Colombia lleva décadas discutiendo educación como si el problema fuera únicamente de cobertura o de presupuesto universitario. Ampliar cupos universitarios, financiar matrículas o prometer gratuidad ha ocupado buena parte del debate público. Sin embargo, los resultados del mercado laboral muestran un sistema educativo desconectado de las necesidades productivas del país, y esa desconexión se traduce en desempleo juvenil, informalidad y frustración social.
Mientras el país forma cada vez más profesionales universitarios y todo el enfoque de política pública y legal sique enfocado en formación universitaria, la demanda laboral se concentra en niveles técnicos, tecnológicos y de formación media. Las empresas buscan competencias específicas, habilidades prácticas y capacidad de adaptación, pero el sistema sigue privilegiando trayectorias largas, rígidas y poco articuladas con el mundo del trabajo. El resultado es un desajuste estructural: jóvenes con títulos que no encuentran empleo y sectores productivos que no consiguen el talento que necesitan.
Aquí es donde la formación técnica y tecnológica, los ciclos cortos y la formación dual dejan de ser un complemento y se convierten en una prioridad estratégica. No se trata de “educación de segunda categoría”, como a veces se caricaturiza, sino de trayectorias formativas pertinentes, flexibles y con alto retorno social. Países con bajos niveles de desempleo juvenil —como Alemania, Austria o Suiza— construyeron sistemas donde estudiar y trabajar no son mundos separados, sino partes de un mismo proceso.
La formación dual permite que los jóvenes aprendan en el aula y en la empresa al mismo tiempo, desarrollando competencias, experiencia laboral y redes profesionales. Los ciclos cortos, por su parte, ofrecen rutas más ágiles para insertarse en el mercado laboral, con posibilidad de acumulación de créditos y movilidad posterior hacia niveles más altos de formación. Este enfoque reconoce una realidad fundamental: no todos los jóvenes tienen las mismas condiciones económicas, ni los mismos tiempos, ni los mismos intereses, y el sistema educativo debe adaptarse a esa diversidad.
Además, este tipo de formación tiene un impacto directo sobre la equidad y la movilidad social. Para jóvenes de hogares vulnerables y con distintos intereses, los ciclos cortos y la formación técnica permiten generar ingresos más rápido, reducir la dependencia económica y construir trayectorias laborales ascendentes. No es casual que los países con sistemas robustos de formación técnica tengan menores brechas salariales y mayor cohesión social.
El impacto sobre el empleo juvenil también es significativo. Colombia registra tasas de desempleo juvenil persistentemente altas, incluso en periodos de crecimiento económico. Parte de esa exclusión se explica por la falta de experiencia laboral y por una formación poco alineada con la demanda (además de un salario mínimo desconectado de las realidades sociales y económicas del país). La formación dual rompe ese círculo vicioso: el joven no sale al mercado “sin experiencia”, porque ya ha trabajado mientras se forma.
Sin embargo, avanzar en esta agenda requiere cambios profundos. Primero, una revalorización cultural de la educación técnica y tecnológica, que deje de verse como un camino residual. Segundo, una articulación real entre el sistema educativo, el sector productivo y el Estado, con incentivos claros para que las empresas participen en la formación. Tercero, marcos regulatorios flexibles que permitan combinar estudio y trabajo sin barreras innecesarias. Y cuarto, información transparente sobre trayectorias laborales, salarios y empleabilidad, para que las decisiones educativas se tomen con evidencia. A pesar de muchos esfuerzos la desarticulación entre el Ministerio de Educación, el Ministerio de Trabajo y los ministerios sectoriales, impiden agilizar la certificación y autorización de diferentes ofertas de formación.
Cerrar las brechas de pertinencia educativa es una decisión política por la equidad y la movilidad social. Apostar por la formación para el trabajo es apostar por una sociedad donde el esfuerzo tenga retorno, donde la educación abra puertas y donde la movilidad social no sea una promesa vacía. Tanto el gobierno como el congreso tendrán la oportunidad de transformar la educación y el mercado laboral para la juventud colombiana abriendo oportunidades en lugar de preservando privilegios.
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