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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Opinión

Mano fuerte

Colombia tiene que dejar de ser un Estado fallido en el que los grupos armados al margen de la ley son considerados como necesarios. Guerrillas, bacrim, autodefensas, clanes, mafias, carteles, paramilitares, etcétera, no pueden ser parte del ADN nacional. El mensaje es claro, se requiere mano fuerte para erradicarlos de una vez por todas y de paso, moderar cualquier chispa que a futuro pueda convertirse en otro grupete de esta calaña. Consigna y acción: Los únicos grupos armados deben ser las Fuerzas Militares, la Policía y excepcionalmente, las empresas de seguridad privada autorizadas en el marco de la ley. Todo dentro de la ley, nada por fuera de la ley.

Se terminó por normalizar guerrillas y carteles de narcotraficantes que, en el fondo, son grupos terroristas y delincuenciales. El único diálogo permitido debe ser el de los fusiles. No es plausible que tales grupos delincuenciales formen parte de las entrañas del País, no son hijos de la patria. Son criminales que en épocas de mal gobierno se fortalecen y hacen de las suyas. No se puede permitir que todo aquel que no esté de acuerdo con algo, se arme para secuestrar, asesinar y aterrorizar a la población, para luego, demandar diálogos de paz que terminan en impunidad.

 

Colombia requiere de mano fuerte que aplique y haga cumplir la ley. No se puede permitir que grupos armados ilegales hagan de las suyas a su antojo, se paseen como señores y dueños de los territorios e impongan las reglas. El acto terrorista del pasado 08 de noviembre hogaño, donde un grupo terrorista, en horas de la madrugada dejó abandonada una volqueta cargada con 24 cañones explosivos en un sector residencial de la Ciudad de Tunja, colocados de tal manera que, podrían destruir todo el vecindario, no puede ignorarse. Las escenas transmitidas por los medios son contundentes: Fue un acto terrorista provisto de total barbarie y desprecio por la vida.

Esta semana el Kneset de Israel, que es el equivalente institucional al Congreso en Colombia, debatió y aprobó un proyecto de ley impulsado por el Gobierno, consistente en imponer pena de muerte a quienes realicen actos terroristas contra ciudadanos israelíes. Proyecto de ley que contó incluso, con el apoyo del partido político de oposición Ysrael Beitenu.  Los jueces de Israel con esta ley, podrán sentenciar con pena de muerte a quienes asesinen ciudadanos israelíes con fines terroristas. Esta medida es necesaria en Israel, un País hermoso y bendecido que se preocupa por proteger a su pueblo. El criminal que usa el terrorismo en contra de sus semejantes no tiene derecho a vivir, es ley natural.

Colombia no puede ser la excepción, las autoridades deben actuar con mano dura y no dejarle esa labor a la ciudadanía desesperada que, a punta de la mal llamada “paloterapia” hace “justicia callejera”. Es hora de abrir debate sobre un proyecto de acto legislativo que modifique los famosos acuerdos de paz, que revise indultos y amnistías y en los que haya pruebas, sean revocados. Se reabran los juicios contra los que se han beneficiados de estos perdones y olvidos para seguir delinquiendo. Asimismo, es necesario que, dentro de ese paquete de medidas judiciales de rango constitucional, se debata sobre la pena de muerte para terroristas y de paso, la cadena perpetua para el agresor sexual.

Finalmente, se debería volver a un estatuto de seguridad transitorio contra el terrorismo, una especie de Patriot Act que dé herramientas ágiles a autoridades de policía, militares, fiscales y jueces para prevenir, investigar, juzgar y sentenciar actos terroristas. El qué a sabiendas, conduce una volqueta cargada de explosivos a reventar para abandonarla en plena calle cuando los vecinos duermen, no merece consideración alguna. Los terroristas no merecen los derechos humanos que arrebatan a los otros.

