Vladímir Aleksándrovich Lefebvre fue muchas cosas, matemático, psicólogo, pionero de la cibernética, pensador estratégico, comunista y luego exilado, trabajó con la KGB y la CIA. Murió en California en el año 2020. Fue el creador del primer modelo matemático formal de la reflexión y los juegos reflexivos, que explica cómo los sujetos se representan mutuamente las intenciones, creencias y modelos mentales del otro.
Esta base teórica y matemática fue luego operacionalizada por el Estado Mayor soviético y ruso como “estrategia de control reflexivo”. Sus modelos permitieron predecir cómo un adversario interpretará la información que se le suministra y diseñar operaciones de información que hagan que el enemigo llegue “solo” a la decisión deseada. En resumen, se trata de inducir al adversario a tomar decisiones que él cree que son propias y beneficiosas para sus intereses, pero que en realidad benefician al manipulador.
Dentro de está lógica de activar patrones de pensamiento preexistente y miedos profundos, el ejemplo más significativo fue la campaña de información rusa dirigida a lograr que Alemania abandonara su matriz de energía nuclear, apagara sus centrales y entrara a depender del gas ruso. El éxito de esta estrategia fue fundamental en la posterior invasión a Ucrania.
Resulta inquietante ver como variantes del modelo de control reflexivo se han deslizado en el escenario, frecuentemente caótico, de las campañas políticas, casi siempre operado por equipos amateur que incluso desconocen los principios básicos de la narrativa, no poseen investigaciones en profundidad sobre los algoritmos de decisión del adversario y confunden la comunicación política con guerra de información y el problema de la guerra de información es el mismo de todas las guerras: el azar.
Un estado puede librar contra otro una campaña de información en medio de un proceso electoral, pero en modo alguno buscando la elección de un determinado candidato, sino buscando socavar la legitimidad, o la estabilidad del estado atacado, radicalizando las partes en disputa, o promoviendo dudas sobre la credibilidad de las elecciones, o mediante control reflexivo, persuadiendo a los ciudadanos de abstenerse porque no tienen nada que ganar y que nada va a cambiar, sin embargo es cada vez más usual que este tipo de “medidas activas” se ejecuten como parte de la estrategia de comunicaciones entre candidatos en un mismo país. Por ejemplo, tratar de hacer creer a los seguidores de un candidato que lidera las encuestas de que no pueden ganar, incluso cuando ese candidato y sus competidores son victimas de un plan de guerra política y campañas de información de grado militar, desde el gobierno al que buscan reemplazar.
En la guerra de información a gran escala también se han desarrollado modelos como Firehose of falsehoods, “manguera de mentiras” que consiste en publicar tantas mentiras que sea imposible desmentirlas todas, o el Astroturfing emocional que es crear la ilusión de que “todo el mundo piensa X” por ejemplo, bots amplificando “From the river to the sea” o “Ucrania es nazi. La pregunta frente a estos recursos, que son militares y de inteligencia, es qué tan útiles pueden ser para un escenario de comunicación política y la respuesta es que son destrozos casi siempre para las campañas y candidatos que los usan.
Una elección no es una guerra, aunque metafóricamente puede describirse como tal, y si resulta que en realidad si es una guerra, entonces ya no es una elección sino un reacomodamiento del poder y un cambio del sistema político. Muy importante, en este momento, tener la mayor claridad sobre qué es lo uno y qué es lo otro. Pero en todo caso, no confundir la simple guerra entre políticos, con la magnitud catastrófica de la guerra política.
Jaime Arango
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