En los vastos reinos del comercio y las finanzas, donde los sabios dibujan gráficos como astrólogos y los mercaderes leen datos como augurios, comenzó a oírse un extraño murmullo. Era un susurro que venía del gran reino del Norte, donde los ministros del trabajo anunciaban que el ejército de trabajadores se debilitaba… pero curiosamente, los nuevos reclutas seguían llegando en abundancia.
Aquella contradicción confundió a todos: unos veían señales de enfriamiento y vendían sus tesoros, mientras otros celebraban, confiados en que la Gran Reserva (la Fed) bajaría pronto sus hechizos de tasas.
Los oráculos recordaban que hace unos meses la probabilidad de un recorte era de 95%, luego cayó al 40% y ahora, con los nuevos presagios, ascendía al 70%. Aun así, todos coincidían en algo: el reino del Norte estaba lejos de caer en desgracia. Más al sur, en las tierras calientes de Latinoamérica, la marea no era tan benévola.
El poderoso S&P 500 había tropezado, el dólar volvió a inflarse como un dragón irritado, y las monedas de la región se debilitaban, arrastradas por los vientos globales de temor. Muchos sabios decían que era inevitable: tarde o temprano, las monedas debían ajustar su valor frente al fortalecimiento del Dólar-Dragón (DXY).
En el reino colombiano, sin embargo, algo inquietaba a los guardianes de la economía: el peso llevaba semanas fortaleciéndose como un guerrero invencible, quizá demasiado. El brillo excesivo en su armadura despertaba sospechas de un desequilibrio por venir.
Más al sur, en Chile, el destino escribió un capítulo político lleno de giros. La dama Jara ganó la primera batalla electoral por un suspiro, pero la suma de los ejércitos de derecha mostraba una fuerza mayor para la gran guerra final. Además, el reino chileno ya había celebrado con una bolsa subiendo más del 50%, así que una toma de ganancias era casi inevitable.
Cuando llegó el resultado electoral, el mercado no se sobresaltó: ya lo tenía tatuado en sus profecías. Los sabios comparaban Chile y Colombia. En ambos reinos, la izquierda parecía tener un techo entre 25% y 30%, pero a diferencia de Chile —donde todos los caballeros fuertes eran de derecha— en Colombia reinaba el caos: derecha, centro y outsiders se batían en el mismo tablero, creando un torbellino de incertidumbre.
La gran encuesta CNC reforzó este misterio. Cepeda lideraba con cerca del 21%. Abelardo, un caballero inesperado de la derecha, sorprendió a todos con su ascenso rápido. El centro ocupaba el tercer y cuarto lugar, y Roy Barreras vagaba lejos del podio. Del pueblo, un 31% seguía sin decidir, como aldeanos aguardando señales en el cielo. Los augures del reino concluían: el próximo gobernante saldría probablemente de los primeros cuatro nombres. Y Cepeda, aunque líder, no tenía cómo vencer en primera ronda. Mientras tanto, el reino colombiano celebraba su crecimiento económico.
El tercer trimestre mostró un poderío del 3.6%, superando lo esperado. Diez de doce gremios prosperaron: el gasto público se disparó como un cofre abierto, el comercio minorista floreció, la recreación y la cultura cantaban con júbilo, y hasta el sector financiero revivía. Pero no todo era festejo: los sabios advertían que crecer a punta de gasto y consumo era como construir un castillo sobre arena. La inflación podía despertar, el déficit engordaba y la deuda pública comenzaba a gruñir.
Fue entonces cuando los guardianes revelaron el verdadero monstruo: la Montaña de Deuda. Meses atrás, cuando el peligro parecía inminente, Crédito Público había evitado emitir TES largos —para no enfurecer a los mercados— y eligió armas de corto alcance: TES cortos, créditos externos y trucos colaterales. Aquello aplazó la batalla, pero no la ganó. Ahora la montaña reclamaba su tributo. El año 2026 aparecía en el horizonte como un dragón gigantesco: vencerían cerca de 68 billones en deuda —el triple de lo habitual— y no habría escapatoria.
El reino tendría que emitir TES largos, quisiera o no, y los mercados ya estaban ajustando sus precios para ese futuro inevitable. Los maestros concluyeron: —No es un mal nuevo, ni un dragón recién nacido. Es el mismo que vimos en junio y julio… solo que esta vez ha despertado con más hambre. Y así, en medio de presagios mixtos, monedas que se fortalecen demasiado rápido y montañas de deuda que exigen atención, los reinos financieros siguen adelante, atentos al próximo capítulo en esta crónica que nunca descansa.
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