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Ya he argumentado mi decisión de votar en segunda vuelta por Petro y Francia. Lo hago sin ser “Petrista”, porque me resisto a los mesianismos tan próximos a todo tipo de autoritarismos y prefiero los proyectos colectivos, la reivindicación de los partidos como vehículos de proyectos de Estado y Sociedad y los cambios urgentes y de mediano plazo en el marco de un respeto irrestricto al Estado de Derecho.
Ahora quiero dirigirme a quienes votaron por Sergio Fajardo y Gilberto Murillo en primera vuelta. Esos cerca de 900 mil votantes que creyeron en una propuesta de transformaciones responsables, viables y seguras. Aquellos ciudadanos que rechazamos la violencia y la virulencia en la contienda política, que preferimos los mecanismos civilistas para dirimir nuestros conflictos políticos y sociales. A quienes nos propusimos recoger el malestar social para convertirlo en una oportunidad de reformas en los marcos institucionales. Me dirijo también al votante en blanco, al indeciso que espera llenarse de mas y mejores argumentos para decidir su voto. Pero también a los millones que votaron por Rodolfo Hernández, rechazando la corrupción o ilusionados por un cambio que suena autentico en un discurso elemental y altisonante del “ingeniero”. O a quienes votando por Fico, Jhon Milton o Gómez añoran una Colombia prospera y en paz.
Me temo que “el Ingeniero Rodolfo” no es el cambio con certezas que Colombia reclama en este desafiante momento. Más allá de los prefabricados y simpáticos TikToks que han viralizado sus asesores y estrategas, produce desazón que no sepamos cual programa votarán quienes se decidan por Él : si el que presentó en la Registraduría cuando inscribió por firmas su solitaria y personalista candidatura o el de los 20 trinos que publicó luego de la primera vuelta para vestirse de progresista y “de avanzada”. Más desazón me generó su desprecio a un acuerdo con Fajardo, Cristo, Amaya y Robledo que recogía y le daba mayor alcance a esos 20 trinos. Y me producen verdadera alarma sus declaraciones y anuncios que se salen del relato premeditado de sus asesores y que revelan la verdadera naturaleza del liderazgo que representa en este remate final de la contienda presidencial.
En momentos de crisis climática resulta, por lo menos preocupante, que no haya claridad sobre su posición respecto al fracking, la utilización del glifosato en los programas de fumigación de cultivos de uso ilícito o su claridad en metas y mecanismos para avanzar en la transición energética o que no tenga la más mínima idea de lo que significa el Acuerdo de Escazú y su necesaria ratificación en el Congreso de la República. Contrario a una robusta y necesaria agenda verde en reforestación, mayor rigor en los procesos de licenciamiento ambiental o protección de nuestros ecosistemas estratégicos, “el ingeniero” se apresura a prometer el desmantelamiento del sistema nacional ambiental eliminando su cabeza, el Ministerio de Medio Ambiente, institucionalidad creada en virtud de la Constitución de 1.991 precisamente para dichos propósitos.
Lo propio ocurre con su compromiso con La Paz y la reconciliación de los colombianos. Revela un desconocimiento de la naturaleza de las violencias que hoy se entrecruzan en 33 enclaves criminales existentes a lo largo y ancho del territorio nacional, su relación con los fenómenos de inseguridad urbana y la pertinencia de la implementación integral del Acuerdo de Paz para superarlo. Sobre un futuro proceso de paz con el ELN, se limita a proponer un “otrosí” al Acuerdo del Teatro Colón para reincorporar a esta organización guerrillera a la vida civil, como si no hubiese leído un solo renglón de lo avanzado en el diálogo con esta. No sabemos que piensa hacer con el Clan del Golfo o con las disidencias de la ExFarc.
Y en materia de protección de defensores de derechos humanos, líderes sociales y ambientales o de personas protegidas por medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, solo se le ocurre la promesa de desmantelar la Unidad Nacional de Protección y su papel en las garantías de seguridad para estas poblaciones especialmente vulnerables.
La lucha contra la pobreza, la disminución de desigualdades y la superación de discriminaciones no parecen ser su fuerte. Asombra cuando persuade a los ricos para que “entiendan” que el mejor negocio es que hayan muchos pobres con capacidad de compra, que las hipotecas son un “negocio delicioso”, que los créditos leoninos del ICETEX, para evadir una reforma pedida por los estudiantes, los ayudará a pagar caritativamente con su sueldo o la reposición de sus votos, que se necesita ampliar la jornada laboral o que el “feminicidio” es un necio invento de feministas desprogramadas.
También asusta su inocultable parroquialismo, como diría Sandra Borda, en materia de política exterior. A cambio del retorno al multelateralismo y de una diplomacia para La Paz, de una democrática posición respecto a la normalización de nuestras relaciones con los vecinos y EEUU, del papel de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, de la revisión de las Tratados de Libre Comercio o del tratamiento de nuestro diferendo con Nicaragua, promete descuartizar embajadas y representaciones diplomáticas en un mundo globalizado e interconectado.
Su desprecio por el Estado de Derecho es de sumo cuidado. Produce escozor que reconozca “Limpiarse el rabo con la Ley”, desafiar la justicia haciendo campaña a pesar de su condición de imputado por delitos de corrupción y acoso laboral o que gobernará sin controles o contrapesos a punta de decretos de Conmoción Interior que le dará facultades especiales para sus disparates autoritarios mientras, según sus palabras , la Corte Constitucional se pronuncia, cayendo en un abierto prevaricato. Al mismo tiempo se despacha con un efectista discurso anti político, que resulta hipócrita ante la avalancha de adhesiones del uribismo y clanes de la política tradicional a quienes recibe justificándose en un bárbaro irrespeto a los católicos del país y del mundo.
Por todas estas razones, la incierta “rodolfoneta” del ingeniero puede conducirnos a una estrellada de consecuencias impredecibles.