El periodismo es un oficio fascinante, ninguno de los que hayamos estado inmersos en esta profesión diríamos lo contrario. Es una labor que nos permite recorrer e interpretar diferentes realidades, para generar conversaciones que ayudan a visibilizar los problemas; en el mejor de los casos, aportar soluciones. Como lo diría una buena amiga: es una forma de conectar diferentes historias, en un mundo cada vez más polarizado.
Y en este viaje los periodistas conversamos con economistas, políticos, deportistas, artistas y hasta con delincuentes de diferentes naturalezas. Justo en este recorrido corremos el riesgo de saltar los límites éticos para trasgredir los escenarios que le pertenecen a otros. Por momentos se nos olvida que no somos el juez, tampoco el científico, menos el político, tampoco el hincha. Debemos darle la garantía a nuestras audiencias de que tenemos la capacidad de reposar la información y entregarla lo mejor depurada posible.
Muchos dirán que eso no es fácil, que la objetividad no existe, que nadie nos puede imponer una agenda y un sinfín de excusas más, pero justamente este comportamiento sereno y equilibrado es lo que nos diferencia de las demás profesiones. Tener la capacidad de crear una conversación respetuosa, estructurada y coherente debe ser nuestro mayor talento.
Sin embargo, me da la sensación de que cada vez esos lineamientos están más desvirtuados. Actualmente, es visible que la industria de los medios y quienes direccionan estos son personas visiblemente incendiarias, poco equilibradas, muy contestatarias y repletas de arrogancia: una representación del periodismo vanidoso y ególatra.
Es una verdadera pena que la visibilidad y el reconocimiento que tienen algunos colegas sea usado por ellos para crear un escenario confuso, mañoso y tramposo en un momento crítico para el país. El periodismo no está para sacar ventajas electorales, ni para proferir condenas, mucho menos para estropear la economía con cifras y ecuaciones malintencionadas; como tampoco para ensalzar gobiernos corruptos y disfuncionales.
Durante la última elección presidencial en Colombia, una de las cosas más curiosas fue la descarada participación de periodistas en las campañas, insulto tras insulto de un bando y otro, fueron la constante. Ahora el panorama es más crítico, el periodismo quiere poner candidato a expensas de lo que esto signifique para la calidad del oficio y el futuro del país.
La solapada candidatura de un director de medio de comunicación le hace profundo daño a la democracia, sus límites y sobre todo a la confianza y a la credibilidad que son escazas en estos tiempos. A los colegas de las redacciones, les sugiero que no permitan que el apasionamiento y la ambición personal los lleve a romper los límites del respeto hacia otras disciplinas y escenarios que merecen toda la dignidad y la altura que el periodismo vanidoso nunca podrá ofrecer.