En tiempos donde todo parece acelerado, las discusiones públicas o debates muchas veces se tornan álgidos, y la rutina parece desbordarnos, se hace necesario detenernos a reflexionar.
Y pocas épocas del año nos invitan tanto a hacerlo como la Semana Santa. Más allá del significado religioso, este tiempo constituye una oportunidad para mirar hacia dentro, revisar nuestras motivaciones y preguntarnos por el tipo de ciudad que estamos construyendo.
Bogotá es una capital maravillosa. A veces caótica, sin duda. Pero está llena de vida, de historias, de gente proveniente de todos los lugares del país y del mundo. Sin embargo, es también una ciudad herida por la inseguridad, por la falta de orden, por las basuras en las calles y por la desconfianza entre unos y otros. Pero, justamente, por eso, necesita de una ciudadanía que quiera participar y que aporte en su transformación.
Bogotá también necesita, en palabras simbólicas, resucitar: en su manera de convivir y de escucharse. Esta columna no pretende sermonear, pero en ella sí quiero invitar a creer que otra ciudad es posible si cada uno de nosotros decide actuar con un poco más de civismo, de respeto, de tolerancia y de sentido de pertenencia. Si decidimos “bajarle el volumen” a la conveniencia propia y “subirle” al compromiso por el bien común.
Hay un versículo bíblico que me acompaña y que hoy quiero compartir como idea para pensar la ciudad: “No se cansen de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no desmayamos” – Gálatas 6:9.
Y hacer el bien puede empezar desde lo más cotidiano, aquí expongo algunos ejemplos. Ceder el paso, respetar las señales de tránsito, parquear donde se debe, no tirar la basura en la calle, cuidar el mobiliario público, tratar con respeto al que piensa distinto, escuchar antes de juzgar. Seguramente son muchos más, pero pequeños actos, multiplicados, cambian el entorno de una ciudad. Lo que nos falta no es gente buena, es gente convencida de que sus acciones sí tienen impacto.
Bogotá necesita una ciudadanía activa. Que se indigne ante lo que no funciona, que reclame, que exija a las autoridades y líderes políticos, pero también que trabaje desde lo pequeño para transformarla.
En este tiempo de reflexión, donde la resurrección de Cristo significa, para mí y millones, la posibilidad de salvación y redención, podríamos preguntarnos: ¿qué tenemos que resucitar en nuestra ciudad?
Como concejal de Bogotá, analizo cada día los desafíos que enfrentamos. Y también veo la fuerza que tiene nuestra amada ciudad cuando se une. Cuando trabaja junta. Cuando se acuerda de que todos, absolutamente todos, queremos lo mismo: vivir bien, vivir tranquilos, vivir seguros.
Por eso, más allá de credos, invito a todos a tomarnos este tiempo como una pausa para pensar y renovarnos. Bogotá no es perfecta. Ninguna ciudad lo es. Pero tiene en sus manos, en las nuestras, el potencial de reinventarse cada día. No olvidemos que aún en los días más oscuros, siempre hay luz si sabemos hacia dónde mirar.

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