A partir de mi experiencia personal y mis observaciones desde mis años infantiles, recibo la vida como una oportunidad única e irrepetible en la que se conjugan aspectos esenciales hoy olvidados y no practicados por esta automatizada y alienada sociedad mega digital.
Nos soy original en lo que antes he escrito ni lo seré en los futuros artículos, pero sí tengo la firme convicción que la humanidad necesita volver a los tiempos de las sociedades viejas, aldeanas y campesinas en la que niños y adultos tenían la oportunidad de vivir lenta y regocijadamente en familia y en sociedad y había más tiempo para disfrutarnos a nosotros mismos, jugar, pensar y compartir momentos tranquilos con nuestros semejantes. La humanidad vivía mejor, pensaba profundamente y disfrutaba la existencia en aquellos tiempos en que la tecnología, la industria y el desarrollo desmedido de la ciencia no tenían las dimensiones de hoy.
Las generaciones anteriores a las más recientes conocíamos el hermoso arte de los juegos infantiles y una serie de diversiones simples pero balsámicas para el alma. Correteábamos por callejuelas, calles, plazas, veredas y campos; jugábamos a la pelota, al fútbol, a las escondidas y las niñas a ser esposas; disfrutábamos con cometas, bicicletas, bolas o canicas y múltiples juegos infantiles; desde temprana edad nos preparábamos para vivir la vida a plenitud.
En esos pasados tiempos la máxima diversión tecnológica eran la radio y la televisión en sus primeros años de implementación y era común reunirse en familia a escuchar radionovelas, telenovelas o programas que entretenían o unían las familias. Vino luego el atari, otros juegos electrónicos, aparición de internet y apareció para instalarse con una fuerza desmedida la nueva tecnología de los celulares. Con tal fenómeno se aceleró la desintegración familiar, la armonía y convivencia entre padres e hijos y se hizo trizas la comunicación, el afecto, las buenas relaciones parentales y muchos perdieron la alegría de vivir por andar anclados a sus apéndices electrónicos que como se ha dicho, los está destruyendo como seres humanos.
El estilo de vida de las sociedades anteriores a la nuestra puede haber sido lento, rutinario, monótono, pero en esencia fue profundamente humano, en el sentido que se vivía con mucha conciencia. Era una vida ociosa y productiva en muchos aspectos. Filósofos, pintores, escultores y grandes hombres pensadores fueron los de otros tiempos; hoy apenas si existen unos cuantos que se salen del inmenso rebaño de seres que cada vez más se parecen clonados física, emocional e intelectualmente.
La vida mirada con amor y dulce ironía, con bondad, con dignidad y tolerancia como lo hicieron las viejas y sabias sociedades asiáticas, ha desaparecido para dar paso a una existencia globalizada, parecida cada vez más la una a la otra, en la que pueden percibirse miles, centenares, millones de personas exhibiendo en sus manos en aparato electrónico al que se encuentran adictos, dependientes y que miran cada momento para enterarse de acontecimientos que nada aportan a sus existencias, a sus problemas, a su formación intelectual, cultural y menos emocional.
La vida de desapegos y desencantos que vivieron las viejas estructuras sociales china, india, europea y en menor medida latinoamericana, es hoy de enfermiza y obsesiva adicción a la tecnología digital, existencia en la que la noción juguetona y picaresca ha desaparecido, de allí que veamos a diario tantas desgracias personales y colectivas, tantos rostros y ojos tristes, desapacibles, tensos, que reflejan vidas estresadas, complicadas, neuróticas y hostiles. La mente sensitiva, sensible, generosa del hombre de otras épocas está desapareciendo del entorno social y en su lugar se ha instalado una agresiva, competitiva, vanidosa, insensible y egoísta. La cantidad de enfermedades coronarias que padecen millones de mujeres y de hombres en el mundo moderno y la tasa de infartos lo prueban.
Quien juega poco, quien ríe menos, quien se toma la vida en serio es un ser que se equivoca en su rumbo en el arte del saber vivir bien.