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Confidencial Noticias 2025


Cada mañana, millones de colombianos abren una aplicación de movilidad con la esperanza de encontrar el camino más rápido hacia su destino. Sin embargo, no es raro que la herramienta falle: rutas cerradas por obras, accidentes inexistentes o desvíos mal registrados son parte del paisaje digital de las ciudades. Estas fallas, más allá de lo anecdótico, plantean un dilema profundo: ¿qué ocurre cuando dejamos que una app “piense” nuestra movilidad?, y, ¿hasta qué punto una ciudad puede volverse realmente inteligente si la base de su información es incompleta o poco confiable?

Conviene recordar que estas plataformas no son inteligencias autónomas. Funcionan gracias a modelos de aprendizaje automático que procesan grandes volúmenes de datos para reconocer patrones de tráfico y predecir comportamientos. Su efectividad, sin embargo, depende directamente de la calidad de la información que reciben. Cuando los datos son erróneos —ya sea por reportes falsos o por falta de integración entre entidades públicas y sistemas privados— la inteligencia se distorsiona y los resultados pierden valor.

En ciudades latinoamericanas, donde la infraestructura vial es frágil y la planeación enfrenta rezagos históricos, los desafíos son aún mayores. La falta de sincronización entre las obras, los sistemas de transporte y las plataformas digitales genera un ruido informativo que ni el mejor algoritmo puede corregir. El crowdsourcing, aunque democratiza la información, también abre la puerta a la desinformación: basta con unos cuantos reportes falsos para alterar los patrones de tráfico y crear “atascos digitales” que no existen.

El problema, entonces, no es solo tecnológico: es cultural. Una app no reemplaza la planificación urbana, el mantenimiento de las vías ni la educación ciudadana. Pero sí puede potenciar su impacto si se alimenta de datos verificados, transparentes y generados en un marco de confianza colectiva. La movilidad inteligente no depende únicamente de la IA, sino del compromiso de quienes habitan la ciudad para aportar información veraz y comportamientos responsables.

En ese sentido, los datos se han convertido en la moneda invisible del siglo XXI: un recurso que puede transformar la forma en que habitamos, planificamos y pensamos nuestras ciudades. La movilidad del futuro no solo se medirá en velocidad o eficiencia, sino en la capacidad de combinar tecnología, ética y corresponsabilidad ciudadana. En esa ecuación, la inteligencia artificial no sustituye al ciudadano: lo necesita para funcionar.

Por: Heidy Melissa Bautista, docente de Ingeniería Industrial de la Universidad de América

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