La jaula invisible, fábrica de tontos infelices

Nuestros fantásticos teléfonos móviles ‘quenoscuestanunriñónypartedelotro’, nos permiten tomar registros en vídeo en cualquier lugar, momento y situación. Pero digámoslo claro, nos han convertido en espías-chismosos sin escrúpulos de las intimidades ajenas hasta niveles enfermizos.

Y siento decir esto, pero los medios de comunicación tenemos gran parte de culpa, al recoger sin filtros esas historias virales por su aparente ternura, amarillismo o espectacularidad. Pseudonoticias más o menos irrelevantes que rayan o invaden la esfera de lo personal y que pueden destruir vidas, como de hecho sucede.

Siempre hay una justificación moral para escarbar en las vidas ajenas. Es una mentalidad que se ha extendido a gran parte de la sociedad, que bucea constantemente en las actitudes y gestos ajenos con una naturalidad que asombra. El mayor problema no es ese, sino la tendencia cada vez más aguda a escondernos detrás de una pantalla. Pensar que la solución a nuestros problemas en la vida real está frente a un puñado de megapíxeles: la jaula invisible.

Vivimos entre la espada y la pared de una generación de acomplejados y otra de ‘ofendidos perpetuos’, jóvenes sobreprotegidos, blandos e incapaces de superar un axioma irrefutable: la vida es dura, golpea con fuerza muchas veces. Incluso las personas más afortunadas no están exentas de malos (o pésimos) momentos, laborales, personales, sentimentales. Aún está en estudio el aumento de las enfermedades mentales y los suicidios. Sólo hasta que se admite que la vida va a tener momentos brutalmente difíciles se alcanza la trascendencia. Y a los jóvenes de hoy en dia nadie les invita a conocer el sufrimiento.

Lea más opiniones de Marcial Muñoz en este enlace: https://confidencialnoticias.com/category/opinion/desde-mi-rincon/

Las nuevas generaciones son más tolerantes y conscientes con respecto a, por ejemplo, la homosexualidad o el medio ambiente, porque las generaciones pasadas los educaron en una tolerancia que ellos tuvieron que aprender a la contra del pensamiento que dominaba en la época, y en muchas ocasiones a golpes paternales o de la propia vida a través de los impuestos.

En esta nueva locura contemporánea, terminamos desviando nuestra vista desde lo esencial hacia lo superficial, como si las apariencias fueran efímeras. Avanzamos sin remedio hacia un mundo de idiotas que piensan que son la última coca cola del desierto porque tienen más de 100 ‘likes’ de un video que no le importa a nadie. Un mundo de imprescindibles ofendidos. Un mundo de bobos que se creen más listos que sus jefes, vecinos, familiares, y esos bobos son los más peligrosos.

Enlazo la idea de la ‘jaula invisible’ con la corrección política implantada. Algunos amigos me preguntan a menudo por qué me molesta tanto la corrección política. Y la respuesta es siempre la misma. Porque nos aleja de nuestra esencia, de la libertad… de la verdad. Porque pone la identidad del grupo por encima de la identidad individual. Y eso es un juego peligroso que ha ido demasiado lejos. Tan lejos como que ya no se pueden llamar a las cosas por su nombre por el miedo a la nueva ‘santa inquisición’ cibernauta que destierra a la censura social o hasta a la cárcel.

Leía el otro día en ‘The Wall Street Journal’ que en una de las empresas más cool del mundo para trabajar, Netflix, los empleados, si quieren conservar su puesto, están obligados a dar los nombres de aquellos que creen que deberían ser despedidos. Repito: en Netflix. La empresa aduce que es otra expresión de una cultura organizativa completamente transparente y democrática. Si me permiten la comparación, son métodos muy similares a los que usó el Gobierno comunista de la antigua Alemania Oriental con la implantación de la Stasi, la policía secreta por la que la mitad de Berlín espiaba a la otra mitad sin que se dieran cuenta.

La democracia no consiste en disponer de toda la información posible de la vida de los otros, sino en garantizar derechos como el de la privacidad, libertad con restricciones públicas, proporcionar segundas oportunidades.

Nadie, absolutamente nadie, resiste un análisis pormenorizado de sus contradicciones en todas las etapas de la vida. El problema es que ahora ya nadie habla de construir futuro, todo es para ya.