Hoy he aprendido una cosa nueva. Reconozco que no tenía ni idea de lo que es ser un ‘furry’ en la vida. Y también reconozco que, a veces y sólo a veces, si no nos tomáramos tan en serio este extraño mundo contemporáneo en que vivimos, todo esto es divertidísimo.
Resulta que los ‘furries’ son una especie de tribu urbana, una subcultura, en la cual, los que se adentran en ella, se identifican como un animal en concreto. Mejor dicho, se autoperciben como animales (casi siempre gatos), y hacen vida de gatos, quieren pensar como gatos, e incluso, procuran asemejarse en su estética física a la de los felinos mediante accesorios o cirugías estéticas. Es lo mejor de los dos mundos: vivir siendo humanos como nuestro animal favorito. Maravillosa la idea si fuera ‘real’.
Tradicionalmente ha existido una tendencia de las personas a caracterizarnos como animales. Normal, son los seres vivos más similares con los que convivimos. ¿Quién no ha tenido alguna vez algún amigo o amiga que, casi siempre a modo de broma (cuando se podía bromear sin que la gente se ofendiera), que le ponían un alias de algún animal en función de algún rasgo físico o de su personalidad?
Animalización
Por ejemplo, ser un gallina es sinónimo de ser una persona poco valiente o directamente un cobarde. Un perro en Colombia es, paradójicamente, alguien poco fiel. El delfín, lo contrario, alguien cercano del que te puedes fiar; así como un gato se ha considerado toda la vida una persona muy ágil. Sin olvidar a la clásica zorra, que caracterizaba a una mujer con afición excesiva por el sexo. O la víbora a la mala; el rata al tacaño; la jirafa al que era altísimo; la tortuga al lento; o el tiburón al ambicioso… casi todo animal tiene alguna imagen de correlación con la personalidad humana.
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Como todo lo actual es más extremo, salvaje, surrealista. En la nueva tendencia ‘furry’, estos jóvenes se lo creen de verdad. No es una caracterización figurada, sino un deseo animal nunca mejor dicho. Ansían perder su dignidad de personas para pasar a ser animales. Uno no sabe si les faltaron unos padres con dos dedos de frente que pusieran algo de orden en su educación, o simplemente es un mal diagnóstico psiquiátrico. Pero el foco de atención y el grado de sobreactuación y sobreprotección de estos casos es otro fracaso en lo social.
Surrealismo real
El relativismo extremo es caer en el todo vale. Y ahora hay que aceptar que todos los géneros son fluidos y todas las autopercepciones muy respetables. Están surgiendo problemas de convivencia en los colegios entre los propios alumnos. Se han producido acusaciones de discriminación hacia los que no aceptan la identidad de estos adolescentes que se identifican como animales o de formas parecidas; al mismo tiempo que se han denunciado las actitudes de estos jóvenes cuando no se les permite “responder maullando como un gato” en las actividades escolares.
Esto es real, sucedió en el Reino Unido la semana pasada, tal fue el ruido mediático que hasta un portavoz de Downing Street tuvo que intervenir. Poco le pasa a la decadente Europa.
La apisonadora de la nueva tendencia de asumir como dogma cualquier diversidad, inclusión, o el multigénero fluido, en general cambiante y subjetivo, alcanza niveles de paroxismo que lo que sucederá con el tiempo, pronostico, es que acabará con esta moda de mal gusto y alejada del sentido común.
Ser y sentirse
No es lo mismo ‘ser’ que ‘sentirse’. El sentimiento es muy respetable, la biología es la realidad. Cuando un niño sufre anorexia, que es un drama, se mira en el espejo y se ve gordo. Siempre, sin excepción. Y se percibe gordo, aunque no lo esté, aunque pese 30 kilos. Y sufre. Mucho. Y esa gordura que ve en su cuerpo lo puede terminar matando. Si en esos casos se les secundara su autopercepción les estaríamos haciendo un daño irreparable.
