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Alguna cosa extraña tiene el fútbol para ser capaz de alegrar y conmover tantos corazones. El deporte que el escritor uruguayo Eduardo Galeano calificó como “una gran misa pagana”, el pasado jueves en la noche nos regaló a los colombianos una alegría que parecía urgente.

Nuestro país que parece una fábrica de tragedias tuvo que ver con desaliento cómo hace un par de semanas el ELN – otra vez el ELN que se resiste a la paz- admitía el secuestro de Mane Díaz, padre del astro guajiro que hoy juega en el Liverpool. Después de 13 días de cautiverio, el padre de Luis Díaz fue liberado y desde ese momento se sabía que el partido contra Brasil en Barranquilla iba a tener un tinte especial para el jugador: una especie de revancha con la vida, una suerte de homenaje por la libertad de su padre y un clamor por la libertad de los que hoy siguen secuestrados.

Así llegamos al encuentro del jueves en la noche, con la ilusión de que quizá los planetas se iban a alinear a nuestro favor y podríamos por primera vez en la historia de las eliminatorias ganarle al pentacampeón del mundo, al casi todopoderoso Brasil. Pero esa ilusión fue rápidamente desvanecida cuando apenas en el minuto cuatro y tras un parpadeo de la defensa colombiana, el rival se iba en ventaja. Tras el gol tempranero de Brasil todos sentimos que se venía la noche y que de lo único histórico que íbamos a ser testigos era de una penosa goleada en favor de la verdeamarela.

Pero como el fútbol rara vez complace a brujos, adivinos y apostadores, fue hasta el último cuarto de partido cuando con una seguidilla de cabezazos del propio Lucho Díaz se le daba la vuelta al marcador y se ponía a celebrar a todo el país. Después de la hazaña era imposible no recordar los eventos recientes, la tragedia del secuestro, la libertad furtiva, el abrazo de padre e hijo; y ver al Mane Díaz en la tribuna ahogado en alegría nos hizo a muchos acompañar sus lágrimas con las propias. 

Además de la alegría de la remontada, la política tuvo cabida en la noche de fútbol, a fin de cuentas, vivimos en un país de contrastes. El coro de “no más Petro” y el abucheo a su familia muestra en qué va la cosa política. Por un lado, una oposición que ve en avivar el odio y el desprecio por la figura del presidente como su arma más rentable; y, por el otro, un presidente que parece cada vez más solo y que todavía cree con ingenuidad que a fuerza de trinos tiene alguna chance de volver a conectar con la ciudadanía que lo eligió.

Elútboll anoche nos conmovió a muchos y es hora de que el país escuche las palabras de Mane Diaz: “Que viva la libertad y que vida la paz para Colombia”. Mientras tanto, sigamos disfrutando de la magia del fútbol y no dejemos nunca de ilusionarnos con la posibilidad de un país en paz.

Felipe Arrieta Betancourt

Columnista

commanager@confidencialcolombia.com

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