El asesinato de la ecuanimidad

La que vivimos en las pasadas elecciones (junio 2022) no es la mayor polarización en nuestra historia. Solo basta oír los testimonios terribles de la violencia política que azotó al país antes del Frente Nacional, que logró calmar semejante situación pero que introdujo nuevos problemas estructurales que hoy sufrimos. En esa época oscura se mataba regularmente por no ser del mismo partido. A los niños se les enseñaba a odiar al contrario, y así, cuando grandes habían acumulado tanto odio que podrían matar por su convicción. El imperio de la brutalidad.

Una época muy oscura de nuestra historia, que no ha pasado del todo. Cada día registramos muertes de defensores del medio ambiente, de líderes sociales y matanzas de grupos de personas, vinculadas con el poder sobre la tierra, con fines que van desde narcotráfico hasta ganadería. A algunas de esas muertes las relacionan a la fuerza con ideología política, vendiendo que los cuidadores de la naturaleza o los que ejercen liderazgo en las comunidades son comunistas.

La polarización

En la segunda vuelta de elecciones a la presidencia se presentó la máxima exacerbación de las diferencias entre derecha e izquierda, así los candidatos no fueran exactamente de lo uno o de lo otro. Rodolfo, por ejemplo, que se presentaba como anti-sistema, terminó siendo el salvador de la derecha con todo el apoyo indeseable del uribismo (que se sabía que restaba). Y un Petro tirado al centro fue regresado por la polarización a la izquierda extrema, a la de los guerrilleros. Aunque Rodolfo insistió e insistió en que los apoyos no significaban negociaciones burocráticas ni de principios, los petristas lo enmarcaron en una derecha desprestigiada, después de años de gobiernos impopulares y en parte vilipendiada por fracciones de la misma derecha. Y aunque Petro insistió en desdibujarse de su pasado de lucha extrema, los uribistas dictaron las consignas que finalmente debieron adoptar los rodolfistas para señalarlo de guerrillero, chavista, comunista y peligroso.

Las propuestas, aunque fueron madurando a lo largo de las mismas campañas, no eran el eje central para cautivar votos sino el desprestigio del oponente independientemente de que sus argumentos fueran ciertos, medio ciertos, medio falsos o francamente falsos. Cualquier detalle en la vida, cualquier episodio dudoso o malo por pequeño que fuera, fue elevado a escándalo por los de la campaña contraria.

Una mirada práctica de la política en nuestra sociedad descubre el enfrentamiento estructural de dos realidades: unos luchando por mejorar su mal estatus y otros luchando para que todo permanezca igual para que su buen estatus se mantenga y se mejore aún más. Y en medio de un conflicto así, unos pocos intermediando esas tensiones tan fáciles de canalizar en odios y miedos para obtener beneficios propios, de estatus también. Esa combinación de poder económico y político que podemos significar con estatus.

Esos intermediadores son quienes, relativizando los principios y valores, logran adaptar cualquier mensaje conveniente a la causa en que están interesados para manipular a todos los demás que simpatizan o son susceptibles de simpatizar con esa misma causa. En nuestra época, llena de información, esos intermediadores son principalmente los políticos, los periodistas y los economistas. Bueno, no en el sentido noble de esas profesiones. Los opinadores que construyen opinión desde su propio interés y no del interés común, son capaces de crear tendencias de opinión a partir de mentiras. Nada que la humanidad no conociera hasta nuestros días, pero ahora fuertemente amplificado por las comunicaciones tan fáciles como son las de las redes sociales sobre internet, movidas por influenciadores y “bodegas” de “troles” acosadores.

El asesinato de la ecuanimidad

Las estrategias así concebidas conducen a mensajes inmorales de campaña, como la destrucción de los oponentes flexibilizando el concepto de ética a través de las “bodegas” que se encargan de ridiculizar al oponente y burlarse desquiciantemente de él, con mensajes emitidos para reforzar las “tribus digitales” en las que millares de personas en proceso de volverse fanáticas terminan efectivamente siendo fanáticas.

Así manipulados es fácil que se construya una enorme mayor indignación al observar pruebas en que estas sucias estrategias fueran compartidas desde las directivas de la campaña incluyendo al candidato correspondiente, pero simultáneamente ignorar a propósito que del lado oponente el mismo tipo de estrategias no pudieron haber provenido de una generación espontánea sino también de unos directivos que organizaron a las huestes de troles para que hicieran su acoso, o para idear artículos de opinión disfrazados de periodismo y hasta carátulas impactantes de revista para echar el mayor ácido posible sobre una herida e infringir el máximo dolor concebible (ver carátula de la revista Semana antes de elecciones). Construyendo el desprestigio general cruzado entre todos.

Resulta obvio que alguien que cae en fanatismo no tenga pensamiento crítico y por ende, su ecuanimidad haya desaparecido completamente, lo cual les permite seguir órdenes que se disfrazan en consignas que siguen juiciosos. De todos los demás generadores de esa sucia opinión o influenciadores no se podría esperar algo diferente, dado que sus móviles de manipulación no son los mismos que el de los fanáticos que fabrican sino la eficiencia de su trabajo sin responsabilidad política alguna. Y no se diga de los politiqueros que cayeron en sucesivas incoherencias, desprestigiando a un candidato que después apoyaron, mostrando que a ellos tampoco les preocupa la responsabilidad política sino solo su conveniencia.

Pero verificar que mentes notables, conocidas por su pensamiento crítico, se hayan dejado llevar por el vórtice de los desprestigios sólo para forzar una explicación para su decisión de apoyar a tal o cual candidato que les resultaba muy difícil argumentar, fue francamente triste. Estos notables generaron un desconcierto incalculable al invitarnos a ver en primera fila al asesinato de la ecuanimidad.

Sin estos faros de claridad y ecuanimidad un país va, pero no sabe bien para dónde va. En la pasada campaña se apagaron muchos de esos faros. Un costo altísimo, con el agravante que no se nota en el presente. Es necesario que reflexionen con la humildad de conocimiento que caracteriza a los sabios para que retomen su misión de faros intelectuales para los demás colombianos.

Y finalmente ¿en qué quedó toda esa rabiosa polarización?

Salvo el uribismo, todos los demás partidos políticos no quisieron alinearse en la oposición a la propuesta del presidente electo. ¿Cómo entender que después de toda esa hiel desplegada, conservadores, liberales, de la U y demás, terminaron anunciando que estarían como máximo en independencia? ¿Cómo explicar sus volteretas (propias de trapecistas) sin ningún recato? Los colombianos debemos aprender esta lección de realidad: todo fanático de politiqueros termina siendo idiota útil; ellos van por sus intereses y difícilmente priorizan el interés común. La única vía es cultivar siempre el pensamiento crítico y mantener la ecuanimidad.

 

* @refonsecaz