León Ferreira

Medellín normaliza la gentrificación

En Medellín varias paredes tienen grafitis con la pregunta: “¿la ciudad para quién?” Y esto hace referencia a lo caro que resulta vivir en la ciudad para sus propios habitantes. Una ciudad excluyente con sus propios habitantes, desplazados por extranjeros en su propio suelo. Así lo dice la canción de alkoholyricoz “Medellinificación”: “todo está muy caro, recolonizado por avaros, no importa vivir endeudados…” (https://www.youtube.com/watch?v=TE1qzHz7goU&list=RDTE1qzHz7goU&start_radio=1).

Dos noticias del diario El Colombiano sobre el crecimiento inmobiliario de Medellín y su atractivo como vividero dan cuenta de la normalización del despojo por desposesión en la ciudad, o lo que también se denomina como un proceso de gentrificación. Una noticia titula: “Medellín hace parte de las 100 mejores ciudades del mundo para vivir en 2026” (https://www.elcolombiano.com/negocios/medellin-100-mejores-ciudades-mundo-vivir-ranking-worlds-best-cities-2026-GB30754112). Alardea de que Medellín se ubica en el puesto 76, por debajo de Bogotá (puesto 51), y de su definición como “laboratorio urbano de Sudamérica”, desconociendo su realidad inmobiliaria determinada por los intereses del capital.

 

La otra noticia “Apartamentos entre nubes, el nuevo paisaje del Aburrá” (https://www.elcolombiano.com/multimedia/imagenes/apartamentos-entre-nubes-el-nuevo-paisaje-del-aburra-CF30534767), esconde otra realidad más brutal y son LOS PRECIOS POR LAS NUBES DE LOS ARRIENDOS, por el fenómeno de la gentrificación. Gente con un salario mínimo o hasta dos no podría alquilar un espacio digno en la ciudad y a la vez tener con qué movilizarse, alimentarse y pagar servicios.

Mientras tanto, medios oficiales como El Colombiano, normalizan esta situación e incluso exaltan el atractivo turístico de la ciudad que se convirtió en vividero para extranjeros a costa de sus propios ciudadanos. De nuevo cabe la pregunta: “¿la ciudad para quién?”

Esta reflexión para poner en la discusión la normalización que hacen los medios tradicionales de una situación que está generando descontento en la ciudadanía, afectada por el alto costo de vivir en una ciudad que al parecer ya no les pertenece.

Pedro Baracutao

CELAC: la esperanza de una voz común para América Latina y el Caribe

América Latina y el Caribe vuelven a mirarse en el espejo de la historia. La comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) se encuentra, otra vez, ante el reto de demostrar que nuestra región puede hablar con una sola voz, defender sus propios intereses y construir un destino compartido, no impuesto desde fuera, sino tejido desde la diversidad que somos.

Un llamado desde la historia

 

Hace más de una década, la CELAC nació como una apuesta de soberanía: una casa común sin tutelas externas, donde los pueblos de la región pudieran encontrarse, dialogar y acordar un rumbo propio. Era el eco contemporáneo de los sueños bolivarianos y martianos de unión continental. Hoy, en medio de un mundo convulsionado por guerras, crisis climáticas y desigualdades crecientes, esa aspiración recobra sentido.

Cada cumbre, cada declaración, cada encuentro regional, recuerda que la integración no es un ideal romántico, sino una necesidad vital. Que solos somos vulnerables, pero juntos podemos ser una fuerza capaz de transformar las estructuras injustas que aún condicionan nuestro destino.

Coyuntura y oportunidad

El contexto actual abre una nueva posibilidad. La Presidencia Pro Tempore de Colombia (2025-2026) puede marcar un punto de inflexión. Con un liderazgo comprometido con la paz, la equidad de género, la transición ecológica y la justicia social, Colombia tiene la oportunidad de impulsar una CELAC más activa, más inclusiva y más coherente con los desafíos de este siglo.

No se trata solo de reuniones diplomáticas o comunicados finales. Se trata de dar contenido humano a la integración, de conectar las grandes decisiones políticas con las realidades de los pueblos: con las campesinas que protegen la tierra, con las comunidades afrodescendientes que resisten desde la dignidad, con los jóvenes que sueñan con quedarse en su territorio sin miedo ni exclusión, con las mujeres que construyen paz desde abajo.

