Entre el silencio de Gustavo Petro y los parcos anuncios ministeriales ya se sabe que no habrá renegociación ni denuncia de los TLC, a pesar de lo urgentes que son para Colombia. Y la mencionada revisión –que no han confirmado– ni siquiera permite reducir los aranceles o alargar los plazos de desgravación.
Que esta sea otra promesa incumplida del candidato no debe sorprender. Porque la renegociación de los TLC la incluyó en su programa presidencial tarde y a regañadientes. Y se sabe que el senador Petro viajó una semana a Whashington en 2007, a cuyo regreso nos impuso votar en el Polo que echáramos atrás el rechazo a los TLC, votación que perdió (Ver enlace).
Es una burla que el gobierno de “el cambio” defienda tratados diseñados para empeorar el modelo económico, social y político implantado en Colombia por lo menos desde la mitad del siglo XX, siguiendo a las determinaciones de los llamados organismos internacionales de crédito. Porque así se aseguraron que el capitalismo nacional alcanzara para promoverles jugosos negocios a las trasnacionales, y a algunos nacionales, pero no para desarrollar de verdad a Colombia.
Detalla tanto el interés de Estados Unidos –y el de la Unión Europea– que su TLC nos obliga con más de mil páginas y 23 capítulos que reglamentan en detalle el comercio de bienes y servicios, industriales, agrarios y de todo tipo. Y define sobre la inversión en educación, salud, minería y todo lo demás, las compras públicas, el sector financiero, las telecomunicaciones, la solución de controversias, el ambiente, la cultura, los asuntos laborales y la propiedad intelectual, entre otros, siempre según las conveniencias de ellos.
Y esos TLC –que fueron redactados con la guía de las trasnacionales de esos países– están garantizados, mientras no se cambien, por la Constitución de Colombia, por lo que nadie –desde el presidente de la República para abajo– puede decidir nada que los contradiga.
No más la ingenuidad o la astucia de decir que en plena globalización neoliberal las potencias andan por el mundo trayéndoles las bienaventuranzas a países como Colombia.
Porque más de 70 años, incluida la apertura y los TLC, son prueba suficiente para saber que país que decida industrializar de verdad sus faenas urbanas y rurales, apoyándose en la ciencia y las tecnologías complejas, se desarrolla –ver China y Corea–, en tanto que el que no lo haga se queda en el atraso, el desempleo, la pobreza y la corrupción, así le impongan como falsa solución la deuda externa y la inversión extranjera.
Que Gustavo Petro coincida con Uribe, Santos y Duque en la oferta de desarrollar a Colombia en medio de los TLC es una ficción que ni él puede creer. Y que le destruye su retórica de reemplazar el petróleo y la minería con más industria y más agro, dado que él sabe que el libre comercio extrema las ideas colonialistas de David Ricardo, las cuales determinan que los países de América Latina deben exportar bienes básicos agrícolas y mineros –quedarse en el extractivismo– para así pagar la importación de los bienes procesados y los créditos y las inversiones foráneas, manteniéndonos en el subdesarrollo.
Que desde 1990 aumentaran las importaciones agrarias de 500 mil a 14 millones de toneladas anuncia que, por los TLC vigentes, siguen la quiebra de la leche y los lácteos, el arroz y el pollo, seguirá anquilosada la industria nacional y en algún momento le meterán el zarpazo al azúcar, la panela y la palma.