Son los últimos. Como esos soldados estragados que vagan por la retaguardia fantasmal de una guerra que no saben que perdieron. Patéticos, acosados por el miedo y la certidumbre de la deshonra imaginan que aun hay esperanza, que hay un bastión donde podrán reagruparse y vencer. Como no existe otro mundo que su mundo no pueden aceptar que su mundo desapareció. Alguien apagó las luces de la fiesta en donde eran felices y ahora deben vivir con la ignominia de no significar nada. Ni siquiera son el pasado, porque el pasado es precisamente significación. Son los “Hombres huecos” de Elliot en el famoso poema La Tierra Baldía: “patas de ratas sobre cristales rotos en la bodega seca de nuestras provisiones”.
En el mundo de las tribus y las identidades, primero hay que tener capital simbólico para después tener capital político. El poder es significado transformado votos, o militancia, o adhesión, porque las categorías políticas han dejado de ser ideológicas. Bernard-Henri Lévy dice que solo reconoce dos categorías políticas: “la vergüenza y la melancolía”. Con esto quiere decir que en el trasfondo de la retorica política lo que prevalece es un sentimiento moral y que este sentimiento es el que realmente le da sentido al poder, es el que permite la conversación entre los lideres y la gente, cuando los políticos no tienen la capacidad para establecer esta conversación simplemente la gente los ignora.
Esto está sucediendo en Colombia con una intensidad sin precedentes, es imposible encontrar un escenario que reúna tantos candidatos que no significan nada. Gentes de un mundo desaparecido en el que el poder se ejercía sin necesidad de sentido, bastaba la mecánica, pero la sociedad se agrupó en el margen de esa mecánica, inventó un lenguaje común y se dio a sí misma una forma y un sentido y dejó por fuera a los políticos, a las elites, a los intelectuales y a los ideólogos.
Las categoría políticas dominantes en el aparato simbólico de nuestra sociedad no son los lugares comunes de izquierda, derecha y centro, ni la polarización. Lo que hay es un movimiento dramático impulsado por la desesperación y la venganza y una comunidad atrapada entre el miedo y la ilusión. Unos acusadores y otros acusados.
La dinámica política está sucediendo con el rostro de un duelo entre quienes creen tener el derecho a juzgar y entre quienes se resisten a ser juzgados, los vengadores contra los ilusionados, la estrategia de la venganza y la estrategia de la ilusión, mientras unas personas insignificantes hacen un ruido de fondo con su lenguaje “programático” y de “políticas públicas”. El tablero cambió. Ahora solo hay un programa político valido y es muy sencillo: “no me jodas más la vida”.
Estamos presenciando en tiempo real la expulsión de los políticos de la comunidad política. Algo así como el apocalipsis zombi de la clase dirigente. Esto supone un desafío inédito porque la voluntad popular espontanea no necesariamente es democrática y el impulso reivindicativo asociado a grupos sociales que justifican la violencia puede conformar un movimiento mayoritario a partir de la vacuidad de los candidatos que no representan a nada ni a nadie pero que con su presencia turbia desprestigian el sistema. Esas personas juegan el papel de agentes negativos contra el prestigio introspectivo del liberalismo, son los verdaderos candidatos antisistema, promueven la estrategia de la venganza, mientras se oponen a la estrategia de la ilusión. Los últimos de los últimos, escupiendo rencor mientras abandonan la escena de un teatro sin público.
Jaime Arango
PORTADA
Nadia Blel y su renuncia a la presidencia del Partido Conservador
“No tengo investigación formal en mi contra”: Martha Peralta
Resurrección de la Mesada 14 para los docentes avanza a su segunda vuelta legislativa
Carlos Carrillo asegura que detrás de los señalamientos de Angie Rodríguez, está Armando Benedetti