Esta columna se terminó de escribir minutos antes de conocerse el episodio de las infiltraciones a la campaña de Gustavo Petro. Hasta tanto el gobierno de Duque no diga quien la infiltró, lo dicho en este texto sigue vigente.
Jaime Acosta Puertas
Comenzó como Coalición Colombia, luego Coalición de la Esperanza, y por último Coalición Centro Esperanza. Tres intentos, tres fracasos, tres mentiras disfrazadas de un discurso sobre la equidad, la corrupción, la violencia, la educación, la transformación de la economía, el medio ambiente, las mujeres y los niños, la ciencia y la tecnología.
Poseedores de un discurso vacío contra la polarización entre la ultraderecha y la izquierda. El centro terminó dividiendo aún más al país y se convirtieron en unos caballeros de las tinieblas alineados con la derecha y ultra derecha de Colombia. Detractores de Uribe, abrazados a él; defensores de la paz, abrazados a la guerra; críticos de la corrupción, abrazados a Rodolfo Hernández – jefe de “la calavera” – imputado que ya está en etapa de juicio a la espera de condena. Hablaban de unir a Colombia, pero unidos en torno a ellos o con nadie más que no sea el que diga Uribe. Se ufanaban de ser abanderados de las ideas liberales, de Galán, defensores de la democracia y de la paz. Sin embargo, solo eran invocaciones inútiles pues no había profundidad, sinceridad y convicción para transmitirlas.
Fajardo se ha portado como un “clase alta” ofendido por los insultos de los seguidores de “clase baja” de Petro, pero jamás ha sido insultado por Petro. Incluso, lo de Isabel Cristina Zulueta es consecuencia de una confrontación política que lleva más de una década en torno a Hidroituango, y tres décadas desde las masacres en la zona.
Robledo, ofendido porque Petro le ganó el espacio en el Polo Democrático del cual nunca debió irse para no terminar su carrera política con una humillante derrota.
De nada le sirvió a la Coalición de Centro estructurar un excelente documento programático y poco le sirvió a Fajardo que los expertos le hubieran armado un visionario plan de gobierno, porque la debacle venía estructurándose desde cuando Fajardo no logró convertir su Movimiento Compromiso Ciudadano en un partido político. Solo quería un proyecto presidencial personal y no un proyecto nacional duradero.
Por su voto en blanco, ganó hace cuatro años Duque. Su nuevo voto en blanco pone una vez más a Colombia en peligro de extender la vigencia del uribismo, que sería una condena a cadena perpetua en las calderas del fascismo, de la corrupción, del hambre, la pobreza y el narcotráfico.
Los verdes fajardistas que se fueron con Hernández, son minoría. Los de la Coalición que se fueron con Petro, representan el espíritu de un proceso de cambio que se pensó desde el pensamiento de centro izquierda. Liberales o socialdemócratas, antes con Fajardo, ahora están con Petro, porque nunca confundieron la decencia, la coherencia y la consistencia con la tibieza, ni dudaron de que si no era Fajardo sería Petro y nunca Hernández o Fico.
El plan de gobierno de Petro es muy bueno, mucho mejor que el escrito por Beccassino y William Ospina para el ingeniero ignorante, y cien por ciento complementario al de la Coalición, por eso en mis dos anteriores columnas propuse que la Centro Esperanza y el Pacto Histórico se unieran en un gran acuerdo de gobernabilidad con el fin de asegurar el triunfo en la segunda vuelta, y la gobernanza en los siguientes cuatro años. Ese acuerdo de gobernabilidad incluía la convergencia en torno a un acuerdo programático y la conducción técnica del Estado.
El escaso 4% de votantes que logró Fajardo, tenía un peso político y de arrastre superior al 10% en una segunda vuelta, y hoy Colombia tendría la certeza de un cambio como el que siempre ha evadido la dirigencia de éste país.
Ahora sabemos que un acuerdo con el Pacto nunca estuvo en las cabezas del Centro, porque eran ellos y si no eran ellos no habría nada con ellos. De esa manera, preferían cualquiera de la decadencia política, menos a Petro, como fue lo que hicieron los Galán. Por esto y más el Centro se autodestruyó sin pena ni gloria. Porque habían muchas mentiras, hipocresía, envidias y egos. Sus principios se parecían a los de una secta. Y tampoco tenían ideología, ni antes ni ahora.
La derrota de Fajardo estaba cantada desde los resultados del 13 de marzo. Había perdido el 85% de los votos del 2018. En las encuestas, más allá de su posible manipulación, jamás lo subieron del 7%, y en la medida que sucedía una tras otra, lo bajaban sin compasión. La Coalición nada pudo hacer para detener al avispado ingeniero.
El esfuerzo digital no ayudó mucho a Fajardo. La gente dejó de creer en su discurso. No lo oía. Nunca llegó porque no logró transmitirlo como ahora quería oírlo y no como hace cuatro o doce años. Tampoco transmitió con carácter y claridad la propuesta programática, y no logró quitarse de encima la imagen de tibio en un país donde lo tibio no tiene espacio, porque es un país caliente en el buen y mal sentido de los significados.
Petro también cayó en la trampa de que el único enemigo era el uribismo, y dejó crecer al uribista ingeniero. Por eso se estancó en las encuestas y en las urnas, más allá de que posiblemente los jurados le quitaron unos dos puntos que se los dieron a Hernández. Puede recuperar lo perdido y sumar otros más de la Coalición. Petro tiene el conocimiento, la preparación, la inteligencia, el liderazgo, la visión, el talante democrático, y una superioridad en todos los campos sobre el también vergonzante uribista de Piedecuesta, que es un personaje básico, hábil, inescrupuloso, patán, inculto y posiblemente corrupto. Queda por saber desde las ruinas del Centro a dónde irán Cristo y De la Calle.
Hernández no es capaz de superar a Petro con argumentos, programa, inteligencia y conocimiento. Un triunfo de Hernández perpetuaría la desgracia de Colombia en manos del uribismo y de las maquinarias de la corrupción, la violencia, el machismo, y el atraso.