El referéndum sobre el Brexit celebrado el 23 de junio de 2016 abrió una etapa de incertidumbre sin precedentes en la historia de la Unión Europea. Por primera vez, un estado miembro decidía abandonar un proceso de integración considerado casi como irreversible. Las fronteras de la Unión Europea no habían hecho más que ampliarse, incorporando cada vez a más países. A grandes rasgos, el núcleo inicial de los fundadores, se amplió primero hacia el noroeste, después hacia el sur y finalmente hacia el este, hasta alcanzar los 28 miembros.
Al mismo tiempo, los poderes de la Unión, las competencias transferidas por los países para ser gestionadas en el nivel europeo, eran cada vez más extensas. Tanto cuantitativa como cualitativamente la integración europea se desarrolló como un proceso incremental, siempre creciente, sin que existiera un plan trazado en el caso de que algún estado decidiera revocar su pertenencia. En este sentido, el Brexit supone la primera ruptura en más de medio siglo de historia común y abre dos grandes interrogantes a los que merece la pena referirse: ¿Cuál será el futuro del Reino Unido? Y ¿Cómo será la Unión Europea post-Brexit?
Ambas cuestiones tienen el calado suficiente como para poner en evidencia la multitud de retos que se presentan a ambas partes. Las negociaciones sobre el Brexit no solo son cruciales para el futuro del Reino Unido individualmente considerado, también determinarán la naturaleza de las instituciones europeas y el rumbo que la Unión tome en los próximos años. La falta de precedentes y la sucinta redacción del hoy célebre artículo 50 del Tratado de la Unión Europea dejan cualquier posibilidad abierta.
Es por ello que Theresa May ha insistido tanto en que las negociaciones para la salida deben aportar, ante todo, certidumbre. Su discurso en Lancaster House en enero de 2017 hacía de la “certidumbre y la claridad” el primer objetivo de todo el proceso de negociación. Su intervención en Florencia el pasado 22 de septiembre respondía también a esa necesidad de fijar con claridad las posiciones respectivas y generar confianza en personas, mercados e instituciones. El gobierno británico es consciente del abismo en el que puede sumir al país una mala negociación.
Cuestiones como los derechos de los ciudadanos europeos en suelo británico y de los nacionales británicos en suelo europeo, el futuro de las relaciones económicas y comerciales una vez abandonado el mercado único, la cooperación en materia de seguridad (en un mundo en el que el crimen y el terrorismo no conocen fronteras) etc., son algunos de los asuntos a dirimir, para los que May ha pedido soluciones “creativas e imaginativas”.
Sin embargo, las incertidumbres del Brexit no parecen haberse despejado tras el discurso de Florencia. Hay que pasar de las palabras a los hechos y de momento ambas partes reconocen que las negociaciones no han producido progresos significativos. La propia posición del gobierno británico se encuentra dividida entre los partidarios del “Brexit suave” (Philip Hammond) y del “Brexit duro” (Boris Johnson).
La Unión Europea, por su parte, también debe aprovechar el momento crítico del Brexit para decidir hacia dónde quiere ir en las próximas décadas. El documento sobre el futuro de la Unión presentado por la Comisión europea hace unos meses (White paper on the future of Europe) dibuja cinco posibles escenarios que son otras tantas vías para tratar de neutralizar la incertidumbre abierta. El Brexit no deja de ser una oportunidad para redefinir la naturaleza de la Unión y replantear el grado de integración que se quiere alcanzar. Los éxitos obtenidos hasta ahora, que son muchos -la paz en el continente, las cuatro libertades, el mercado único, la cooperación interterritorial etc.- no deberían, en ningún caso, malograrse.
José Ruiz Vicioso
Jefe de estudios de la Fundación Iberoamericana Empresarial