La no prosperidad en las tierras de la coca

La realidad en las tierras cocaleras y sus habitantes va mucho más allá de la erradicación del cultivo de la coca. Aun cuando pudiésemos en un instante desaparecer los cultivos ilícitos y la violencia de los grupos armados que los acompañan, los déficits acumulados de valores sociales y de prosperidad son tan protuberantes que el resultado probable sería de total pobreza y decadencia para unos colombianos que paradójicamente se encuentran fincados sobre una tierra rica.

Hace unas cinco décadas, en tierras como las de La Planada, una vereda de Balboa, municipio del departamento del Cauca, la vida transcurría sin alteraciones superiores a las de la naturaleza misma. Campesinos pobres pero con la comida que les brindaba la prodigiosa tierra donde se asentaban. De cuando en cuando los hechos de la violencia política se manifestaban y dada la ausencia de seguridad estaban a su merced, más cuando el mismo Estado era fuente de hechos de muerte.

Una década después sus habitantes vivían una ebullición que traían la amapola y la coca. Todos tenían que ver con sus cultivos. Y todos también tenían que ver con su transformación a pasta. Y tenían dinero para comprar el mercado que ya prácticamente no producían. El orgullo familiar era que hasta los más jóvenes tuvieran su cultivo así fuera pequeño. Al lado de las casas tenían su laboratorio: una caneca grande de plástico azul en donde mezclaban gasolina y demás químicos y en la otra esquina un montón de hojas que “raspaban” cada tres meses (desprendían de las matas). Después del proceso colaban lo que quedaba en unas sábanas que permitían extraer el líquido y con ese colado hacían los bloquecitos de pasta de coca que una vez secos vendían a la guerrilla (según se acuerda la fuente). Los niños y la familia participaban en la actividad. Las mujeres tenían la obligación de alimentar a toda la familia sin recibir una paga por ello. Pero algunas lograban tener su cultivo también, aunque no por ello perdían su responsabilidad de alimentar a toda la familia.

Eran épocas de éxito y jolgorio; a todos les iba bien y tenían dinero en sus bolsillos. Había la sensación de seguridad por el orden y justicia que ejercía la guerrilla que no permitía ladrones, riñas ni consumo de drogas. Hasta dirimía las infidelidades con su forma drástica de hacerlo.
Balboa y sus veredas quedan al sur de Popayán, a las que se llega por un desvío que queda a unos 120 kilómetros por la carretera que va hacia Pasto en un lugar llamado Estrecho Patía y de ahí otros 18 kilómetros. Por aquellos tiempos la carretera desde el desvío no estaba pavimentada y el viaje se hacía largo hasta Balboa. Y peor hasta La Planada: desde el casco urbano hasta la vereda, otros 12 kilómetros interminables de vía llena de recovecos, también destapada, de penetración. Era un lugar lejano, muy lejano, desconectado del mundo.

Para la primera década del siglo empezó a desplazarse la coca, y de la amapola ya no quedaba ni rastro. Se fueron los cultivos más al occidente, hacia La Bermeja (alta y baja) a donde empezaron también a ir los jóvenes a raspar allí para conseguir dinero cuando se les acababa. Algunos otros empezaron a moverse hacia el negocio, al de traficar, en alguno de sus eslabones locales. Las tierras se volcaron a café pero con poca productividad por las necesidades de cuidar y laborar el cultivo, asunto al cual ya no había quien estuviera acostumbrado. Ni la comida se cultivaba ya bien allí. Lo que sí era usual era recibir algunos subsidios del Estado, por la tierra o por la condición social, que se empleaban en comprar los tenis de moda. Cuando la guerrilla dejó de ejercer su justicia, empezó a verse el consumo de droga complementando al trago, ya endémico en los hombres. La violencia de los diferentes grupos armados se volvió pan de cada día.

La bonanza ilegal les pasó por encima y ni siquiera la usaron para amasar algo de prosperidad. Los jóvenes no fueron a la universidad, las casas no fueron remodeladas o mejoradas, no se construyó un buen puesto de salud siquiera que asegurara a profesionales atendiendo, ni la escuela dejó de ser lo que era sin poder acceder a buenos profesores.

Ahora las jóvenes permanecen más metidas en el celular y entre los jóvenes pocos piensan en trabajar porque la cultura de la ganancia fácil se arraigó del todo. Algunos más emprendedores que lograron tener éxito y no fueron llevados a la cárcel o muertos en el intento, tienen negocio en Popayán y conservan cultivos ilícitos en las tierras más al occidente. A su manera, todos siguieron conectados al narcotráfico.

Esta pequeña reseña sobre un minúsculo lugar de nuestro territorio y sus habitantes es tan solo una luz roja que hay que mantener encendida para no dejar que la comprensión de nuestra realidad, tan difícil, sea incompleta. ¿Cómo salir de ese estado tan degenerado de las cosas? Degenerado con respecto a lo que debiera estar sucediendo en una tierra hermosa y rica de la que estuviera brotando prosperidad para su gente. Además de producir su propia comida, sus excedentes tendrían que estar alimentando a una gran cantidad de más colombianos, pero sin desmedro de grandes cantidades de productos agrícolas que estuvieran siendo exportados al mundo, con una juventud pujante participando, cada vez más educada y pendiente de cómo mejorar la calidad y la productividad, del manejo sostenible de plagas, o de cómo llegar aún mas lejos en los mercados del mundo.

¡Qué brecha tan grande, tan difícil de cerrar y tan dura! Esta es una invitación a los investigadores, sociólogos y de la economía del campo, a que ilustremos bien esta realidad y le busquemos salidas sentados en un butaco de una tienda en La Planada y no en un escritorio de Planeación Nacional o de algún Ministerio, a ver si encontramos los caminos de la prosperidad para una tierra que conserva una potencialidad enorme de ser próspera pero habitada por una gente no próspera, perdida en las marañas de las guerras en las que les ha tocado poner el pellejo, de la ausencia del Estado, de falta de educación y de buena información y que, aunque se merezcan cambiar de vida, tampoco lo van a entender.

 

@refonsecaz