Jaime Acosta Puertas
Escucho radio de lunes a viernes entre las 6 y las 8:30 a.m., y en la noche algún noticiero y programa de opinión. El fin de semana siempre veo Noticias Uno. No mencionó ningún de los grandes medios porque no merecen un segundo de propaganda, pero cito a los que nunca leo ni escucho: Semana, La FM, Blu, El Colombiano, El Espectador, tan querido y respetado, escribí ahí durante dos años hace algunos años, se sumó, desde que Petro ganó la presidencia, a la fuerza de tarea de la desinformación, no obstante, sobreviven columnistas de gran factura ética, ideológica e intelectual.
Los grandes medios siempre han estado al servicio del poder y en las últimas décadas del gran poder económico. Los medios estatales son marginales porque el neoliberalismo apagó decenas de frecuencias para dárselas al gran capital y facilitar la formación de un oligopolio de información privado que por definición es antidemocrático. Hablo de los grandes medios, los que narran la guerra que ellos ven (seguridad democrática con miles de asesinados y desaparecidos), no la guerra que verdaderamente es (falsos positivos, miles de inocentes acribillados y millones de víctimas). Los que narran la corrupción hasta donde la corrupción no se acaba porque de ella también viven (p.e. de las EPS). Los que narran la economía que a ellos les interesa (mercado sin controles + devaluación persistente + petróleo a ultranza cuando los precios van en caída libre + inflación inducida para que la gente culpe al gobierno por los altos precios). No es la economía que a la nación le interesa para desarrollarse (reindustrialización con inversiones como la de Airbus, dólar en revaluación, nuevas exportaciones, innovaciones disruptivas, reformas sociales, alta inversión social y en regiones olvidadas).
Los grandes medios y la oposición más recalcitrante al gobierno fueron derrotados en las marchas del 7 de junio. Por el estúpido escándalo de Benedetti y Sarabia – error monumental de Petro haberlos nombrado -, muchos creímos que las marchas serían un fracaso, tanto que el presidente fue el primer sorprendido, pues tuvieron que improvisar una tarima para su discurso. Sin embargo, el pueblo no le cree a los grandes medios, ni a sus encuestadoras, tampoco a los partidos de la decadencia y de la corrupción.
Mucha gente salió, porque más allá de los errores menores, que no son pocos, algunos inventados por el mismo presidente en la obscuridad y soledad de un palacio donde asustan los fantasmas del uribismo, la gente humilde, la gente sencilla, la gente de clase media, la gente inteligente, ve por fin Colombia un presidente que trabaja para ellos.
Las reformas son para esa gente, no son para los que han capturado todos los beneficios de un presupuesto de la nación que han saqueado en los últimos treinta años. Los opositores del gobierno, inclusive los enemigos de la coalición o de la coalición de enemigos, quieren unas reformas que no toquen los inequitativos y extralimitados beneficios logrados de con las leyes de salud, laboral y de pensiones de Uribe. Entonces, construir sobre lo construido es construir sobre lo que pronto será insostenible porque será imposible puesto que Colombia necesita de otras políticas para desarrollarse de manera sostenible y en paz.
Petro tiene una extensa agenda nacional e internacional con numerosas acciones, lo cual puede ser un problema para que sus ministros formados en la visión de un país grande y hermoso, pero imaginado pequeño y destruido a lo grande, puedan articularse, pensar sistémicamente y poner en acción la máquina de inversiones del presupuesto nacional que debe pasar por interminables trámites que han generado una cultura de la ineficiencia en el funcionamiento del Estado. La inmensa burocracia es la base electoral de los partidos políticos que en los últimos cincuenta años no han logrado pensar un país moderno, avanzado, en paz y sostenible. La base sobre la cual hacen política y mantienen feudos de poder, es con burocracia, con micro proyectos que mal o que nunca se terminan por violencia y corrupción: no tienen pensamiento, ni inteligencia, ni visión de desarrollo, ni compromiso para construir una gran nación.
Petro, con la mejor intensión quiso un gobierno con algunos ministros que venían de partidos tradicionales y de los fatales tibios, pretendiendo construir una coalición de gobierno multipartidista. Le fallaron y por eso divulgaron el texto con críticas a la reforma de salud. Lo que hizo Alejandro Gaviria al hacer público un documento confidencial fue un acto de traición, y mal hicieron otros dos ministros en sumarse al exministro de salud. Bien hizo el presidente en pedirles la renuncia. No pudieron aceptar que alguien al cual veían por encima del hombro, por superficiales razones, fuera su jefe, sobre todo Gaviria y Ocampo que también le dio la espalda al presidente apoyando el nombramiento de un enemigo en la gerencia de la Federación de Cafeteros.
