Colombia es un país político. No hemos salido de ese atropellado y extenso trance de elegir representantes, senadores y presidente cuando los actores políticos desde todas sus líneas ideológicas enfilan sus equipos de trabajo electoral para responder con toda su artillería a las votaciones locales y regionales en octubre de 2023 donde se favorecerán gobernadores, diputados, alcaldes, concejales y ediles.
Esa agenda votante seguramente tomará más fuerza por culpa del drástico cambio de gobierno originado por la llegada de la izquierda a la presidencia y sus mayorías en el legislativo, que ganaron esos roles por medio de fuertes acciones estratégicas, pero obteniendo sendos triunfos con nuevas, frescas, irreverentes y cuestionadas personalidades salidas incluso del anonimato o casi borradas de la cosa política.
Con esto quiero rescatar cómo con el paso del calendario electoral, el ciudadano del común ve grandes posibilidades de llegar a ejercer un cargo de elección popular sin ser un político profesional, sin pertenecer a un partido tradicional, sin formar parte de las criticadas maquinarias y sin implorar un aval en cualquier lista. Es decir, cada persona se aferra al derecho Constitucional de elegir y poder ser elegido.
Este último poder democrático se amortigua cada vez más en la creación espontanea de los grupos significativos de ciudadanos, una figura legal que permite a una o varias personas iniciar un proyecto político simplemente cumpliendo unos requisitos exigidos por la Registraduría Nacional, como el de recolectar determinada cantidad de firmas que deben ser avaladas para ser un movimiento o candidato oficial. Así de benévolo es nuestro sistema político.
Titulaba El Espectador en una de sus ediciones digitales que: “Para 2022, siguió la tendencia de aumento de grupos significativos de ciudadanos”, lo que nos infiere a pensar la arremetida de cientos de colombianos en busca de un espacio en el poder público en uno de sus barrios, localidades, municipios, ciudades y departamentos. Será un boom comunicacional estratégico sin precedentes en donde el elector tendrá la última decisión.
Aunque las elecciones serán a finales de octubre de 2023, seis meses antes, usted o cualquier colombiano se encontrará en cualquier calle o espacio de concentración masiva de público, a personas o grupos, especialmente de jóvenes invitando en tono cordial a brindar su apoyo con su firma a un candidato o movimiento, para aspirar a cualquiera de las aspiraciones locales o regionales. La oferta será supremamente variada y a la orden del día.
En ese mismo escenario, posiblemente los aspirantes, -conocidos o desconocidos, aparecerán adornados con camisetas de un color característico, un slogan impactante o curioso, variados mensajes clave destacando una independencia total a la tradición política y un futuro alentador si consigue su objetivo de ser elegido.
En esa línea, la recaudación de rúbricas obtendrá más poderío cuando los medios de comunicación y las autoridades electorales exalten la masiva inscripción de políticos profesionales, nuevas, frescas y curiosas figuras, que por medio de la transacción de un mínimo de firmas podrán aparecer en el tarjetón como candidatos oficiales.
Resumiendo, las acciones estratégicas de recolección, – Ley 130 de 1994-, empodera al ciudadano o a los ciudadanos con diversas formas de pensar, para que fortalezcan nuestra democracia participativa en un país acorralado por dos extremos y un tambaleante centro. “La gente (…) se ha apropiado aún más de la Constitución Política de 1991, especialmente de sus derechos fundamentales”, dice Alfonso Gómez Méndez, Ex Fiscal y Columnista de El Tiempo.
No obstante, el “truquito” democrático de candidatos por firmas o el aval del pueblo, como se le define a este arduo y extenso proceso previo a elecciones, deja un sabor amargo porque el político de profesión vendiéndose como autónomo amalgama toda una maquinaria para finalmente buscar el respaldo de los caciques políticos y partidos tradicionales y, con ello, llegar con más opciones a la recta final.
La carencia de liderazgos al servicio de los ciudadanos con rasgos honestos, serios, empáticos y visionarios es indudable, pero siendo honestos, la figura Constitucional de acumular firmas por parte de cualquier individuo o grupo para hacer política abre las puertas de la esperanza en medio de la crisis. “La política (…) debe estar en todas las aguas de la vida pública y debe ser abierta, pluralista, cambiante, como lo necesita una democracia”, escribe, Yolanda Ruiz, en una de sus columnas en El Espectador.
Todas las acciones de una marca, producto, servicio o empresa – La política es una empresa – indiscutiblemente deben incluir procesos estratégicos para alcanzar los objetivos propuestos. En el caso de las rubricas, comenta María Andrea Nieto en su columna de la Revista Semana: “Recoger firmas es un ejercicio que, si se hace con rigurosidad y presencia, deja no solo la satisfacción de hacer las cosas como son, sino de tomar de primera mano el pulso de la calle”.
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