Diciembre siempre llega con su perfume clásico: nostalgia fina, amor sincero, satisfacción del deber cumplido y esa ambición sana de querer un poco más. Es el mes que cierra ciclos, que envuelve los errores en papel de regalo y que nos recuerda —sin anestesia— que crecer es obligatorio.
Para mí, diciembre no es una pausa: es una alarma. Una que suena fuerte y dice que lo mejor todavía no ocurre, que el éxito verdadero sigue esperando y que uno no puede bajar la guardia.
Diciembre huele a vida, a estrenar oportunidades, a proyectos que piden pista y a familias que se reúnen para reconstruir certezas. Pero también huele a un país que parece pedir auxilio mientras envuelve sus heridas con luces navideñas.
Por eso, desde ya, quiero pedir mi regalo de Navidad: quiero una ciudad justa; políticos de verdad, no influencers jugando a gobernantes; una Colombia que prospere; una Bogotá que no se estanque; un liderazgo que deje de improvisar y ciudadanos que recuperen la felicidad sin pedir permiso.
Quiero que dejemos de normalizar lo absurdo: un muerto por robarle el celular, un paseo con miedo, un presidente que dicta el ánimo nacional como si fuera un DJ sin repertorio, un país que pelea a gritos por su próximo gobernante y vota sin fe. Este diciembre, yo quiero justamente eso: fe. Fe en que elegir todavía vale la pena. Fe en que la política puede ser decente, estratégica y humana al mismo tiempo.
Y claro, no voy a mentir: también quiero que Colombia gane el mundial. Si vamos a pedir, pidamos con grandeza. Ese sí sería un regalo universal, uno que no divide, uno que no necesita debate en Twitter.
El próximo año trae retos para todos. Nos inquieta el rumbo del país, el clima político, la economía, la seguridad, el fútbol y hasta el humor colectivo. Pero tengo una certeza que no negocia espacio en mi cabeza: todo puede salir bien.
No por automatismo, sino porque este país ha sobrevivido a cosas peores que un mal gobierno, una crisis institucional o una escalada de violencia local. Colombia se sostiene porque su gente todavía cree —aunque a veces se le note poco— que es posible un futuro menos hostil.
Mi deseo es simple: que las noticias dejen de girar alrededor de Estados Unidos atacando a Venezuela, que Venezuela se libere sin padrinos ni invasores, que un joven no termine muerto por un celular, que el metro de Bogotá avance sin convertirse en meme, que Antioquia, Catatumbo, el Valle del Cauca y tantos otros territorios no sigan escribiendo su historia con muerte.
Diciembre debería ser eso: una tregua para pensar el país sin rabia, para exigir sin insultar, para construir sin cinismo. Un mes bello que nos recuerda que la esperanza no es cursilería, sino estrategia.
Yo, por mi parte, solo espero que cada familia encuentre paz y que pueda cerrar el año con la satisfacción del deber cumplido. Que la alegría no sea invitada ocasional, sino residente permanente. Que este diciembre nos dé lo que nos falta: coraje para cambiar lo que todos sabemos que ya no resiste otro año igual.
PORTADA
Donald Trump lanza nueva advertencia a Gustavo Petro
Contraloría establece hallazgos en interventoría del PNIS
Partido Liberal ofrece coaval a Daniel Palacios
Alianza Verde no participará en consultas y deja en libertad a su militancia