Hace unos días se cumplieron 66 años de la primera transmisión de televisión en Colombia, el entonces presidente GR. Gustavo Rojas Pinilla la trajo para utilizarla como el medio más efectivo para hacer propaganda de su gobierno. El General había conocido la estrategia de la Alemania nazi y su intención era copiar el uso de la televisión y replicarla en Colombia.
Rojas Pinilla utilizó su imagen como propaganda para crear un consenso popular gracias a su elocuencia en temas paz y progreso, constituyendo una iconografía populista que empleó intencionalmente y la televisión fue su mejor aliado en el periodo que duró su dictadura: 13 de junio de 1953 a 10 de mayo de 1957.
De ahí en adelante, los medios se convirtieron en las barricadas de uno y otro bando para conseguir el impacto mediático que se requiere para buscar adeptos, para persuadir a los indecisos y “acabar” con los detractores. Los medios de comunicación son el quinto poder que debería ser de control social y político.
Canal Capital, en el caso de Bogotá ha sido ese medio que han necesitado y ha sido abusado por las administraciones distritales. En la Bogotá Humana, el canal fue altamente cuestionado por la censura que varios de sus periodistas sufrieron por no estar de acuerdo con la línea editorial y en contra de las políticas del gerente de ese entonces, no se podían tomar ni el café de la mañana en paz. Siempre hubo cacería de brujas y de brujos.
En la administración de la ciudad cuidadora de Claudia López ni se diga. Su gerente había aportado dinero para la campaña y su premio fue el canal. En la parrilla de programación le “sirvieron” una “Mesa Capital” a un candidato al senado, que luego se fue hacer una contra campaña presidencial y terminó en las huestes del Pacto Histórico. No hay dudas que el canal se utilizó para hacer propaganda política, así, la gerente, el senador electo y la alcaldesa no lo acepten.
La campaña presidencial actual debe ser analizada en las facultades de comunicación y ciencias políticas y hasta por los futuros candidatos para aprender de los errores y aciertos. Una campaña logró llegar a los ciudadanos por medio del mensaje “Déjeme ser su presidente” mientras que el otro se impone con “Quiero ser su presidente”. En el fondo los dos quieren llegar al Palacio de Nariño, pero uno lo hace desde el pedido y el otro desde una orden, la semántica y la semiología juegan un papel importante.
La estrategia comunicacional de Rodolfo Hernández, la maneja un grupo cerrado y con alto conocimiento de cómo reducir las posibles crisis, están atentos 24 horas y resuelven rápidamente el error. No importa ofrecer excusas y dar reversa si es necesario. Sus integrantes están donde debe estar, tienen timing y mucha frescura en su discurso, en resumidas cuentas, se ve la mano de Ángel Becassino. Un argentino que ha trabajado en varias contiendas electores y conoce la pluralidad del país.
La campaña del Pacto Histórico no tiene ese sabueso que sabe dónde está el error, y si lo ve, lo obvia. Para ellos recular es un pecado capital y prefieren callar y comer sapos sistemáticos. En esta campaña todos hablan y se atormentan si uno es más mediático que el otro. No hay un seguimiento ni acompañamiento a las entrevistas de los familiares y personal cercano que hablan sin filtro y ponen en riesgo la estabilidad del país con las posibles amenazas de un estadillo social si su candidato no gana la segunda vuelta.
Ni hablamos del daño irreparable que están causando los asesores políticos con las fake news, las intrigas y sobre todo que se atrevan a dar la orden como la de un asesor digital de que “la línea ética se va a correr un poco”. La irresponsabilidad que tiene al país en la incertidumbre y en la polarización marcada por el odio y la desesperanza.