Hoy estuve celebrando mis 48 años de nacimiento, el pasado 9 de diciembre cumplí 34 años de haber llegado a Bogotá y el próximo 11 de marzo cumpliré 22 años de haber regresado completamente para fijar mi residencia de lleno, aunque en ocasiones he querido huir al campo de toda la debacle que se vive en la ciudad.
Estuve en Francia en el año 1989 y por seis meses donde pude saber que el sofisma europeo que se nos vende exige muchos más sacrificios de los que un ser humano podría soportar, viaje a Medellín y allí estudié después de haber sido “sacada” de una Universidad Católica, Apostólica y Romana en plena vigencia del Concordato a causa de evidenciarse, no solo mi homosexualismo sino mi travestismo y el ejercicio de la prostitución. En aquella época tal y como ahora estábamos, las personas que no éramos calificadas como normales condenadas a la segregación y se impedía el ejercicio de nuestros derechos de amar, de expresarnos, de ser…aún recuerdo la primera vez que asumí mi identidad femenina plenamente y me vestí para un concurso con atuendos propios de los 80 y lo gané. Desafortunadamente no tengo fotos de aquellas épocas porque mi madre biológica, las destruyó cuando enfermé en el 2002 y me tuvieron que extraer un tumor que me obligó a aprender a caminar nuevamente, a hablar, a recuperar la fijación de la visión y otras cosillas más que no vale la pena contar ni recordar.
En aquella época, los 80, vivimos la difícil pero feliz y retadora clandestinidad, en aquella época fuimos mostradas como anormales, vector de infecciones de trasmisión sexual inclusive el SIDA (poco se hablaba de VIH) y las meretrices travestis, aún no se posicionaba el término transgénero o trans, fuimos juguetes sobre los que se ejerció todo tipo de violencias justificándola en la moralidad que hasta defendía la Carta Magna de 1886. Las cosas cambiaron y aún siguen cambiando entre cosas por la despenalización de la homosexualidad, porque está orientación sexual ya no siguió considerándose una enfermedad y porque constitucionalmente se garantizó el derecho a ser de todo ser humano en nuestro país, aunque en la práctica muchas cosas sigan igual o peor porque la visibilización también trae sus consecuencias.
Ayer como ahora se nos siguen exigiendo a las mujeres lesbianas, a los hombres gais, a los hombres y mujeres bisexuales, a las travestis, transformistas y transexuales comportamientos y formas de ser y hacer heterosexualizadas como únicas formas de ser y hacer morales y políticamente correctas. Desafortunadamente muchas y muchos de Nosotras y Nosotros caímos en ese juego y nos hemos heterosexualizado y exigimos de nuestros pares conductas y formas de proceder que les mimeticen en la sociedad o que por lo menos no evidencie de forma tan evidente (valga el pleonasmo) unas conductas propias de personas que reclaman formas de ser y hacer a partir de sus deseos y formas de ser y hacer.
En tiempos de pandemia se han cerrado territorios, localidades, para contener el “bicho”, recuerdo cuando este calificativo se lo dábamos al virus del VIH, pero olvidamos que pese a la exigencia de comportamientos heterosexualizados, Ellas y Ellos no han tenido las mismas oportunidades y no solo debido a su orientación sexual sino a muchos factores tales como la pobreza, el desarraigo, el no acceso a los bienes y servicios del Estado y a ese asistencialismo sin procesos con el que se intenta institucionalmente acallar las voces que reclaman del Estado Social de Derecho el cumplimiento de sus obligaciones para garantizar el ejercicio de sus derechos pero que solo responde exigiendo corresponsabilidades que son difícilmente cumplibles.
Las soluciones a la debacle moderna causada por el SARS-COV2 parecen lejanas pero lo prohibitivo desligado de medidas de mitigación social distancia cada vez más la recuperación de la credibilidad en las instituciones, más aún cuando la mentira parece ser el sofisma de distracción utilizado por quienes elegimos o contribuimos a elegir por acción u omisión, los destinos de nuestros territorios y de nuestro País, entonces el después aparece tan incierto como el ahora y como en alguna oportunidad consideramos nuestro ayer.