Hace cuatro años acepté al actual presidente Gustavo Petro ser su fórmula a la Vicepresidencia. Quise acompañarle en esa loca aventura, porque la propuesta programática de la Colombia Humana resonaba políticamente con mis luchas y propuestas como congresista y con mis principios éticos de cara a vivir en un país en paz con justicia social. Obtuvimos 8 millones de votos, quizá más, y abrimos el camino para los recientes resultados que millones de ciudadanas y ciudadanos apoyamos con alegría y esperanza. Votamos por el Cambio, votamos por la paz, la justicia social y la justicia ambiental. De esta manera, suele sintetizar el presidente, Gustavo Petro, los retos que aceptó asumir, al lado de la vicepresidenta Francia Márquez durante estos cuatro años.
He celebrado muchas de las acciones puestas en marcha durante cerca de 40 días de gobierno , como han sido los siguientes : suspender los bombardeos cuando se sospecha que en los campamentos hay niñas y niños reclutados ilegalmente por guerrillas o fuerzas criminales ; suspender las llamadas “batidas “ por parte del ejército , para reclutar sin cumplir el debido proceso , a jóvenes para el servicio militar ; el uso del glifosato para la destrucción de cultivos de cocaína y priorizar la erradicación manual ; las medidas tomadas en las cúpulas del ejército y la policía ,para garantizar que quienes estén al frente , sean personas que cumplan su tarea constitucional en el marco del respeto a los DDHH; la propuesta de reforma tributaria que busca que las personas más ricas paguen más impuestos y de esta manera el Estado colombiano pueda cumplir su tarea de garantizar una vida digna para quienes habitamos este territorio ; promover una política de productividad en el sector agrícola que nos permita enfrentar el hambre que padecen más de 7 millones de personas, entre ellas niñas y niños que no cuentan con las tres comidas diarias ;la reanudación de las relaciones con el pueblo hermano de Venezuela ; la propuesta de paz total, para erradicar de una vez por todas las violencias y la muerte que ronda en especial en lugares que le dieron el Si al Acuerdo de paz , pero que hoy viven entre el horror y la zozobra ; el compromiso de adelantar una tarea pedagógica en torno al Informe de la Comisión de la Verdad en muchos ámbito de la sociedad colombiana y hacer realidad el No matarás , como lo señala uno de los tomos del Informe, y un basta ya al odio y la cultura de la muerte .
Y podría señalar muchas más acciones propuestas por el presidente y su equipo de gobierno, un gabinete cuyas designaciones, salvo algunas excepciones, han sido muy bien recibidas entre quienes hemos creído en este cambio urgente, democrático, profundo. Celebro éstas y muchas más acciones. Celebro a un presidente cuyo talante conciliador se ha hecho evidente desde su triunfo: el llamado a un gran acuerdo nacional, para tejer este país roto por las guerras de guerras que hemos vivido.
Pero las feministas estamos no sólo para aplaudir sino también para provocar, para molestar, Habito un feminismo que en ocasiones aburre, perturba y puede resultar transgresor . En días pasados dos hechos a raíz de las designaciones de Cielo Rusinque en el Departamento de Prosperidad Social y Concepción Baracaldo en la dirección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar alborotaron las barras bravas del petrismo. A quienes rechazamos dichas designaciones, cuyas razones están consignados en dos comunicados que circulan de manera profusa en las redes sociales , nos han tratado de pandilleras, mafiosas y de ejercer violencia simbólica , argumentos muy parecidos a los que utilizaron cuando un grupo de mujeres y hombres nos opusimos a la postulación de Hollman Morris como candidato para la Alcaldía de Bogotá, por las denuncia que tenía por presuntamente ejercer violencia patriarcal en su ámbito familiar y laboral.
El feminismo como dice Sara Ahmed en su libro Vivir una vida feminista es un trabajo de memoria, es recordar eso que muchas personas quieren dejar atrás para no incomodar, para no perturbar. Esta práctica nos hace incómodas porque ponemos en el ámbito público hechos que no queremos recordar, porque no obedecemos los mandatos patriarcales, porque no callamos, porque somos intensas. Porque en ocasiones, en medio de las celebraciones y los reconocimientos políticos a los cuales también nos sumamos, en medio de todo ello, también podemos ser aguafiestas.