En Colombia cada 22 minutos ocurre un abuso sexual contra un menor (Medicina Legal), 1 de cada 4 niñas será abusada antes de llegar a su mayoría de edad, y en el caso de los niños, 1 de cada 6. 87.7% de víctimas de abuso sexual son menores, apenas se denuncian entre el 10 a 15% (según las estimaciones de la representante a la Cámara Katherin Miranda quien impulsó la ley que comentaré adelante) y la impunidad ronda el 92%. ¡Es terrible! Aunque hay un mejorado marco legal y entidades del Estado funcionando para su prevención y atención, solo si la sociedad se empeña en acabarlo, las cifras de esta maldad bajarán. Esa sociedad somos todos.
No es un problema desconocido, ni no analizado. Al revés, hay todo un marco legal que incluye a la propia Constitución del 91, y que últimamente se ha fortalecido con la imprescriptibilidad y cadena perpetua ya aprobadas pero que cursan su último trámite en el congreso, y esperando que las demandas en contra ante la corte constitucional no prosperen.
La imprescriptibilidad es clave porque los niños abusados tienen enormes dificultades para contar sobre la violación que sufren, entre ellos el más común, que no se les cree, y muchos solo lo logran procesar y entender hasta cuando llegan a ser muy adultos.
Sobre la cadena perpetua “es una falsa creencia popular que la mera amenaza de penas más fuertes ejerza un efecto disuasivo sobre los potenciales criminales” advierte la pedagoga alemana Martina Huxoll-von Ahn (vicepresidenta de la Federación Alemana para la Protección de la Niñez, citada por la DW), pero en todo caso es un endurecimiento aún mayor del marco legal para la protección a la niñez.
Como lo explica Juan Lozano, que ha sido un verdadero adalid en contra de este flagelo social, ha habido un “súbito arrepentimiento por todos los años de tardanza para adoptar una mejor legislación para enfrentar a los violadores, abusadores y asesinos de menores” refiriéndose al congreso y tal vez sugiriendo que el motivo de la nueva celeridad se deba a la presencia de los senadores de las FARC, a los cuales se les achacan múltiples violaciones de menores. No obstante, todo paso en procura de parar esta depravación es bienvenida.
No sobra recordar que desde hace más de 10 años en Colombia es obligación que un adulto, ante el conocimiento de un hecho de abuso sexual contra menor, o sospecha de él, lo denuncie ante las autoridades en el curso de las siguientes 24 horas. Y que ante un caso así, las entidades de salud, públicas y privadas, tienen la obligación de dar atención integral, inmediata (por urgencias) y gratuita al menor y a su familia o acudientes. También se conoce la diligencia con la que el ICBF ha venido mejorando sus “rutas” de atención, y se sabe de su operatividad en los casos que atiende. Su campaña para que los niños comprendan en forma simple sus derechos, y para que educadores, profesionales de la salud y padres los acompañen, es muy importante. En esta atención están involucradas muchas entidades del Estado, desde la Fiscalía, varios centros de atención especializados, Policía Judicial, Policía de Infancia y Adolescencia, hasta las Comisarías de Familia.
Lamentablemente y pese a que hay un frente que se supone fuerte de parte del Estado para combatir el abuso a los menores, las cifras hablan de que hemos venido perdiendo esta batalla permanentemente.
Las causas del problema están muy enraizadas en la cultura reinante en nuestro país, aunque no hay que olvidar los problemas de equilibrio mental de abusadores. La misma pedagoga alemana citada comenta que “según científicos del Hospital Universitario Charité, con sede en Berlín, el 1 % de la población masculina tiene una tendencia pedófila”.
Hay que comprender que cuando un abusador goza de impunidad, se propaga su poder devastador por culpa de una sociedad cómplice y culpable. Cómplice por callar. Culpable porque esos monstruos siguen su accionar por causa de la complicidad del silencio de esa sociedad que lo habilita para seguir impune cometiendo estas heridas terribles en niñas y niños.
La complicidad (quien sabiendo permita el abuso) también está tipificada como encubrimiento y es de carácter penal, y puede tener cárcel, pero que transcurren impunes por problemas de cultura y educación, como la de mamás que saben que sus maridos abusan de sus hijos y por miedo, temor a quedarse sin soporte económico, o por falta de educación, lo callan. El silencio (quien no denuncie sabiendo) por motivos diversos como casos de psicólogas de colegios, vecinos de barrio o compañeros de alguna actividad social, que no se atreven a denunciar por aquello de “yo mejor no me meto en eso”, “eso es cosa de ellos”, como si fuera un problema exclusivamente del entorno familiar.
La historia de abuso de Viviana Vargas Vives ha estado en los medios recientemente. Con 35 años decidió por fin empezar su camino de reparación mental y a la sociedad. Ella probablemente empezó a ser abusada desde los 6 años y hasta los 8, por el novio de su hermana mayor quien se aprovechaba de la confianza total que se había ganado desde muchos años atrás en la familia. Incluso, desde que ella nació, él ya era parte del círculo más cercano de la casa. Eran unas relaciones fuertes entre las familias que compartían muchos asuntos en su alta sociedad de Barranquilla, un grupo selecto y de poder. El muchacho violador de entonces pertenecía a una de esas familias poderosas que se vuelven intocables. El martirio terminó 2 años después cuando su hermana, que le lleva 15 años terminó su noviazgo, y quien también sufrió todo tipo de maltrato físico emocional y sexual durante años. Cuando Viviana tuvo 15 años le comentó a su madre: el llanto, el silencio, la proscripción del tema en la casa y una atención psiquiátrica constante fueron las respuestas.
