El buen vivir y el dinero

Quizá suene machacón lo que voy a decir: aparentemente para hacer la vida un festín se necesita mucho dinero, pero lo cierto es lo contrario, que los ricos por regla general olvidan el arte de saber vivir por andar inmersos en sus negocios y en la rentabilidad que puedan arrojar los mismos.

Aprovecho la oportunidad que por coincidencia nos ha dado el buen cronista del periódico El Colombiano, José Guillermo Palacio, quien nos recordara el 5 de junio de 2017, en una amena, documentada y aleccionadora crónica a cerca de la parábola de los ricos y millonarios santuarianos, marinillos y chinos, comerciantes de estirpe mundial, atesoradores de enormes capitales, pero que en definitiva se valen y sirven muy poco de los capitales adquiridos. Parece increíble que personas tan aptas y hábiles para hacer grandes fortunas, no tengan la más mínima capacidad para disfrutarlas y convertir sus vidas en una auténtica fiesta. Parecido fenómeno ha acontecido con los varones de las drogas, malgastan sus vidas y las exponen, su tranquilidad y sus libertades para atiborrarse de dinero y cuando sus arcas están repletas de dólares no saben qué hacer con tan enormes fortunas y casando peleas con el estado, entre ellos mismos y sus bienes incautados por los Estados Unidos o el país de su orígen. Colombianos y mexicanos han dado este triste espectáculo durante varias décadas.

Es inexplicable que un mafioso diga poseer o ser propietario de un caballo fino de paso cuyo valor es de varios millones de dólares y casi nunca puede montarlo porque tal actividad le está encomendada solamente a un adiestrador profesional. En su ego el rico ostentoso no hace otra cosa que disfrutar el título de dueño de un ejemplar equino fuera de serie. Lo contrario de un auténtico disfrutador de la vida, que lo poco que posee lo hace en beneficio propio, sin importar lo que otros piensen. Las apropiadas palabras con las que cierra la crónica el excelente profesional de la comunicación social, Palacio, reflejan en esencia lo que son los ricos del mundo, que en un alto porcentaje no tienen la capacidad, goce y disfrute del dinero que es lo que hace apetecible la búsqueda del mismo. Sarcásticas líneas que sirven tanto para retratar los santuarianos, los chinos y otros nuevos ricos que olvidan que la plata es un medio para vivir bien y no un fin en sí mismo, pero por más centros comerciales que construyan, por más almacenes de dos metros de 400 millones que cada uno posea y por más mercados y países que conquisten para hacer dinero, el santuariano, en esencia, sigue siendo el mismo: arracacho, con voz y dicho montañero a la espera que lleguen las fiestas del Retorno para volver a su pueblo para emborracharse con aguardiente en sus caballos de paso fino en los que invierte grandes fortunas en nombre del sagrado corazón de Jesús…

Su mundo en el comercio es tan breve que si bien los primeros regresaron para morir en el pueblo, la segunda generación morirá en algún gran pueblo o ciudad colombiana y la última, la que está en curso, convencida como muchos de sus ancestros que la plata es un fin y no un medio para vivir mejor, dejará sus huesos o cenizas en algún cementerio asiático, “donde quien les lleve flores no sabrá siquiera cómo se pronuncian sus nombres”.

Pobres ricos del mundo actual, a cuya cabeza está el presidente de los Estados Unidos, emblemático hombre egocéntrico que no tiene nada más para dar que su abultada chequera y para mostrar sus poderosas empresas, que no tienen ni idea que hace miles de años el gran filósofo griego Diógenes de Sinope, en su inmensa sabiduría y sencillez increpara a Alejandro Magno, quien creíase un dios por haber conquistado medio mundo, cuando no se había conocido a sí mismo, necio e ignorante lo llamó aquel hombre del tonel y puso como ejemplo de buena vida a su perro que para ser feliz no requería siquiera de un recipiente para beber con alegría agua.

Muchos humanos carentes de dinero son tan felices, al menos, como el gran sabio de Grecia.