Los desafíos de la unidad

La CELAC enfrenta tensiones, sí: diferencias ideológicas, ritmos económicos desiguales, crisis democráticas y la constante tentación de mirar más hacia el norte que hacia los costados. Pero también posee algo que ningún otro bloque del mundo tiene: una identidad compartida de resistencia, mestizaje, memoria y esperanza.

Mientras los grandes centros de poder global disputan recursos, tecnologías o territorios, América Latina y el Caribe pueden disputar el sentido del futuro: una integración basada en la solidaridad, la equidad y la vida digna.

Más allá del discurso

No basta con proclamar la unidad; hay que ejercerla con voluntad política. La CELAC tiene los mecanismos, los mandatos y la legitimidad, pero le falta lo esencial: la decisión real de actuar juntos.

De entender que la cooperación no debilita la soberanía, sino que la multiplica. Que la defensa del ambiente, la seguridad alimentaria, la salud, la educación y la igualdad de género no pueden depender de intereses aislados, sino de acuerdos sostenidos y coherentes.

Una región que aún puede soñar

La historia de América Latina está tejida de derrotas momentáneas, pero también de victorias morales, culturales y sociales que ningún imperio ha logrado borrar. La CELAC representa esa posibilidad renovada de tejer la esperanza desde el Sur, de creer en una comunidad política de pueblos que no renuncian a su dignidad ni a su derecho de soñar juntos.

Porque al final, lo que definirá el futuro de la CELAC no será la retórica de sus discursos, sino la voluntad política de sus Estados miembros para actuar juntos.

Esa es la frontera real entre la integración como palabra y la integración como práctica. Entre la historia que se repite y la historia que por fin se transforma.

La CELAC puede ser mucho más que un foro diplomático: puede ser el corazón que vuelva a latir con fuerza en el cuerpo político de América Latina y el Caribe.

Al escuchar ese pulso, impulsemos la creencia, unida nuestra región puede cambiar el destino del planeta.

Petro le dio sede a la CELAC, y no cualquiera, 500 años de historia hablaron en nuestra bella Santa Marta, y el estado pido perdón a la UP, por los crímenes de lesa humanidad cometidos a nuestra gente, y mañana muy pronto, menos tarde que temprano le pediremos perdón a las cuchas por que tenían razón.

Marcela Clavijo

Economía política en crisis: la ideología se extravió frente a la tecnología

Durante décadas, el debate económico giró en torno a una dicotomía cómoda: o se creía en el mercado libre y la competencia como motores del progreso, o se defendía la intervención estatal como correctivo y garantía de equidad. Esa discusión, que llenó libros, campañas políticas y cátedras universitarias, parece hoy una antigüedad. Las realidades de este siglo han dejado sin suelo tanto al neoliberalismo como a sus viejos antagonistas.

Primero, el propio Estados Unidos, cuna de la ortodoxia del mercado, ha terminado haciendo exactamente lo que por años predicó que no debía hacerse: intervenir directamente (Reuters, 2025), subsidiar, dirigir y proteger. Ya desde el 2022, el CHIPS and Science Act había destinado más de 280.000 millones de dólares para apoyar la producción nacional de semiconductores; y el Inflation Reduction Act comprometió otros cientos de miles de millones en subsidios verdes, en un movimiento que mezcla política industrial con estrategia geopolítica frente a China. Como se ve, hoy profundiza esa senda.

 

No es una anécdota. Es un giro de economía política.

