Uno de nuestros periodistas se le midió a ponerse los audífonos y probarla. Esto fue lo que sintió.
El placer de la música no tiene igual, todos experimentamos diferentes sensaciones y manifestamos nuestras emociones a través de ella. Su esencia es un lenguaje universal, un legado para futuras generaciones y parte de la identidad cultural de la humanidad. Entre los millones de géneros musicales que han surgido del arte de mezclar y reproducir sonidos, figuran las denominadas “drogas auditivas”.
Estas consisten en la superposición de varias frecuencias que cuando entran por los oídos generan un impulso eléctrico que el cerebro asimila y traduce como un tercer tono, una frecuencia única, que puede simular las sensaciones que se sienten bajo los efectos de la marihuana o el éxtasis, entre otras drogas, o la sensación de calor, frio, hambre, euforia o dolor. Su origen viene de los tonos binaurales: son sonidos que estimulan una ilusión en el procesamiento auditivo que ocurre al escuchar con audífonos una señal que se emite con una frecuencia acústica distinta en cada oído. Estos suelen utilizarse para espacios de meditación, concentración o para tratamientos psicológicos y auditivos.
Las drogas auditivas cumplen esa misma función solo que en un nivel más agresivo, aunque aún no hay estudios que certifiquen si producen adicción o dependencia.
Dar con ellas no es complicado. Solo basta con buscar en la web y descargar los tonos, estos cuestan entre 15 y 35 dólares, para ponerse a experimentar.
En Colombia este producto no es muy conocido –de hecho se dice que es un mito pues la música en sí produce sensaciones alternas e incluso adicción- sin embargo, cuando nos enteramos de que la Universidad Manuel Beltrán adelanta un estudio juicioso del tema, uno de nuestros periodistas aceptó probar una muestra para luego ir a hacerles una visita y profundizar.
“Algo jodido de procesar”
He consumido marihuana, uno que otro acido, pero nunca he estado bajo los efectos del éxtasis. Tampoco había escuchado sobre las drogas auditivas (…) jamás se me pasó por la cabeza que existieran este tipo de productos, me sorprendí. Fue después de leer un artículo en la web sobre los estudios de la Manuela Beltrán que me ganó la curiosidad y decidí indagar sobre el tema.
Como buen amante de la música –me habría encantado ser un Dj que le dé a la tornamesa como Skrillex o tener una pizca del talento de Thom Yorke- me dije que las drogas auditivas son algo que debo probar. Y no por que sienta ínfulas de mañoso o de drogadicto, sino porque soy de aquellas personas a las que el mundo les entra por los oídos. Creo fielmente que vivir estas experiencias me fortalecen como ser humano y nutren lo que pienso de la vida.
Buscando en Internet me encontré con varias páginas similares a I Doser, un portal para descargar sonidos binaurales, en las que se pueden escuchar muestras gratis de algunas drogas auditivas. Entonces, probé los tonos: Orange Marihuana y Éxtasis.
Junto a la descarga apareció una descripción que me recomendaba escuchar los 48 minutos completos de la marihuana y los 29 del éxtasis. Esto con el fin de llegar a ese estado de elevación que me hará sentir “trabado” o drogadamente activo.
Me coloqué los audífonos, por suerte tengo de esos que producen ‘farras’ mentales de lo rico que suenan, me encerré en el cuarto e hice clic en “play”.
Dedo decir que con el éxtasis no pude ni con los primeros dos minutos. Por un oído escuché tonos muy agudos y por el otro variaciones de graves y más agudos. Ese “tercer tono” que surgió casi me estalla los tímpanos.
“Si así son…qué basura. Son insoportables”, pensé. Entonces reproduje Orange Marihuana y la sensación fue completamente diferente. Ese remix entró con un agudo suave que se sostuvo durante los primeros cinco minutos –algo así como si me estuvieran preparando para el estallido- y luego le fueron llegando graves pausados que variaban a diferentes frecuencias.
A los ocho minutos me aburrí, no sentía nada. Solo pensaba en el efecto placebo que podría sentir en caso de que no funcionara bien. Después del minuto 16, la repetición del mismo tono me hizo entrar en fase que llamaría ‘en blanco’. Nada hacía tránsito en mi mente, solo el sonido. Luego, dentro del viaje, empecé a perder peso, era liviano, flexible. Una vez estallaron los bajos el panorama tomó otro color y empecé a encontrar algunas similitudes con la marihuana.
Primero fueron los ecos. Por alguna razón, las revoluciones iban bajando, todo se volvió lento y las variaciones del sonido se repetían una y otra vez en mi cabeza. Como un disco rayado al que uno le encuentra sentido. Cuando fumo marihuana siento algo similar, pues el tiempo parece infinito.
En seguida pude separar cada tonalidad. Identifiqué los bajos más suaves, los tonos medios y los punzantes agudos. De nuevo, cada tonalidad tenía su propia frecuencia, su propia vida… el asunto se iba poniendo más interesante. Ya al final creí que el sonido se apoderaba de mi cuerpo, me movía con él. Es una sensación análoga a la que uno siente cuando se está en el mar boca arriba y el cuerpo se mueve al ritmo de las olas.
No sentí esa extraña alegría que se evoca del cannabis, pero sí estuve en paz. Quizás el hecho de estar con audífonos fue lo que me abstrajo a un estado introvertido y por eso no estimulé la dicha que me da cuando fumo y comparto un ‘porro’ con amigos.
Tampoco puedo asegurar si estuve más concentrado que ’trabado’, fue jodido de procesar, no quiero repetirlo… es muy denso. Aun así puedo atestiguar que nunca había experimentado algo igual.
Cuenta Edith Pachón, docente del programa de Fonoaudiología de la Universidad Manuela Beltrán, que a pesar de que no se han comprobado científicamente los efectos de estas drogas, sí es una verdad absoluta que el cerebro se puede estimular auditivamente.
“Cuando se está expuesto a estas frecuencias, la actividad eléctrica que ocurre en el cerebro genera cambios en la percepción y por ende se modifica la conducta del consumidor”.
Pachón explica que en los casos analizados por la universidad encontraron cambios en el cuerpo que pueden estar asociados a las sensaciones que producen algunas drogas. Por ejemplo: el aumento del ritmo cardiaco que producen las drogas auditivas puede asociarse a la euforia que generan psicoactivos como los ácidos.
Jeison Fabián Palacios, director de psicología de la misma universidad, señala que no es un secreto para la comunidad científica que todo lo que se habitúe o genere una repetición en el cerebro va a generar cambios.
Es por esto que el efecto de los binaurales implicaría un riesgo para la salud de quien consume, pues no existe ningún tipo de regulación. “Queremos continuar nuestra investigación con el principal objetivo de generar prevención. Aún no hemos podido comprobar científicamente sus efectos, sin embargo hay que tener cuidado ya que es muy sencillo para un joven ingresar a esas páginas sin veto alguno”.