Roger Waters trajo con éxito su gira This Is Not A Drill con una puesta en escena de alto calibre, quizá la más ambiciosa que haya tenido el Coliseo MedPlus de Bogotá desde que se abrió como escenario.
Pocos como él, desde finales de los 60 con Pink Floyd, han puesto al ‘mainstream’ a conversar en torno a la política y la justicia social. 50 años después su apuesta continúa atractiva e innovadora para un público generoso con él y su mensaje. El de Bogotá no fue la excepción.
El cofundador de Pink Floyd introdujo el show de manera contundente dejando su precedente político desde el primer segundo. La apertura del espectáculo fue con el mensaje: “Si te gusta Pink Floyd, pero no soportas la política de Roger, podrías irte a la mierda o al bar ahora mismo”.
Sin más, la escenografía se nutrió de cuatro pantallas amplias que iban narrando de manera cinematográfica una serie de mensajes políticos intercalados con visuales caóticas que contrastaban con anécdotas entre él y Syd Barrett a modo de homenaje.
Para acompañar el espectáculo del artista de 80 años, se usó toda clase de recursos posibles. La producción de un sonido envolvente con efectos especiales comenzó siendo lo más destacado junto a una pirotecnia controlada. El show con las luces ayudó a darle cierto dramatismo a las letras legendarias que él compuso.
En el primer bloque del concierto Roger Waters se entregó a lo musical. A medida de que el concierto avanzaba iba tomando confianza con el público bogotano, que lo estuvo abrazando con voces coreando éxitos como Confortably Numb o Another Brick In The Wall.
Antes del descanso que le dio a sus asistentes, el británico puso en sus pantallas la influencia que tuvo en él las obras de George Orwell o Aldous Huxley, especialmente con los libros distópicos como Rebelión En La Granja y Un Mundo Feliz. Esto fue el preludio para que comenzara a interpretar Sheep e In The Flesh, mientras una oveja inflable gigante se paseaba por todo el Coliseo MedPlus respaldada por las visuales de un ejército de ovejas que resistían y estaban dispuestas para la lucha.
El segundo bloque de This Is Not A Drill fue introducido con el característico cerdo que suele traer a sus giras, pero en esta ocasión llevaba el mensaje: “He’s Mad, Don’t Listen”, mientras de fondo sonaban sirenas de policía. Seguido a ello, él recuperó la euforia del público capitalino con Run Like Hell.
Como un regaño paternal se recibió la analogía que hizo entre las hormigas y el ser humano, dando a entender que la sociedad ha perdido la capacidad sentipensante para forjar cambios en los que prime lo colectivo sobre lo individual para evitar conflictos y guerras.
Como constante durante el concierto, Roger Waters siempre sostuvo su apoyo directo a favor de la causa palestina, aunque también abogó por defensores de derechos humanos, en pro de los derechos de personas trans y derechos reproductivos. Denunció el genocidio y represión contra Palestina y en Yemen, además de hacer un ejercicio de memoria con varios asesinatos a civiles por la fuerza pública. De hecho, rememoró al abogado colombiano Javier Ordóñez, que fue asesinado a manos de policías en Bogotá hace un par de años. También alzó su voz para la protección de comunidades indígenas.
Entre sus discursos recordó cuando escribió una carta para votar a favor de Gustavo Petro en Colombia y pidió a su público resistir ante el fascismo que hay en la sociedad.
En cuanto al repertorio, Roger Waters fue generoso con los éxitos de Pink Floyd y las que ha hecho como solista. El cierre vino con Outside the Wall, precedido de un homenaje que le hizo a Bob Dylan destacando sus dotes como letrista; a su esposa y a su hermano, que falleció recientemente.
Tras la canción presentó a su banda conformada por Jonathan Wilson en la guitarra, Joey Waronker en la batería, Amanda Belair y Shanay Johnson en los coros y Seamus Blake en el saxofón. Waters, además de una voz en buen estado a sus 80 años, se atrevió a tocar el bajo, la guitarra acústica y el piano en más de dos horas de espectáculo.
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*Foto: @alvarado_foto