Por Laura Bonilla
En Bogotá, existen tres campañas que se autodenominan independientes, aunque su único motivo para hacerlo es haber recolectado firmas para no postularse a través de sus antiguos partidos políticos, quienes no solo los respaldaron, sino que también fueron el entorno donde forjaron sus trayectorias políticas. Ninguno de estos candidatos, en específico, Rodrigo Lara, Juan Daniel Oviedo y Diego Molano, puede considerarse ajeno a la política tradicional.
Al igual que en la década de los noventa, en América Latina estamos presenciando un resurgimiento de los “outsiders” que en Colombia se presentaron como independientes. Ahora, en primer lugar, no todos los independientes tuvieron gobiernos positivos y exitosos, y en muchas ocasiones, el hecho de no tener un partido político que los controle resultó ser aún peor. Es una ruleta rusa. Uno puede encontrarse con situaciones dramáticas para la democracia, como la de Fujimori, figuras personalistas sin un aporte significativo, como Ingrid Betancourt, o académicos que rompen con el clientelismo, como Antanas Mockus. Todo depende del individuo.
En segundo lugar, ninguno de estos tres candidatos que menciono pasa el examen de ser realmente un outsider (Ingrid Betancourt tampoco lo pasaba en los noventas). Desde la ciencia política el término se refiere a una persona que participa en el proceso político sin tener experiencia previa en las estructuras políticas tradicionales. Ni Lara, ni Oviedo, ni Molano son nuevos en esto. Puede incluso que en el caso de Oviedo se pueda argumentar que siempre fue funcionario y no político, pero es tan evidente que a los altos cargos se llega de la mano de una fuerte recomendación política que esa línea es extremadamente difusa. Lo de Lara ya es descaro: no va a lograr hacer que la opinión pública lo vea como un político fresco y menos influenciado por las estructuras tradicionales de poder.
Nuestra propia historia política de la que también deberíamos aprender además muestra que lo que hizo la crisis de partidos de los años noventa fue abrir la puerta a esas alternativas, pero que con los años se sintió cada vez más la necesidad de que maduraran en programas, propuestas y métodos serios para enfrentar cada uno de los retos en América Latina. Prácticamente todos los outsiders de la época hicieron partidos políticos o movimientos unipersonales, algunos de los cuáles se convirtieron en agrupaciones clientelistas iguales o peores que las precedentes. Los mejores casos y cosechas de la época se dieron con aquellas personas que capitalizaron su liderazgo en acuerdos políticos y procesos más colectivos, aunque eso les implicara ceder algo de su propio poder. Finalmente, el mérito de un sistema de partidos democrático es ser un canal de representación entre el ciudadano y el Estado.
La historia nos ha demostrado que las alternativas cobran sentido cuando maduran y evolucionan, y que las soluciones unipersonales que nuevamente se están promocionando en el panorama político pueden resultar bastante limitadas. Aunque muchos outsiders crearon su propio partido, la probabilidad de caer en prácticas clientelistas es la misma tanto para ellos como para los llamados independientes. De hecho, ninguno de los candidatos mencionados propone algo diferente a la tradicional contratación de amigos.
Por lo tanto, el llamado de Lara a conformar una potencial coalición de centro derecha es absurdo, ya que ninguno de ellos es verdaderamente independiente, y en caso de que se unieran en torno a la figura de Oviedo, quien tendría la mayor probabilidad de ganar entre los tres, no se garantizaría la construcción de un gobierno burocráticamente independiente. Tres candidatos independientes pueden ser perfectamente iguales a uno tradicional, con las mismas prácticas clientelistas y el enfoque en la promoción personal para otros tipos de cargos (¿presidencia, tal vez?).
Es hora de desmitificar la independencia como un indicador de buen gobierno, porque no lo es. Hoy, la ciudad necesita un equipo calificado y responsable que se enfoque en abordar la seguridad y la movilidad, al tiempo que preserva los avances logrados en inclusión y servicios sociales. ¿Es mucho pedir? Tal vez. Pero como ciudadana, no quiero conformarme con menos que esto.