Por: León Sandoval
Los seres humanos en su proceso vital son caminantes que emprenden un trayecto, en ocasiones planificado, conocido y controlado, en otras oportunidades, sin planificación, desconocido y fuera de control. Algunas personas a ese camino lo llaman el destino, u otros simplemente dicen el camino de la vida que todos deben de trasegar en diversos puertos y momentos sorteando todo tipo de dificultades, desde las más sentidas hasta las más llevaderas. Al final, siempre habrá un destino, la muerte o desencarnar, en últimas nadie sale vivo del camino de la vida.
El camino de la vida es de por sí fascinante porque se hace camino al andar como diría el poeta Antonio Machado, los vivos son caminantes de la vida, y en últimas, cada quien escoge ese camino a transitar, cómo lo desea hacer y con qué mecanismos cuenta para ello. Muchas veces el camino de la vida pone compañeros de viaje, personas que vienen a recorrer trayectos y sendas similares, ya sea por largos trechos o recorridos muy breves. Puede haber quienes acompañan a lo largo de todo trecho de la vida, y otros que en la primera salida que encuentren en la vía deciden tomarla, dejando a veces con pena ese camino, pero en últimas, el camino es un acto individual que al ser recorrido en compañía se hace más llevaderos y sorteables los obstáculos que el camino presenta.
Los obstáculos del camino son para sortearlos, para superarlos y seguir adelante, ya sea esquivándolos, pasándolos por alto, por lo bajo, o en muchas oportunidades simplemente haciendo un alto y reposando hasta que el obstáculo por sus propios medios sea removido. Jamás un obstáculo en el camino podrá ser un pretexto para renunciar al camino, porque el camino pudiendo ser claro, diáfano o muy incómodo, siempre conducirá a un puerto final; el camino no termina cuando el caminante lo desee, sino cuando el Dios del Universo y su energía más allá de lo que los ojos ven, decida que la caminata ha terminado.
Hay caminantes de la vida que desean poner fin al camino por sus propios medios para desafiar el camino trazado, y no lo logran porque esa decisión está mediada por un ser superior que le permite al caminante ponerle fin al trayecto. El caminante no es un solitario que traza pasos, es también un sujeto moral y con sentido de lo divino que se mece al vaivén de los tiempos y las circunstancias, llámenlo como le quieran llamar: La divina providencia, Dios, El Gran creador del Universo, sin su voluntad el camino se torna difícil.
Pareciera que el camino del caminante no es su elección consciente, cierto es que, sí fue elección de cada caminante desde antes de encarnar, y se viene a aprender del camino. No siempre el camino lleva al caminante a donde éste desea ir, ahí es cuando amar el camino es un don poderoso, amar lo que se va recorriendo por gélido, caluroso, solitario o abundante que fuese. Amar el camino es amar el aquí y el ahora, disfrutar de la vista de ese recorrido. Lo que el caminante recorrió en pasos anteriores, en jornadas pasadas, sucedió y queda la memoria.
Una actitud de agradecimiento y de bendición resultará sanadora para quién, por más que lo intente, no le será permitido reducir pasos o millas de ese camino personal. Amar el camino es amar la vida, amarse a sí mismo y al tiempo que acontece, es también amar a los otros, al semejante y al diferente. Caminar sobre los propios pasos es un deber, no sobre los que ya fueron recorridos, ni sobre los que aún no han llegado. Por más oscura que sea la noche, siempre saldrá el sol. “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar” (Machado).