En un tema tan complejo como es el buen vivir, el arte de vivir a plenitud, el darse buena vida, el darse calidad de vida, que daría para grandes volúmenes, puede reducirse el planteamiento a exponer si es indispensable mucho dinero para hacer de la existencia una ocasión para alcanzar la felicidad en nuestro planeta. Ei rico más connotado que tuvo el siglo XX supo distinguir muy bien entre tener dinero y usarlo para vivir bien, Aristóteles Onassis, buscó, recolectó y disfrutó el dinero como pocos en la historia de la humanidad; entendió el poder y el privilegio que el dinero otorgan; acuñó una frase para la historia: “Solo los estúpidos y los necios desprecian el dinero”. A su manera, comprendió también que un elemento de cambio y de adquisición da a quien lo ostenta mayor libertad y posibilidad de darse una vida lujosa, pero los lujos y el confort no deben sobrepasar más allá de lo necesario para vivir bien.
Pobres hay con sabiduría imponderable que advierten que es mejor tomarse una agua de panela en la intimidad familiar que tener muchos millones y tener problemas en cantidad. Muchos de los comprometidos en el tema trasnacional de Odebrecht deben pensarlo así desde sus lúgubres y frías celdas de prisión en Brasil, Colombia, Estados Unidos o Perú. Ni qué decir de los antes barones electorales del país que en 2014 permitieron la reelección de Juan Manuel Santos; uno que rumia sus penas y tristezas desde un inhóspito cuarto presidiario al sur de Bogotá, y el otro, acorralado por los escándalos judiciales que lo comprometen y lo tienen ad portas de la cárcel, dió la cara, no para declararse culpable de los delitos que se le enrostran, sino para reclamar auxilio a instancias jurídicas internacionales, porque se estima y se autodefine como una víctima de la concusión, el chantaje y la coacción de depredadores económicos disfrazados de magistrados o defensores del orden legal en el ministerio fiscal o ente acusador.
Millonarios modernos también existen que saben bien que pasados ciertos topes de dinero, la plata no sirve sino para crear problemas. La revista Diners de agosto de 2017, nos trae varios ejemplos de multimillonarios en dólares, que a pesar de tener sus arcas repletas de dinero llevan una vida simple y sin excentricidades. Destaca este columnista al considerado segundo magnate más grande del mundo en la actualidad, el industrial, financiero y sensible Warren Buffet, próximo a ser nonagenario y cuya fortuna es de 74.000 millones de dólares, quien dedica gran parte de su dinero a obras sociales y benéficas. Este San Francisco de Asís moderno posee un excelente buen vivir sin que su descomunal fortuna lo lleve a ser un exhibicionista o desaforado consumidor. Su apellido sugiere una comida apetitosa y variada, un gran festín para ser un pecador con gula, sin embargo, vive por debajo de su capacidad adquisitiva, no tiene celular, lo cual comparto plenamente, pues yo también vivo sin ese útil pero aditivo aparato electrónico.
Parece que reyes, magnates y poderosos hombres de estado delegan en sus súbditos de la comunicación y que sujetos de clase media creen ser poderosos por hacerse a móviles y celulares con última tecnología, u obreros o empleados bajos, colman sus frustraciones y ausencia de recursos haciéndose importantes con sus apéndices de comunicación en todo lado. “Tengo lo que necesito y no preciso nada más”, es el modo de vida sencillo que define Buffet para él y que acorde son las enseñanzas de los sabios antiguos y modernos es todo lo que se necesita para vivir bien. El joven neoyorquino, Mark Zuckerberg, que se embolsilló en su treintena de años una multimillonaria suma de suma de dólares por fundar y vender Facebook, vive discretamente, maneja su automóvil gama media y viste como un universitario con precario presupuesto. Carlos Slim, perteneciente a la élite de multimillonarios modernos, ubicado dentro de los 10 más ricos del mundo en el siglo XXI, viaja en su viejo automóvil Mercedes Benz, no le gustan los jets privados ni los yates que parecen lujos de nuevos ricos o individuos que exceptuando jeques árabes y otros ricos, pretenden vivir de la apariencia. Su casa, cuenta la revista Forbes, es la misma que tiene desde que era un ciudadano sin la posición económica y social de ahora.
De tacaña ha sido calificada la millonaria australiana Gina Rinehart, única mujer entre la decena de millonarios, quien se autoproclama víctima de la envidia de pobres y otras personas que la critican a los que invita a envidiar y charlar menos y trabajar más. Dos multimillonarios nos trae como ejemplo el órgano mensual de comunicación aludido para ilustrar cómo existen formas distintas de disfrutar las fortunas: Luis Carlos Sarmiento, un trabajador incansable y poco dado al despilfarro, y Arturo Calle, comerciante prudente y buen inversor, ambos dedicados más a conseguir dinero que a darse una buena vida con su colosal capital.
El más grande de los literatos antioqueños, don Tomás Carrasquilla, fustigó a los ricos antioqueños por su desmedida avaricia y su precaria calidad de vida. El ilustre hombre de letras de la Antioquia grande, Emiro Kastos, en obra Julia, de mediados del siglo XIX, definió la sociedad de Medellín como monótona, avara, clasista, resentida y viciosa, es decir con muy bajo perfil de lo que representa el buen vivir. El filósofo envigadeño, el inmenso y excelso escritor más valorado en Europa que en su tierra, Fernando González, no se quedó atrás al perfilar el rico antioqueño como un tosco y robusto pastor aldeano sin cultura, conciencia, gusto o distinción. Del buen y mal vivir de los multimillonarios colombianos tenemos dos ejemplos paradigmáticos: Coroliano Amador y don Pepe Sierra.