, lo dicen sin conocer las armas que puede tener el mandatario del país vecino, que con seguridad vienen de Rusia, China e Irán, y que pueden convertir a Venezuela en “territorio mucho más invencible”.
En momentos como estos, cuando se nos sube la adrenalina a la cabeza y pedimos a grito entero una guerra con el vecino país, se nos llena el cerebro de nacionalismo, el mismo que nos hace creer, cuando la Selección Colombia gana su primer partido en un mundial, que ya somos campeones y que no hay equipo de fútbol que pueda ganarle al nuestro.
Sin embargo, debo reconocer que al menos con en el fútbol del combinado nacional, nuestro pensamiento se une y queremos el mismo objetivo, porque para el resto de cosas, hemos tenido muchos motivos para no ponernos de acuerdo y vivir en una eterna “Patria Boba”.
La eterna Patria Boba
Los conflictos en Colombia no han cesado, ni antes, ni durante, ni después de la guerra de la independencia, por el contrario, estos han aumentado y le han dejado ver al mundo, que somos una nación de gente conflictiva e intolerante.
Cuando se dio el primer grito de independencia, se dio una fuerte pelea entre quienes querían un régimen centralista y quienes defendían la idea de un Estado Federalista. Esto dio origen a una división en el país que generó un enfrentamiento entre los dos bandos que terminó por facilitar la misión a los españoles de reconquistar los territorios de la Nueva Granada. Muy a pesar del costo que tuvo el no ponerse de acuerdo, la lección no quedó aprendida y más adelante, luego de ganar la guerra a España y lograr la independencia total, surge el mismo conflicto esta vez con nuevos nombres en los bandos, bolivarianos y santanderistas.
Actualmente, hay quienes pelean por mantener un primer mandatario con unos súperpoderes y hacen cuanto pueden por extenderle el período de Gobierno abriendo el camino para que pueda controlar todo cuanto pueda, versus otros, que no comulgan con esta idea, porque consideran que esto abre la puerta a una dictadura. Cualquier parecido con el pasado, es pura coincidencia.
Al constituirse los dos partidos políticos más antiguos en Colombia (liberal y conservador), se constituyó también una nueva razón para seguirnos agrediendo y conformar una nueva guerra interna entre los dos bandos, es decir, quienes se consideraban conservadores y quienes se consideraban liberales, muchas veces sin saber lo que significaba ser liberal o conservador. Lo importante era acabar con el otro.
Luego de muchos asesinatos, robos de tierras, de ganado, violaciones de mujeres, quema de fincas, etc., liberales y conservadores firman un pacto para repartirse el poder, dejando por fuera a un sector en la base que no comulgaba con ninguno de los dos, lo que desemboca en un nuevo descontento que termina por armar guerrillas que crecen y crecen en número, al punto en que llegan a conformar una confederación que osadamente llaman, “Coordinadora Guerrillera”. Conclusión, Colombia fue un país donde existió un gremio de grupos insurgentes.
Cuando a un presidente de la república, curiosamente de filiación conservadora (Belisario Betancur), se le ocurre hablar de paz con estas guerrillas, poco a poco se va conformando una organización en la oscuridad de la que hacen parte políticos regionales, ganaderos, terratenientes, algunos empresarios y altos mandos militares, que, financiados por un grupo de narcotraficantes comienzan a ejercer oposición armada a unos acuerdos políticos que estaban surgiendo de aquellos diálogos de paz, porque al dar paso a la elección popular de alcaldes en municipios, amenazaba la hegemonía del poder local que desde el poder central estaba amarrado para ellos desde mucho tiempo atrás y que por supuesto no estaban dispuestos a compartir con líderes de izquierda que buscaban descentralizarlo.
Aquí vuelve y juega, se desata una matanza entre guerrilleros y militares; guerrilleros y paramilitares; guerrilleros y políticos; guerrilleros y campesinos; paramilitares y campesinos; narcotraficantes y militares; narcotraficantes y paramilitares; y por supuestos, paramilitares y políticos. ¿Por qué?: cada quien tenía su razón para acabar con el otro, algunas veces por ideología, otras veces por motivos personales, pero lo cierto, es que razones no faltaban.
De esta forma entre guerra y guerra, departamentos enteros se han mantenido en el total abandono estatal, mientras desde Bogotá se piensa que este país es un paraíso terrenal.
Solo hasta después de 1991 cuando se redactó una nueva Constitución Política en la que participó el primer grupo guerrillero en firmar la paz, se pudo hablar en firme de descentralización, a pesar de que hoy, todavía es un hecho muy lejano de cumplirse. Mientras tanto la ilegalidad sigue tomándose el poder, al punto en que financia una campaña presidencial (Ernesto Samper), hecho que es denunciado por el candidato perdedor en las elecciones, generando un nuevo enfrentamiento político con nuevos nombres en las barras, (samperistas y pastranistas), que además termina en un gran escándalo nacional, que trae como consecuencia la descertificación de los Estados Unidos para Colombia. Comienza entonces una crisis económica de enormes proporciones.
