Aunque muchos celebramos el cambio en la dirección política de Colombia donde partidos alternativos, personas LBGTI, excombatientes y minorías étnicas han llegado a cargos importantes a nivel regional, es importante tomar este triunfo con mesura, analizarlo en contexto y mirar de qué depende su consolidación.
La vida, la política y el conocimiento de la humanidad me han enseñado que hay que “ver para creer”. Cuando AMLO ganó en México celebramos la alternancia de poder, la derrota de los clanes tradicionales, la oportunidad para darle voz a quienes tradicionalmente no la han tenido.
Sin embargo, es doloroso ver en México que el narcotráfico sigue teniendo de rodillas al gobierno, ver que por la captura del hijo de “El Chapo” Guzmán hubo tanta violencia en Sinaloa que tuvieron que dejarlo libre. En Colombia, ya sabemos qué sucede cuando el Estado no puede controlar esto.
Algunos me dirán que estoy poniendo un ejemplo demasiado crudo porque el narcotráfico es un fenómeno con características muy propias, o que estoy siendo exagerado. ¿Si se acuerdan de Ollanta Humala en Perú? Una persona de origen humilde, con raíces indígenas, elegido con una abrumadora mayoría y la ciudadanía a la espera de grandes cambios y reformas. Igualmente, sindicado por corrupción.
No quiero decir que va a pasar lo mismo en Colombia, que va a pasar con nuestros recién elegidos mandatarios regionales. Pero quiero dar un paso atrás como ciudadano, ver las cosas en perspectiva y esperar a la gestión de las personas que resultaron elegidas, para ver si logran traducir en acciones el cansancio de la corrupción, el clasismo, la desigualdad.
Se votó con esperanza, convicción y optimismo, y no quiero estar desilusionado en unos años. Teniendo en cuenta que es la primera vez que en Colombia se elige tantos candidatos alternativos e independientes, la ciudadanía debe tener aun más una actitud de veedor, siguiendo el cumplimiento del plan de gobierno.
Para evitar estas gestiones nefastas, a los nuevos mandatarios, que crecieron en Ciudad Bolívar (Claudia, Bogotá), que tuvieron que vivir en el exilio (Dau, Cartagena) o que hicieron una campaña en medio de dificultades, sólo con un megáfono (Yañez, Cúcuta), quisiera pedirles que no gobernaran pensando en todos los niños y viejos que abrazaron en la campaña pues eso es búsqueda de votos.
Me gustaría que pensaran en todos los momentos difíciles que tuvieron que pasar para llegar a esos cargos, las burlas de la gente, los préstamos imposibles de pagar, la desigualdad que vivieron, las dificultades de sus padres para darles mejores oportunidades, las amenazas de muerte, etc. Para que cada vez menos gente tenga que sobrepasar esos obstáculos.
Desde lo más profundo de mis contradicciones (amor, cansancio, desespero, frustración, felicidad) como colombiano, pido a los nuevos mandatarios regionales que hagan su mejor esfuerzo, que cumplan sus promesas, que le cierren las puertas a la corrupción tal como ella nos ha cerrado las oportunidades.
Espero en 4 años estar escribiendo cómo el cambio comenzó con esta elección, cómo las ciudades han cambiado, y cómo esta decisión de la población urbana en Colombia contagió a las zonas rurales, donde tristemente el tamal y las tejas siguen definiendo gobernantes.