Se vienen las listas. Y cada cuatro años vuelve la misma escena: las cúpulas partidistas jugando al tetris electoral, organizando nombres como si fueran fichas intercambiables, disfrazando de democracia interna lo que en realidad es un acuerdo entre unos pocos. Y en ese juego calculado, silencioso, casi siempre quedan por fuera las mujeres que han dedicado su vida a construir país desde la ética, la coherencia y el territorio.
En Colombia tenemos una ley que debió haber marcado un antes y un después: la lista cremallera, las acciones afirmativas, la obligación de paridad. Fue una conquista histórica, arrebatada con años de movilización y exigencia feminista. Pero hoy, cuando debería ser la regla que ordena el sistema político, los partidos la tratan como un estorbo que hay que evadir, una formalidad incómoda, una letra bonita sin intención de cumplirse.
La estructura patriarcal electoral —esa que nunca se desmontó— protege a las maquinarias, a los barones y baronesas que viven del voto amarrado y del poder heredado. Esa aplanadora sigue aplastando las oportunidades reales de participación para las mujeres que llegan sin padrinos, sin alianzas turbias, sin compromisos que hipotecan su independencia.
Las mujeres que quieren hacer política desde la convicción, no desde el clientelismo, son vistas como una amenaza. Una mujer que piensa por sí misma incomoda. Una mujer que no se arrodilla altera los pactos. Una mujer que llega limpia asusta a quienes han hecho de la política un negocio familiar.
Y mientras tanto, los partidos “cumplen” con la ley poniendo mujeres, sí… pero en posiciones marginales, sin financiación, sin apoyo, sin posibilidad real de competir. Las presentan como cuota, como adorno, como trámite. Un país donde las mujeres sostienen la vida entera no puede permitirse una democracia donde solo las de maquinaria puedan llegar.
Por eso hay que decirlo con fuerza: lo que está en juego no es solo la participación política de las mujeres, es la coherencia misma del sistema democrático.
Un país donde las leyes se convierten en maquillaje termina reproduciendo el mismo orden que ha dejado por fuera a las mayorías.
En los territorios, en las veredas, en las organizaciones, en las calles, ya hay mujeres liderando procesos, mediando conflictos, defendiendo la paz, cuidando la vida. ¿Por qué no están en las listas? ¿Por qué no están en los espacios de decisión? ¿Por qué la política sigue temiéndole a las mujeres libres?
La respuesta es clara: porque una mujer libre no es funcional a las maquinarias. Pero justamente, por eso es necesaria.
Hoy más que nunca se necesita valentía política para defender la democracia de verdad, no la de papel. La lista cremallera y las acciones afirmativas no son un favor: son una obligación. Quien no las cumple, no defiende la democracia; la traiciona.
Y aquí va la conclusión combativa que el país necesita escuchar:
Las mujeres no pedimos permiso para existir en la política. Exigimos que la ley se cumpla, que los espacios se abran y que las maquinarias dejen de decidir por nosotras. Colombia no cambiará mientras su representación siga secuestrada por quienes le temen al cambio. Y ese cambio, les guste o no, viene con rostro de mujer.
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