En un mundo en que todo queda registrado en un teléfono celular, en una red social o en una nube etérea de datos codificados, toca volver a registrar ciertos momentos, los más valiosos. Ciertos saberes, los más cercanos a los principios, y aquellos valores con los que nos identificamos, en el corazón de las personas.
Primero a los más cercanos, los hijos, la pareja, los amigos y hermanos. ¿Y nuestros padres? A ellos no debemos cambiarlos pues ellos son quienes, con sus errores y aciertos, han labrado los nuestros. Ellos ya han labrado un legado.
Segundo, a los de alrededor y después, tal vez, a los que nos dirigen para que se den cuenta de que dentro del poder y sus esferas anida un mal que nos daña en lo más profundo: la ambición desmesurada.
Si hoy vivimos en democracias libres, si luchamos por la erradicación de la pobreza, por dar valor y cubrir de derechos a niños y a mujeres, si consideramos que la justicia social ha de ser norma y cuidar el planeta es de sentido común, pues es la casa prestada, pero vemos que esto se viste con excesos y arbitrariedad, con leyes injustas y arbitrarias que rompen la igualdad social y económica.
Si somos capaces de identificar el mal, hagamos lo contrario de lo que hacemos ahora y podremos identificar de una vez por todas el bien.
Y es ahí, en el bien, en el legado, donde se construyen mundos, ciudades, imperios civilizaciones… Y si hemos llegado hasta aquí ha sido por preservar ese legado de nuestros padres; el de la protección del catolicismo y del cristianismo, el del perdón de los errores propios y ajenos, y el de mirar al futuro con esperanza y humildad, sabiendo que se puede mejorar.
Y ahí yo me reconozco y mucho lo hacen. Aunque el mundo de hoy quiera hacer desaparecer, despreciar y cambiar precisamente esa semilla de bien que hizo a occidente tan grande.
Es el bien lo que une, lo común a todos y no a unos pocos. Al final del camino no quedarán ni datos, ni fotos, ni rastro de vídeos, ni siquiera amigos en tu red social. Si queda algo será el legado que hemos dejado registrado en el corazón de los otros. ¿Lo has pensado ya?




Almudena González Barreda
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