En los momentos de crisis, la unidad es más que una consigna; es la base para la transformación real. En la Colombia de hoy, después de dos años de un gobierno que se ha enfrentado a obstáculos históricos, se hace urgente una reflexión profunda sobre la necesidad de consolidar un bloque político unitario que proyecte los cambios que han permitido llegar al poder. Al mirar ejemplos de éxito, como los procesos en Uruguay con el Frente Amplio o el movimiento Morena en México, vemos cómo la construcción de partidos unitarios ha sido crucial para la estabilidad y la consolidación de agendas de largo plazo.
Este es el momento de deponer las individualidades, es el momento de grandeza por encima de la mezquindad, es momento de poner por encima de todo un proyecto de país que responda a las demandas populares. La apertura democrática que hemos logrado no puede ser efímera; para prolongarla, necesitamos un bloque hegemónico capaz de enfrentar las amenazas externas, la manipulación de los medios de comunicación y las estrategias de golpe blando que buscan desestabilizar el avance de las reformas. La anuencia de los grandes medios, que de manera deliberada piden bloquear las iniciativas del gobierno del presidente Petro, es evidente. Frente a esto, solo una fuerza unida podrá contrarrestar la narrativa dominante y continuar con la ruta de cambio.
Un punto importante de este nuevo bloque no es otro que la Asamblea Nacional por las Reformas Sociales, la Paz y la Unidad, que reunió a un abanico de fuerzas sociales y políticas, desde comunidades indígenas y afrodescendientes hasta sindicatos y organizaciones juveniles. Este espacio permitió visibilizar la necesidad de crear una agenda democrática transformadora que articule las luchas por la justicia social, ambiental y económica, mientras se enfrenta la resistencia de las élites y fuerzas reaccionarias.
La historia nos ha mostrado que los momentos decisivos requieren de mecanismos democráticos para la conformación de nuevos partidos. El bloque que aspiramos a construir debe ser democrático en su esencia, con procesos amplios de participación en la selección de listas y liderazgos. Esta apertura permitirá la ampliación de las fuerzas democráticas y el logro de consensos en momentos de polarización extrema.
Las amenazas no son solo externas; también debemos reconocer los desafíos internos. El Gobierno del Cambio ha tenido que lidiar con una institucionalidad diseñada para favorecer a las élites, lo que ha complicado la implementación de políticas estructurales. Sin embargo, este mismo reto es una oportunidad para que el bloque unitario articule las luchas de los territorios y los movimientos populares. Solo con la participación activa de los territorios y sus liderazgos naturales podremos construir una verdadera paz cimentada en la justicia social.
Es imprescindible, entonces, fortalecer los mecanismos de participación popular y comunitaria. La paz total no será una realidad si no se escucha a las comunidades, si no se respetan sus autonomías y si no se garantizan sus derechos. Las Coordinadoras por el Cambio, que se están estableciendo en cada rincón del país, son una herramienta clave para movilizar y organizar a las fuerzas democráticas en defensa del programa de transformaciones.
El futuro de Colombia depende de la unidad. En este sentido, recordar las palabras del poeta uruguayo Mario Benedetti nos ilumina el camino: “Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”. La unidad no es una cuestión táctica ni temporal, es la garantía de que lo que estamos construyendo perdurará más allá de este gobierno, permitiendo que la vida en dignidad florezca en todo el país.