El maestro Eduardo Umaña Luna, me escribió desde Madrid en una bella postal el 10 de noviembre de 1987: “Dura y fructífera experiencia la de este obligado “paseo” de observación y análisis, al lado de la tarea del Colectivo. Son más las ausencias que las presencias de las gentes afines. Por lo menos, sorprendente ¿Verdad? Ojalá sea 1.988 propicio al anhelado regreso a las patria tan anclada en nuestros corazones”.
Fue mi lectura del informe “COLOMBIA FUERA DE COLOMBIA. Las Verdades del exilio”, de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, CEV, que me trajo a mi mente sus palabras de la mano con las reflexiones sobre mis propios años de exilio.
Me vi obligado a salir del país por primera vez a finales de 1994 hacía Bruselas, Bélgica para defender mi vida e integridad. En Europa le hice frente al desafío de lo que significa habitar fuera de nuestras fronteras trabajando lo internacional. Junto con otras defensoras y defensores de los derechos humanos, abrí camino ante la ONU para que se creara en 1997 la Oficina Permanente en Colombia del Alto Comisionado que supervisa la situación de los derechos humanos en el país, lo que más le dolía y le sigue doliendo al Estado colombiano.
Como se recordará, la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, Viena 1993, a la que asistimos unas 7.000 personas de la sociedad civil de distintas partes del mundo, creó la figura del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
En mi segundo exilio de agosto de 1999 en Washington D.C., me acogió el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional, CEJIL, una buena escuela sobre el formato de litigio de los casos de víctimas de graves violaciones en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos asumidos por el CAJAR. Entre ellos están las masacres de Mapiripán y la Rochela, y el holocausto del Palacio de Justicia; casos que ganamos, y las amenazas y los hostigamientos y persecución contra los integrantes del CAJAR, que se ventila actualmente ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Positivo el balance, entonces, pero no es todo el cuento. El informe de la CEV se refiere al colega Hernando Valencia Villa, a quien conocí de cerca debido a nuestro trabajo de defensa y promoción de los Derechos Humanos, DDHH, en Colombia como integrante de la Comisión Colombiana de Juristas y luego en su actividad de procurador de DDHH de la Procuraduría General de la Nación. Siendo procurador, investigaba a los responsables de la desaparición forzada y muerte de Nydia Erika Bautista en 1987, quien militaba en el Movimiento 19 de abril -M-19- y por tal motivo le tocó salir del país. En el exterior, coincidimos los dos, él como Secretario Ejecutivo Adjunto de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a partir 1998 y yo en representación de las víctimas cuyos casos del CAJAR que tramitaba en esa instancia.
Gracias al informe de la CEV, conocí el relato en el exilio del exprocurador de DDHH: “La pérdida del hogar y de la patria, impuesta por las circunstancias vitales, elegida por el individuo o resultante de la combinación de ambos factores, es una ruptura sin parangón que altera la existencia de manera irreparable y que cambia por entero la perspectiva que el exiliado tiene de sí mismo, de su mundo y de su tiempo”. Nos muestra en su testimonio “una realidad invisible, traumática y reveladora. Invisible porque no hay en Colombia un conocimiento en las instituciones ni en la memoria colectiva que recoja las experiencias de esta Colombia fuera de Colombia.
El exilio es traumático porque en palabras de la CEV “supone un profundo desgarro de los vínculos y del proyecto de vida, una violación de derechos humanos que aún necesita ser reconocida. Y reveladora porque constituye una muestra tanto de la desprotección y el olvido de las instituciones del país”. Se pregunta ¿la sociedad colombiana y el Estado serán capaces de mirarse también en esta historia y de reconocerla?
Reflexiona el informe sobre cómo el exilio no fue en vano: salvó vidas, familias, verdades y cómo es invisible por su alto subregistro y por motivos estructurales. Estoy de acuerdo. Lo peor, es que los hechos que motivan el exilio no se reconocen como una violación de derechos humanos. No hay atención, protección y acompañamiento del Estado a los exiliados.
A pesar de que interpusimos las denuncias de lo que nos pasó a tantos, estas no significaron mayor protección. Por el contrario, se incrementó nuestra situación de inseguridad y la impunidad de los casos denunciados hizo parte de la invisibilización, sumado a la desconfianza en las instituciones que brindan protección y que administran justicia. El exilio es casi siempre el último recurso después de otros hechos victimizantes sucesivos de violencia sufridos, como los desplazamientos forzados internos que le tocó vivir a nuestra colega Soraya Gutiérrez, o las amenazas o atentados contra la vida a los compañeros de trabajo Miguel Puerto, Luis Pérez y a mí.
Sí, querido maestro Eduardo Umaña Luna, cofundador del CAJAR, usted tenía toda la razón: “una pequeña muerte en medio de tantas ajenidades”. Durante el exilio predominan “la precariedad y el miedo, la separación, la soledad y el intento de volver a casa, aunque sea mentalmente, al lado de las personas conocidas, de sus familiares y amigos”, como lo dice hoy la CEV, después de 37 años de su exilio forzoso en Europa.