Dentro de los diferentes tipos de comportamientos humanos existe un espécimen muy particular, el zalamero que, es la persona que hace zalamería. El Diccionario de la RAE, la define como demostración de cariño afectada y empalagosa. El zalamero es la persona que demuestra cariño y afecto exagerados sólo con el fin de obtener un beneficio personal o para otros. Es la persona que todo lo asiente, que todo lo respalda, que siempre tiene comentarios sobre las bondades de quien generalmente ostenta el poder o sobre quien le sirve para algún fin, siempre querrá quedar bien para recibir provechos.
La persona zalamera es de fácil detección. Existen en todas las comunidades bajo diferentes carices, siempre con el firme propósito de estar bien con todos para obtener beneficio. Su carácter es como el viento, fluctuante y variable, y siempre se acomoda a las circunstancias para terminar por exhibir su deslealtad, jamás persona zalamera será digna de confianza.
Algunas de las características que lo hacen único: El zalamero demuestra trato afable. Siempre estará dispuesto a colaborar, a aportar para la causa a expensas de sus propios recursos. Exhibe alta generosidad en el trato y en los recursos materiales. Siempre dispuesto para solucionar los problemas de los demás y siempre atento para un café o un almuerzo, no por desprendimiento, lo hace para ganar la confianza del otro y poder traerlo a su campo para que le exhiba sus debilidades y carencias, a partir de allí tomará ventaja en la búsqueda de sus fines.
Es entrometido. A todo lugar y evento se hace invitar. Le gusta hacerse notar y no puede quedarse callado, siempre opinará bajo una falaz humildad. Le gusta darse la condición de imprescindible para la comunidad, lo que avala con su postura de “autoridad” bien sea en el conocimiento porque es sabelotodo en su rama de acción, por lo servicial y afable, o por su experiencia de vida.
El zalamero siembra cizaña. Habla mal de todos a baja voz, incluso de quien pretende agradar. Le encanta provocar disputas. El chisme le agrada. Todo el trabajo de los demás es deficiente, porque sólo el suyo es el eficiente. Su voz es la única válida, veraz y confiable. Es astuto para comprar “confianza” ajena, y sabe justamente cómo ganarla. El zalamero recibe la mano y se apropia del codo.
Es hiperemocional. Es un mar de emociones; siempre tendrá la palabra para confortar y la lágrima a flor de piel para demostrar empatía, la que capitalizará en beneficio suyo. El zalamero promedio no acepta su apariencia física, evidencia de las emociones acumuladas con las que deambula y que no han sabido trabajar.
El zalamero siempre quedará bien y sacrificará lo correcto para agradar. La hipocresía es su metal de cambio. Cambiar de opinión y asumir la posición del otro simplemente por conveniencia es hábito, aún conocedor que ello podría contrariar la ley, sabe bien que nunca arriesga nada personal. Su falsa moral le hará pensar que está por encima de todos y de todo. Reparte bendiciones por doquier. El zalamero es solapado, suele ocultar lo que piensa de manera maliciosa, para congraciarse con el poderoso del momento.
La conducta del zalamero es aprendida, se adquiere por imitación; generalmente, el zalamero es hijo y nieto de zalameros, y sus hijos también lo serán. Su quid está en el hecho de que el zalamero sabe explotar el ego del otro. Al ególatra le gustan los zalameros y se hace correspondiente, sociedad de mutuo beneficio. Mientras no se controle el ego, siempre habrá un zalamero dispuesto a reforzarlo. zalameros siempre los ha habido y siempre los habrá. La historia está colmada de zalamería, por eso es mejor tenerlos de lejitos. Al zalamero no se le combate, se le ignora. Quien es leal con todos, no puede ser leal a ninguno.