He llegado a la conclusión de que mis hijos (adolescentes todos) tienen en común con los progresistas políticos más de lo que me gustaría: les falta madurez afectiva pues aún no sabe quiénes son, todo su afán es sentirse parte de algo, ‘su grupo’ donde se sienten identificados con esa masa informe que a ellos les cobija. Sus actos; buenos, malos y regulares los justifican en aras de la mayoría con un “todos lo hacen. Viven queriendo romper las normas de convivencia, o imponer las suyas, porque someterse al consenso de la tradición (esto es, los adultos responsables, es decir, sus padres) es asfixiante y lo peor; en sus discursos pretenden igualarse a nosotros, sus progenitores, cuando estamos muy por encima de ellos no sólo por la experiencia que nos brinda la edad, los valores que vivimos y el camino ya recorrido, sino porque tenemos sobrados motivos para estar orgullosos de lo logrado, sin que ellos (mis hijos) puedan decir lo mismo, y al progresista actual le pasa lo mismo.
¿Hacia dónde camina el progresista?
Al viejo progre, ese que sí conquistó derechos sociales, seguro le parece irrisorio el panorama que hoy se cierne bajo sus mismas siglas de partido. Sospecho, además, que es un fenómeno general en occidente. Después de la conseguida igualdad en derechos, deberes y oportunidades… ¿Qué más queda por conquistar?
Justicia social, igualdad de oportunidades, educación, sanidad, pensiones… Lo tenemos todo en mayor o menor medida, con más o menos calidad. Pero la calidad, la mejora cualitativa, ya sabemos que no le importa al progresista pues lo mide todo en términos de cantidad. Nadie o casi nadie habla de la debida protección al vulnerable, que no ha cambiado, que sigue siendo el mismo: mujeres, niños y personas con capacidades diferentes. Ellos han sido sustituidos por los del orgullo, la furia y la locura de los que apoyan el género como una construcción social.
El progresista de hoy, lo viste todo de identidad y encuentra en la diferencia la causa máxima por la que luchar. Cuando las diferencias identitarias quedan superadas cuando contemplamos como medida para la igualdad, la dignidad humana, que es lo que realmente nos iguala a todos.
Un feminismo poco representativo
Me siento sola cuando miro al feminismo de occidente y lo veo gritar y reivindicar en su lucha feminista, esa que despoja a la mujer de su propio criterio- pues sólo es válido el criterio de las que vociferan- y de su intrínseco valor, el de dar y cuidar vidas. La lucha más feroz se hace contra una violencia de género, instrumentalizada y politizada y sospecho que muy rentable, pues las ayudas Europeas a este fin son cuantiosas y poco auditadas. Desde que se comenzó a llamar violencia de género a los asesinatos pasionales y se empezaron a implementar políticas para atajar el problema, no sólo no han mejorado los números, sino que ha ido en ascenso. No es que niegue la violencia, dudo que la violencia contra las mujeres sea un problema estructural, sospecho que son muchos los arrebatos pasionales fruto de la falta de formación cultural y espiritual basada en el amor, entendido como el respeto al otro en igualdad y libertad. Al igual que creo que faltan datos y estudios que aclaren la realidad que hay detrás del asesinato de una mujer a manos de su ex.
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Infancia sexualizada por el estado
Mis hijos están hartos de las charlas LGTBIQ+ y más que reciben periódicamente en el colegio. Me consta que en España también hay colegios que las imparten y sufro porque lejos de explicarle que todos (independientemente de su orientación o gusto o atracción sexual, o religión, o color de piel, o incluso procedencia social) somos iguales, merecemos el mismo respeto y trato, lejos de apostar por esto, muchas de las charlas están encaminadas a abrir puertas a los niños que sólo se deberían abrir cuando ellos estén preparados. ¿Es normal que con 12, 13 ó 15 años las niñas se planteen qué les excita sexualmente más? ¿Es normal que lo hablen sin el mínimo pudor que supone guardar la intimidad? La adolescencia de hoy me produce cierta pena en este sentido, soy de una generación que se dejó sorprender por la vida cuando llegó el momento y no fue una profesora o un activista de la charla sexual el que me abrió las puertas a un mundo antes de tiempo.
Además, las escuelas no son las indicadas a mostrar estos caminos pues, aunque al progresismo le cueste entenderlo; el desarrollo madurativo de los niños y adolescentes no es igual y deben ser sus primeros formadores, sus padres, los que libremente les hablen de la conexión más íntima que tienen dos personas, que va más allá de un polvo con cualquiera por el puro placer personal. Por ir más allá, ni siquiera los niños y las niñas siguen el mismo desarrollo madurativo, y esta diferencia no los hace menos iguales. Al revés, los complementa y los enriquece.
A los niños y adolescentes hay que protegerlos en su integridad y en su indemnidad sexual, esto es, proteger el desarrollo normal de la sexualidad de los menores, pues no han alcanzado aún el grado de madurez suficiente para determinarse sexualmente en forma libre y espontánea. ¿No podrían ser estas charlas progresistas sobre el desarrollo sexual y sus distintas formas de expresión LGTBQmás constitutivas de delito? En el fondo son una forma sutil de violación del menor, además de una injerencia abusiva en la labor formadora de los padres.
Los abandonados por el progresismo
Las personas de capacidades diferentes son valiosos tesoros a los que cuidar, proteger, acompañar en su desarrollo social. No por buenismo, ni siquiera por bondad o caridad. Son valiosas porque su dignidad humana es exactamente igual a la de los demás y merecen como mínimo el mismo trato social, pero es que además por su condición especial y diferente, son merecedoras de todos los apoyos que la sociedad pueda brindarles. No sé hasta qué punto el progresismo de hoy apoya mi tesis. Pues lejos de apostar por la vida, el mundo occidental vive en términos de apartar al que estorba y sus leyes (perversas) se encaminan a eliminar al diferente o al especial incluso antes de que sus ojos puedan ver el primer halo lo luz.
Me queda el consuelo de que la adolescencia se pasa. Es un estado de reseteo mental que a ellos, mis hijos, les terminará de conformar, y a mí, me brindará esa sabiduría que aporta la vida, aunque de momento se me lleven los demonios, como cuando abro la prensa. En cambio, el progresismo político actual, fruto de un sobre exceso de confort social, no sabe ya hacia dónde camina y le toca inventar desigualdades por las que luchar. ¿No creen que podrían tomar el discurso real de todos somos iguales y dejarnos en paz?