Sin embargo, a los mercados internacionales Petro los calmó gracias a la política económica y al nuevo aire político para superar un neoliberalismo atrasado, violento y corrupto, que la hipocresía de la política internacional aceptaba, pero que no quería. Petro, es más inteligente que la mediocre dirigencia de Colombia. Los ministros en su mayoría son excelentes y comprometidos con el cambio.
Preocupan los rumores de que se va la ministra de educación. Es una tremenda mujer. Sería muy grave porque podría ser una candidata a sustituirlo en el 2026. Petro no puede quemar en pocos meses a dos grandes mujeres, como si viviéramos en una Inquisición del siglo XXI: primero a Carolina Corcho y de pronto a Aurora Vergara.
En cualquier circunstancia, el presidente le sale a la dirigencia un paso adelante. Esta, en vez de conversar y abrir el cerebro a las nuevas ideas, intenta cercarlo y desata un proyecto de golpe blando como en Brasil y Bolivia, a través de los grandes medios de su propiedad.
Estos medios solo muestran las equivocaciones del presidente. Equivocaciones de Twitter que bajo ninguna circunstancia alcanzan a ponen en peligro las instituciones, al Estado y al plan de desarrollo. Pero, los medios del golpe blando magnifican los errores y los repiten y repiten para atacar al presidente y su gobierno.
Las buenas noticias de su gestión son confrontadas por agresivos opositores, básicos de ideas, indigestados de odio, deformados en su pensamiento con una ideología de demonios. Pocos ministros son invitados a los programas, pocas veces invitan al presidente y cuando lo hacen, son arrogantes, elementales e ignorantes, pues vuelven una y otra vez a lo que ya está explicado y superado. El cerebro no les da para más porque la orden es esa, no dar más. Repetir y repetir para que la gente repita y destruya su conciencia.
Los programas de opinión, cuando los invitados son cuatro expertos, tres son opositores al gobierno y a veces los cuatro, y cuando son tres los invitados, dos o los tres son opositores del gobierno. En otras ocasiones, por lo general habla primero la ministra o el ministro y luego los opositores cuyo propósito es aplastar al gobierno. Nunca hay espacio de confrontación para que suceda una libre discusión dentro de una verdadera libertad de prensa – entendida como condiciones iguales por el deber de informar y no de desinformar y deformar -, y no como libertad de prensa favorable a la oposición al gobierno progresista, porque esa no es libertad de prensa, es tiranía de prensa que atenta contra la estabilidad y el equilibrio del Estado.
En la era de las redes digitales, la gente lee y escucha a otros, conversa con otros, por eso salieron cuando nadie desde el confort creía que saldrían. Incluso, hubo ciudades donde hubo dos marchas el día 7: en la mañana y en la noche.
Los grandes medios y los congresistas que vendieron su alma al diablo de los partidos decadentes, quedaron neutralizados, incluso, congresistas que triunfaron bajo el paraguas del Pacto Histórico, ahora se oponen a las reformas. No sabemos bajo qué halagos se torcieron contra el gobierno en el trámite del cambio social: el progresismo les asusta, se sienten cómodas en el ambiente de las tibias ideas de los tibios, incluso felices en manos de uribistas.
La gente quiere las reformas del gobierno, no quiere las reformas de los dueños de las EPS, de los fondos privados de pensiones, y tampoco quiere una reforma laboral que no mejore sus derechos. La gente se ha dado cuenta que mienten, porque no creen que el gobierno progresista vaya a proponer unas reformas en contra de la gente. La única salida de la torcida coalición es apoyar las reformas porque si no se quedan sin votos en octubre considerando que ya no tienen un presidente que les dé plata del presupuesto nacional, como lo hizo Duque con los OCAD de la paz.
Ahora qué dirán los del golpe blando con los avances en el acuerdo de paz con el ELN, con la muerte del coronel de la policía que hacía parte de la seguridad del presidente, y con los ajustes al presupuesto de la nación por la caída de los precios del petróleo pues fue un error hacer los cálculos con un barril a US$94 cuando está en US$74, y con tendencia a la baja porque ya se absorbió el impacto de la guerra en Ucrania. Los supuestos sobre los cuales se edificó la economía de los últimos 30 años se están viniendo abajo, uno a uno.
Si las reformas sociales no pasan, la gente volverá a las calles. Y saldrán muchos, pero muchos más, porque el consenso no es el consenso que quieren los del golpe blando. El consenso nacional que se necesita es sobre las ideas y propuestas progresistas.