En diferente estrato socioeconómico, cuando una niña llega a consulta con lesiones en sus partes íntimas, el médico de inmediato llama a Bienestar Familiar quienes se encargan de rescatar a esa menor del suplicio inmenso que está viviendo. Una fortuna para esos niños desafortunados. El flagelo ataca con fuerza a todos los estratos, de diferente forma, como lo ha explicado bien Juan Lozano en sus artículos (en El Tiempo).
Además de la brutal afectación que puede causar en la vida de una mujer, cuyo entendimiento del abuso solo puede procesar después de 24 años, Viviana entiende que el silencio afecta brutalmente también a la sociedad, porque el abusador impune actúa a sus anchas, sin ser siquiera identificado, dejando una estela de horror en quien sabe cuántas niñas más. Eso hay que repararlo, identificando, castigando y sobre todo aislando a los que abusaron anteriormente y a los que lo hacen en la actualidad.
La indignación y la impotencia que suscita este tema terrible hay que convertirlas en acción, porque los cambios no se logran con oraciones. Normalmente nos escudamos en preguntas fáciles para no hacer nada real como ¿y qué más puedo hacer yo? evitando así las muchas más acciones que cada quien puede hacer para apoyar el arreglo de este problema grave, fruto de la enseñanza de individualismo que recibimos permanentemente de nuestra cultura reinante.
Viviana ha recibido con enorme esperanza la ayuda de un abogado de causas nobles, Miguel del Río, que quien con su valiosísimos conocimiento y talento lograrán llevar a la cárcel al abusador. De alguna manera es una reparación personal, pero su objetivo es el de la reparación a la sociedad, para que se prevenga todo tipo de acto criminal abusivo del sujeto nuevamente. Y seguir en la lucha abierta, para que ya no solo su caso personal, sino la sociedad en general pueda mejorar.
Entre las conclusiones que se pueden obtener del diálogo con Viviana y de los esfuerzos de las personas que trabajan por una mejor protección a la niñez se pueden anotar:
Es necesario intensificar la educación a los menores en los colegios desde edades tempranas, no de educación sexual ni asuntos que suscitan tanto debate como los de género, sino sobre la majestad del cuerpo de cada persona, de la necesidad de su invulnerabilidad, migrando los temas de acuerdo con las edades. Pero, no obstante la adolescencia, hay que aprovechar la universidad, no importa que se estudien ciencias exactas o astronomía, y no se diga en las universidades y centros de formación de las fuerzas armadas, para reforzar en los muchachos el respeto sagrado a los niños.
Es necesario mejorar la ley en darle valor al testimonio del niño, recordando que es un delito de puerta cerrada en donde finalmente se enfrenta la palabra del niño con la palabra del abusador, que es un adulto. Con una única prueba, el testimonio de un menor frente a que la palabra del adulto se considera más confiable, y a través de procesos muy duros, la probabilidad de éxito es baja y en cambio sí hay revictimización del abusado. Mucho tiempo después cuando el abusado es capaz de denunciar, ya no quedan pruebas físicas. Hoy en día se pueden valorar los testimonios con toda rigurosidad contando con peritos expertos, incluso cuando los niños no son capaces de hablar o explicar, por terror a la situación. Estos son expertos en psicología forense sobre la cual existe toda una ciencia detrás. Por ejemplo, ya hay cámaras especiales en el bunker de la Fiscalía que son sensibles ante los movimientos de los niños durante los interrogatorios que sirven para confirmar lo que afecta al menor.
A pesar de las mejoras en el marco legal y en las acciones del Estado, no es difícil prever que seguirá un nivel altísimo de impunidad hasta tanto las mamás, los papás y los tíos, los abuelitos, los vecinos, los profesores, todos aquellos que tengan algún contacto con niñas y niños no estén dispuestos a escuchar sus gritos ahogados, de infantes, no de adultos, y transiten sus quejas a denuncias con el acompañamiento de Bienestar Familiar. Vengan de donde vengan, como reza ahora pendencieramente el dicho para indicar que no interesa lo “importante” que sea el monstruo ofensor (relativamente a la familia).
El recurso que nos queda es una re-educación masiva, que incluye nuevas comprensiones sobre el machismo, sobre los abusos, sobre la importancia relativa de la sociedad y el vecindario frente a los ataques de alguno de sus miembros a los niños y a las mujeres, que se encuentran siempre en posición de desventaja y se ven atrapados, sin salida, en el tormento de su vida.
La reeducación no puede ser formal, porque los adultos de ahora en su mayoría ya pasaron por la oportunidad de la formalidad, y sabiendo que muy pocas personas, relativamente hablando, se interesan realmente por estudiar y aprender nuevas cosas y menos por reeducarse que implica dejar atrás los arraigos aprendidos desde la niñez formal o informalmente, como seguramente es el caso. Todo el mundo quiere leer asuntos en un minuto, nadie quiere oír malas noticias (explicación de los negacionismos modernos que actúan de igual manera en este tipo de casos).
Así es que habrá que desarrollar un modelo contemporáneo, que entre en la mente con una visión realista de semejante problema y sensibilice masivamente como si fuera “superficial”: rápida, muy impactante, muy emocional, muy frecuente.
Todos podemos apoyar a que disminuyan en forma decidida los abusos sexuales contra niñas y niños en el país, haciendo un pequeño esfuerzo: 1. dejarse impactar, 2. hacer consciencia, y 3. retransmitir los mensajes de las campañas en las que Viviana está empeñada para el beneficio de los colombianos.
#yosítecreo colectivo que ya existía, en el que cuentan con Viviana como testimonio.
#niunamás un equipo de lucha para proteger a las niñas, que lidera ella directamente.
#crealealosniños (lo mismo)
¡Logrémoslo entre todos!
* @refonsecaz – Consultor en Competitividad, Ingeniero.