Sin embargo, algo bueno ocurre. Durante los años 90 comienza a darse la firma de varios procesos de paz con diferentes guerrillas, al punto en que al finalizar esta década solo iban quedando dos. Es entonces cuando a un presidente conservador (Andrés Pastrana) de la nada se le ocurre llevar a cabo un proceso de paz, sin estar preparado y sin conocer siquiera un poquito sobre procesos de paz y sobre el grupo armado con el que se iba a sentar a negociar. Es aquí cuando se le entregan 42 mil kilómetros a las Farc para que delinquieran a campo abierto, secuestraran, cultivaran coca, extorsionaran y cometieran todas las atrocidades que se les ocurriera, mientras tanto, él viajaba y viajaba por el mundo entero. Solo le faltó llegar a la luna, físicamente eso sí, porque su mente, siempre ha estado en la luna.
Lo anterior corresponde a los hechos que tienen que ver con las FARC, porque al ELN se dedicó a menospreciarlo y solo hasta que el grupo guerrillero le mostró los dientes secuestrando un avión de Avianca, abrió los ojos y se dio cuenta de que no se trataba de una banda de cuatro delincuentes. El problema es que aquí tampoco obtuvo éxito alguno, porque al igual que las FARC, el ELN tampoco le tomó en serio.
Algo similar sucedía con el bando contrario, es decir, los paramilitares, quienes en medio de su avanzada asesinaban hombres, mujeres, niños, violaban a niñas y adolescentes, quemaban fincas, robaban ganados, extorsionaban, etc. Cualquier parecido con el pasado, es pura coincidencia.
Mientras el país político seguía dividido entre pastranistas (conservadores) y la segunda versión de Ernesto Samper encarnado en un político liberal nacido en Santander que lucía un bigote que le caracterizaba (Horacio Serpa), un antioqueño con discurso militarista que reclamaba la autoridad que debe tener un primer mandatario, se abría paso en la opinión pública (Álvaro Uribe).
Aquí surge una nueva barra brava conformada por seguidores de Uribe, quien al igual que Simón Bolívar, cree que la cosas sin él pueden empeorar y hace hasta lo imposible por extender su período presidencial, unge a sus herederos, bautiza a sus seguidores, les enseña su libreto, al punto en que todos quieren parecerse a él, hablar como él, gritar como él, insultar como él y matonear como él. En pocas palabras, quieren ser él.
Es tanto el egocentrismo de este líder político, que hizo todo lo que pudo por acabar con la idea de su sucesor Juan Manuel Santos, de firmar un Acuerdo de Paz con la guerrilla de las Farc, la misma con el que buscó sentarse a negociar durante su período presidencial. Al no lograrlo, utilizó su mejor arma, su twitter y su agresividad verbal para evitar que los colombianos del común bendijeran el Acuerdo con su voto positivo en el plebiscito, muy a pesar de que estos no querían que el país retornara a la violencia del que este grupo armado fue protagonista, sin embargo, envenenando el corazón y la mente del pueblo, evitó que el plebiscito lograra su fin.
Cuando este se vio entre la espada y la pared porque podía quedar ante los ojos de la opinión pública como la persona que regresó a las FARC a la guerra, hábilmente busca una cita con el entonces presidente Santos para buscar un Acuerdo y evitar que el hundimiento del proceso de paz. Luego de lavarse las manos, dijo No una vez más, a pesar de que ya la paz era un hecho, pero esa actitud y el enfrentamiento que se produjo entre los que apoyaban la firma de la paz y los que se oponían, le sirvió para colarse por el medio y poner a un nuevo heredero como presidente de la república que cumpliera con las condiciones para manejarlo a control remoto, es decir, que no tuviera origen en una élite política y económica y primíparo en la política.
Ahora el nuevo enfrentamiento es por quienes quieren implementar unos Acuerdos de Paz y el grupo que dirige Uribe que busca hacerlo, pero a su manera, mientras departamentos enteros siguen en el mismo estado de abandono.
La Bogotá Boba
Este escenario de conflictos bobos que tiene estancado el desarrollo del país, se trasladó a la capital de la república, esta vez por el modelo en que debe hacerse una primera línea del metro (elevado o subterráneo). En esta discusión la capital lleva más de 50 años.
En Bogotá los políticos locales de izquierda pelean y hacen cuanta jugada política y jurídica pueden para evitar que se haga el modelo de metro que a ellos no les gusta, es decir el elevado, mientras la Administración Distrital, hace todo cuanto puede por defender su idea y busca dejarlo adjudicado para evitar que cuando termine su período, el o la que llegue a manejar los destinos de la ciudad, cambie las cosas a su gusto y retrase el inicio de la obra durante cuatro o cinco años, como ha venido ocurriendo hace más de cinco décadas.
Mientras tanto, los bogotanos del común deben someterse todos los días de su vida a un tráfico invivible y un transporte público obsoleto que por supuesto, los líderes políticos que son incapaces de llegar a un acuerdo, no utilizan porque ellos se desplazan en sus cómodos carros blindados.
De esta manera los líderes políticos han mantenido a Colombia durante largas décadas de Patria Boba en la que por una u otra razón dividen al país, poniendo a pelear a los dos bandos, mientras otro más vivo se cuela por el medio logrando su propósito, dejando a departamentos enteros sin la posibilidad de superar sus problemas económicos, sociales y de desarrollo local.
Es por esto que tenemos unas carreteras obsoletas, redes de internet precarias con cero señales en algunos municipios y veredas, un sistema de educación que avergüenza a cualquiera; una salud que parece puesta al servicio de las funerarias y los cementerios y una economía que no crece por encima del 4%. Aun así, creemos que nuestro país es potencia mundial y que estamos en capacidad de pelear en una guerra con el vecino. Cuando lo que tenemos es un pueblo que desde su independencia ha vivido durante 200 años hipnotizado.