Desde hace unos días me llegan mensajes – no tantos- preguntándome qué es lo que quiero por Navidad y recibo -aquí si tantos- infinitas listas a modo de pinwall llenas de deseos enviadas con grandes expectativas de éxito, mis hijos lo quieren todo. Tengo claro que mis criaturas piden como si ese todo fuera a llenarles tanto que luego no querrán nada más. Los conozco y sé que pedirán mucho más a lo largo del año y que esas zapatillas air force negras que hoy desean, serán la vergüenza de su armario en cuanto lleguemos al verano. Pero soy su madre y en estas fechas me debato siempre entre el hacerles feliz con unas zapatillas negras, que pronto pasarán de moda, o educarles el gusto y obviar el susodicho color evitándoles la vergüenza futura del famoso ¿por qué me dejabas salir así a la calle? Está claro que haga lo que haga, lo haré mal.
Por otro lado, cuando me toca responder a mí no estoy segura de lo que quiero. No sé si he llegado al culmen de la madurez, ese punto en el que sabes que lo material no te llena, pero es que además sabes que con lo que tienes te sobra, te basta y podrías vivir cien vidas. Tal vez, al vivir desconectada del consumo frenético de las ciudades y de los comerciales de las marquesinas me haya convertido en una aburrida de pacotilla.
Llevo una vida de lujo rica en tiempo que dedico a los míos, a pasear con mis perros, vivo sin trancones ni siquiera sufro los semáforos averiados, disfruto de mis libros y de escribirles cada semana con vistas al campo y a mi jardín, que ahora duerme y explotará en unos meses rebosante de nuevo.
No deseo nada en especial y considero que lo tengo todo. Tal vez viva liberada de ataduras mundanas, aunque luego me queje de que me faltan camisas bonitas para la cena de Nochebuena, aunque eso no sea lo que quiero para Navidad.
Me cuesta pensar qué es lo que quiero. ¿Les pasa? Tal vez yo no sea la única. Lo pienso y medito, quiero lo que tengo, quiero esta tranquilidad que te da el saber que todo está bien.
Quiero que todo siga igual; en mi casa, en mi círculo, en mi vida: que siga amando a mi marido y siga sabiendo que lo suyo no ha cambiado, que mis hijos sepan volver siempre a casa, que mis padres sigan estando al otro lado del teléfono y ser testigo, a distancia, de la vida de mis hermanos y amigos.
Quiero que siga funcionando el reloj de los días, que no se pare o detenga y que, si lo hace sepa ver más allá de esa avería y recuperar pronto la alegría. Quiero que cada día se repita con la misma tranquilidad y dicha con la que discurren ahora mis días. Quiero mantener mi mirada de hija y saberme siempre bendecida, quiero seguir saboreando las caricias de Dios en mi vida, no perder la fe, que es el regalo más grande de mi vida.