Yo me puedo sentir millonario de verdad, autopercibirme como el heredero de Jeff Bezos. Empezar a gastarme los millones que algún día espero heredar… a ver qué pasa. O mejor aún, voy a cumplir mi sueño de niñez. Me estoy viniendo arriba. Me autopercibo como un extraordinario delantero centro. Aprovechando que el Real Madrid se ha quedado sin ‘9’ tras la marcha de Benzema voy a llamar a Carlo Ancelotti para que me fiche y me ponga de titular, porque definitivamente yo me autopercibo como el mejor delantero del mundo. Y nadie me lo puede negar, y si me lo niega, le planto una denuncia.
Polémica Trans
Parece un chiste, es un chiste… pero esos conflictos con la autopercepción, suceden. Especialmente en la universidad, pero también en la calle. Sin ir más lejos la semana pasada en España, una empleada de caja de un supermercado tuvo que coger ‘vacaciones forzosas’ de la empresa porque, en el ejercicio rutinario de su labor, saludó de “caballero” a un señor con barba (y muchas ganas de fama) que se autopercibe como Trans. Y el señor o señora trans, me da igual lo que sea, denunció a la empleada por transfobia y por las hilarantes leyes de género españolas, esta chica queda al borde del despido. Esto ya no me da igual. Esto es una locura. A esto le llaman ‘progresismo’.
¿El ‘quid’ de la cuestión es por qué se aceptan unas autopercepciones y otras no? ¿Qué lleva a la opinión pública a aceptar que una persona Trans, por ejemplo, sea lo que quiera ser en el momento que decida, mientras que al niño con anorexia se le etiqueta de enfermo clínico? Cada uno que se sienta lo que quiera, pero no nos lo impongan a la fuerza al resto. Y por su puesto no paguen su fiesta con mis impuestos. Es lo mínimo. Respeto máximo por todas las personas, ya sean blancos, negros, amarillos, ricos, pobres, gays, trans o mediopensionistas. Las cualidades no nos dan ni nos quitan los derechos fundamentales, que son de todos, y no sólo de los que se los quieren apropiar por encima del resto.
Dinero público
Lo otro que no falla es que siempre detrás de un colectivo que se siente diferente y discriminado, surge una asociación o ONG que pide una subvención de dinero público para ‘luchar’ por su integración en la sociedad. Mientras mi carpintero Sigifredo se desloma a trabajar de sol a sol para ganar un sueldo digno para su familia, encontrarás a un vividor de estos tocando a la puerta de un político inmoral para, efectivamente, regar con una cuantía económica siempre jugosa a ciertos colectivos.
Y luego se extrañan de que los obreros, los que levantan la persiana antes de que salga el sol, se hayan alejado de los partidos de izquierdas y voten a políticos transgresores que quieren acabar con estilo de hacer política tradicional.
Sueño en el mundo ideal
Hoy en día, nadie en Europa puede decir que existen colectivos sociales discriminados ni legal ni socialmente. Eliminar estas prebendas o subvenciones de asociaciones ideológicas de la nada, impuestas para colocar a amigos o vagos sin oficio ni beneficio, no quiere decir que se recorten derechos de las personas. Significa que, por fin, el dinero de los impuestos se destine a cosas útiles que acaben con las injusticias. A las auténticas víctimas, y no a sueldazos de estos parásitos sociales, que claro, mueven votos.
Para cerrar, regresando a mi mundo ideal de Aladdin, definitivamente, yo de mayor quiero ser un ‘furry’. De hecho, seré un ‘furry’, pero no un ‘furry’ cualquiera, puesto a pedir seré un híbrido entre gato y halcón. Escojo mis dos animales favoritos. Gato para dormir y hacer lo que me dé la gana sin que me cuestionen; y halcón para, desde las alturas, en vuelo rasante, en calma, disfrutando, observar la estupidez del ser humano, que no tiene límite.