La democracia volvió a ser pateada. Ni la comprobación del robo de las elecciones, ni gran parte del rechazo político internacional, ni las protestas de sus ciudadanos alrededor del mundo, ni sus denunciados rasgos de dictador, ni la sistemática violación de derechos humanos y civiles contra sus opositores sirvieron para frenar la auto juramentación presidencial, por otros seis años del opresor Nicolás Maduro, lo que aumenta con el paso de los días la incertidumbre y la represión contra Venezuela y los venezolanos. Colombia debe seguir en alerta máxima.
La antidemocrática posesión sirvió para ratificar, según los analistas políticos, el autoritarismo sin precedentes por parte del tirano de Caracas, para seguir en el poder por encima de las exigencias de una gran mayoría de sus ciudadanos, quienes en esencia ponen o quitan a sus gobernantes con su sagrado voto en una verdadera, seria y respetada democracia. Infiero que durante los siguientes días, el pícaro con su sequito de alfiles seguirán mofándose de sus contrarios, la exigencia diplomática mundial y su más fuerte rival, la valiente mujer, María Corina Machado y su presidente electo, Edmundo González. Amanecerá y seguiremos viendo.
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No cabe duda que los hechos políticos sucedidos en el vecindario afectan directa e indirectamente a Colombia y los colombianos. Por un lado, analistas proyectan que la frontera entre las dos naciones volverá a ser escenario masivo de la entrada de miles sino de millones de venezolanos habidos de necesidades básicas como: empleo, vivienda, salud, comida y calidad de vida. Exigencia suplidas, seguramente por el Estado colombiano, es decir, con nuestros impuestos. Por el otro lado, se respira un ambiente tóxico entre gran parte del país por cómo el gobierno dictatorial puede influir para que el proyecto político del presidente, Gustavo Petro, siga el ejemplo buscando su reelección con una “triquiñuela” Constitucional. Debemos estar pilas!
Yo me temo lo peor en este último sentido porque el primer mandatario colombiano desde su campaña presidencial lanzó sendos mensajes a la prensa aclarando que, palabras más palabras menos, su programa de gobierno merecía por lo menos de cuatro mandatos presidenciales, es decir, unos 20 años, sin tener presente sus aires de atornillarse eternamente -como su camarada Maduro-, perfilando a uno de sus más cercanos familiares o en últimas poniendo a disposición del pueblo a la más arraigada o arraigado a su doctrina política. Este espinoso tema se matiza en los mensajes de Petro invitando tácitamente a un “movimiento constituyente popular, referendo u otro escenario revolucionario”, sentencia Fernando Carillo Flores en su reciente libro: Sin miedo.
Precisamente esa sintomatología revolucionaria a la brava nos exige desde la categoría de ciudadanos ser observadores rigurosos de los mensajes y acciones de este y cualquier gobierno de turno con la mínima intención de cambiar las reglas constitucionales para llegar a la Casa de Nariño, lo que significaría empezar, como estamos observando en el vecino país, un largo y espinoso camino a ser encasillados en la barbarie del tal progresismo, izquierdismo, comunismo, socialismo o populismo enmascarado en entregar a diestra y siniestra grandes beneficios sociales y económicos para los más débiles de nuestra sociedad criolla. Mentira! Los colombianos somos testigos directos de los resultados gobiernistas de los dictadores.
Resumiendo, en nuestras conciencias electorales esta convertirnos en el régimen autoritario número 94, -según The Economist hoy hay 93 contra 73 democráticos en todo el mundo-, si es que hacemos caso omiso a las atrocidades humanitarias y de irrespeto contra los derechos fundamentales de los pueblos de Venezuela, Nicaragua y Cuba por citar los modelos “progres” más recientes en la región y, además, si seguimos comiendo cuento que la Democracia es un gusto particular de las altas esferas sociales y capitalistas. En esencia, el debilitamiento de las democracias en América Latina se debe a: “la mala política, los malos políticos y las malas política públicas originadas por los dos primeros”, describe Carrillo Flores en su libro. Verdades totales!
La clase política, en el caso colombiano, viniendo de cualquier extremo, partido o movimiento demuestra históricamente que sus decisiones están cercanas a sus intereses clientelistas, burocráticos, corruptos y populistas en aras de mantenerse en el poder de generación en generación, sin acaudalar planes y acciones concretas para sanear las necesidades sociales y económicas de sus electores y en general de los más de 50 millones de colombianos. Esto último debe ser el punto de partida para aquellos interesados en ser los próximos candidatos a senadores o presidentes, en el sentido de escuchar las exigencias de jóvenes, trabajadores de todos los sectores, empresarios, académicos, generadores de opinión, medios de comunicación para consolidar una verdadera democracia participativa.
Ni hombres de pueblo, ni salvadores de las clases obreras, ni caudillos, ni dictadores. “Sabemos que nadie se adueña del poder con la intención de cederlo”, dice, George Orwel.
Estamos advertidos…