El código de conducta pirata de Bartholomew Roberts, establecía que “todo hombre tiene voto”. En los barcos piratas en los siglos XVII y XVIII, cada hombre tenía derecho a un voto en las decisiones importantes como elegir al capitán, repartir el botín, o establecer el rumbo del barco. La tripulación podía mediante votación destituir al capitán por incompetencia, cobardía, corrupción, o crueldad. Este sistema reflejaba la necesidad de mantener la cohesión en comunidades cerradas y marginales donde la cooperación y la lealtad eran esenciales para la supervivencia.
Mientras en los barcos mercantes y militares imperaba la tiranía, la jerarquía y el elitismo, en las naves piratas hombres marginados aplicaban los principios de Atenas. La mañana antes de la tarde de la batalla de Platea, los griegos eligieron a su general y una tarde en el Campo de Marte, los romanos eligieron senador a Cesar.
Occidente ha votado desde siempre, pero fue solo desde que unos oscuros abogados franceses decidieron asesinar a un rey, que el voto dejó de ser la expresión del individuo soberano, para convertirse en la expresión del pueblo, de la voluntad general, en una expresión abstracta de la virtud que es independiente de la forma gobierno, porque los hombres pueden equivocarse en su voto, pero moralmente la voluntad general no, porque no es la suma de los individuos, ni de los intereses privados, sino la expresión de la pureza que anula todas las voluntades particulares y es interpretada y ejecutada por el Elegido.
El Elegido es aquel que encarna la voluntad general y por lo tanto solo él puede ser elegido, aunque para ello sea necesaria una suspensión temporal de la legalidad. Esta invención ajurídica que está en el desarrollo conceptual de la volonté générale de Rousseau supone que toda elección es un referéndum y dicho referéndum solo puede ser positivo respecto del Elegido porque en cualquier caso, independiente de su valor cuantitativo, es un ejercicio de soberanía.
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Estas antiguas paradojas de El Contrato Social, oscuro texto inspirador de todos los crímenes modernos, han sido retomadas por todos promotores de las ideologías antiliberales, en cualquier punto del extremismo político, para invalidar las constituciones democráticas sobre el la base de que la voluntad general, etiquetada como soberanía popular, es “poder constituyente”, divino, inspirado e intangible, convertido en legislación por el Elegido, aunque dicha legislación sea siempre parcial, es derecho sin poder que para ser político tiene que transformarse en poder sin derecho. El Elegido, es la dictadura.
Lo que la narrativa política desde el ejecutivo nos está diciendo es que solo es posible elegir al Elegido, que cualquier otra figura no es legítima aun cuando obtenga la mayoría de votos individuales porque el Elegido es el único que encarna la soberanía popular que no es una entidad sujeta a lo meramente cuantitativo, porque el Elegido es la voluntad general, el poder constituyente, la soberanía popular, que es más que la suma de los individuos, individuos que por su egoísmo han impedido que el Elegido avance en el consecución de la felicidad colectiva y la implantación del bien común, por lo tanto las lecciones son un atentado contra la salvación, una acción facciosa y conspirativa contra el advenimiento del hombre nuevo, en un mundo donde todos seamos Aureliano. Frente a esta visión profética no cabe oponer el realismo político. Un mito solo se vence con otro mito.
Jaime Arango
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