Se sabe que el desempleo es de lo peor que puede pasarles a las personas y las familias. Porque significa pobreza y miseria, hambre y desnutrición, techo muy precario, grandes carencias en salud, educación y recreación, alta corrupción y fuerte deterioro ambiental. La falta de trabajo también es la certeza de no poder acceder a una pensión ni a ahorros para asegurarse una vida digna en el inevitable y duro momento de la vejez. Y puede llevar a complejos problemas emocionales porque el trabajo también es la primera necesidad vital de los seres humanos.
Pero se entiende menos que el desempleo además significa, y ni se diga si es tan alto como el de Colombia, con 16,1 millones de personas sin trabajo, sin contar estudiantes, un verdadero crimen contra el conjunto del progreso nacional. Porque además genera subdesarrollo económico y más desempleo y pobreza, verdad que no se debate como problema fundamental del país, en razón de que aquí mandan quienes no quieren poner a Colombia en primer lugar, por parecerles suficiente que apenas el veinte por ciento lleve vidas parecidas a las de Dinamarca, en tanto a los demás los condenan a sobrevivir en Cundinamarca.
En su evolución, por el aumento de la cantidad y calidad del trabajo, los seres humanos nos convertimos en una especie de la naturaleza capaz de producir más bienes que los mínimos que necesitamos para sobrevivir, es decir, que generamos excedentes capaces de acumularse de muchas maneras, bienes que están en la base y promueven el progreso general de las naciones y las personas. Piénsese en las obras de infraestructura, las instituciones educativas y hospitalarias, las fábricas y los campos cultivados, todas riquezas fruto del trabajo simple y complejo acumulados, que a su vez sostienen y generan más empleos y nuevas fuentes de ahorro y riqueza.
Cada vez que analicemos entonces el enorme desempleo nacional no solo asumamos la actitud democrática de criticarlo por los inmensos sufrimientos que genera. También rechacemos el desperdicio de la capacidad de trabajo de los colombianos, el principal e insustituible factor de creación de riqueza y progreso social del país. Dicho de otra manera, detrás de cada desempleado de hoy están el subdesarrollo productivo y el desempleo y la pobreza de mañana, amenazando incluso a los descendientes de quienes hoy no lo padecemos en carne propia. Y esa falta de trabajo, de otra parte, al no estimular capacidad de compra, también lastra poder producir nueva riqueza y más y mejores empleos.
Por ello dijo Friedrich List –junto con Hamilton, unos de los padres de la industrialización y el desarrollo capitalista de EEUU–, “El poder producir riqueza es, por consiguiente, infinitamente más importante que la riqueza misma… Esto es más cierto en el caso de naciones enteras que en el de individuos particulares”. Y esta verdad irrefutable, que ha orientado a todos los países exitosos, no ha estado al mando en Colombia, en especial desde 1990, cuando decidieron profundizar hasta el absurdo los errores que venían del pasado.
Es falso, por tanto, la afirmación de Duque y demás dirigentes neoliberales acerca de que en Colombia estamos haciendo lo mismo que han hecho los países que han salido del subdesarrollo y la pobreza. Entre otras razones, porque la actual globalización consiste en obligarnos a importarles a ellos lo que podemos producir aquí –base del alto desempleo nacional–, al tiempo que nos dejan cómo única alternativa para financiar las importaciones y deuda externa exageradas, las exportaciones mineras y las de los mismos productos agrarios de siempre, los cuales además ni siquiera necesitaban de TLC para venderse en el exterior (otra falsedad). “Hagan lo que les decimos, no lo que hacemos”, es lo que ordenan los mayores poderes globales.
Renegociar los TLC, para poder crear más empleo y más riqueza y reducir la desigualdad, debe ser la base de un gran pacto nacional, social y político, capaz de encauzar a Colombia por la vía de su verdadero progreso, para el que tiene territorio y gente con qué lograrlo.
Coletilla: el problema de los colombianos ya no es el minDefensa Holmes Trujillo, sin duda indigno de ese cargo porque viola las leyes y engaña y miente con todo cinismo. El problema ahora es Iván Duque, quien lo sostiene en el cargo, mandándoles además un pésimo ejemplo de malas conductas y peor gobierno a los colombianos, incluida la fuerza pública, y a la comunidad internacional.