El mismo país que evangelizó al mundo con el libre mercado está actuando hoy como un Estado cerrado y planificador que decide dónde invertir, qué producir y a quién apoyar. Es una materialización del “Estado emprendedor” que Mariana Mazzucato describió hace más de una década: un Estado que no se limita a “corregir fallas del mercado”, sino que invierte, arriesga y crea mercados nuevos. En su libro The Entrepreneurial State, Mazzucato, (2013) documentó que casi todas las innovaciones que sostienen la economía digital (internet, GPS, y pantallas táctiles) fueron financiadas con dinero público antes de que los inversionistas privados se animaran. Curiosamente, la realidad actual hace que el discurso de la “iniciativa privada” suene más a ideología y menos a evidencia.

En el otro extremo del tablero está China, que se ha convertido en el mayor laboratorio del siglo XXI. Su sistema económico no es ni capitalismo ni socialismo como hemos entendido. Es ambos a la vez. Combina planeamiento central, competencia de mercado y emprendimiento privado, bajo la dirección estratégica del Estado-partido. El gobierno define objetivos quinquenales, controla la infraestructura, fija prioridades tecnológicas y, a la vez, permite que empresas privadas, de la que es copropietario, como Huawei, BYD, Alibaba y Tencent, compitan e innoven a velocidades vertiginosas. Y el resultado está a la vista: crecimiento muy rápido y sostenido, dominio en tecnologías clave y una expansión global que dejó perplejos a quienes creían que solo el libre mercado podía generar eficiencia, crecimiento, desarrollo, prosperidad y sacar gente de la pobreza. Ninguna teoría económica clásica había previsto algo así.

Ambos casos, el estadounidense y el chino, desmontan los dogmas que nos enseñaron sobre la supuesta oposición entre Estado y mercado. Hoy el poder económico se ejerce a través de información, datos y algoritmos, no solo de capital financiero o producción física. El mercado podría ya no ser el mecanismo más eficiente para coordinar oferta y demanda: la inteligencia artificial empieza a hacerlo mejor. Los algoritmos podrán anticipar el consumo, ajustar precios, mover inventarios y hasta decidir inversiones antes de que los humanos puedan darse cuenta. En esa lógica, un sistema estatal o corporativo que maneje los datos globales podría, literalmente, planificar la economía sin llamarlo planificación central.

No se trata de ciencia ficción. Sam Altman, director de OpenAI, ha esbozado esa visión de un futuro donde la productividad extrema generada por la IA permitiría a las grandes tecnológicas convertirse en una especie de para-Estado digital, capaz de sostener incluso un salario básico universal para millones de personas que ya no tendrían que trabajar. Sería, paradójicamente, comunismo sin ideología, gestionado por algoritmos privados, y dando paso a un nuevo sistema político basado en unas pocas empresas privadas super-poderosas que ejercerán una dictadura en la práctica (Fonseca, 2025).

Estas transformaciones hacen tambalear la arquitectura intelectual sobre la que se construyó la economía moderna. Si el precio ya no es el principal portador de información, como decía la teoría, si el trabajo deja de ser el centro de la producción, y si un para-Estado llega a ser protagonista, pero con herramientas digitales, entonces el edificio conceptual de la economía se viene abajo. Y su siamesa, la política, se revuelve en su propio laberinto: ya no hay derechas ni izquierdas coherentes, sino estrategias de poder adaptándose a una economía que ya no obedece a ninguna teoría.

El resultado es un mundo donde las viejas etiquetas ya no sirven. Los Estados invierten como las empresas, las empresas regulan como los Estados y los algoritmos reemplazan las decisiones humanas que antes eran políticas. Las teorías económicas y políticas se están volviendo obsoletas, no porque hubieran sido falsas, sino porque fueron diseñadas para un mundo que ya no existe.

Tenemos que comprender esto para dejar de perder el tiempo en las viejas discusiones que solo representan pérdidas de tiempo ahora, a no ser para los historiadores económicos. El desafío ya no es “escoger” entre mercado o Estado, sino aprender a gobernar la inteligencia que los sustituye. Porque, si los algoritmos van a planificar por nosotros, más vale que pongamos atención a quién los programa, con qué propósito y en beneficio de quién.

Por: Rafael Fonseca Zárate

Capacidades que transforman: Cuando el talento no necesita permiso para existir

En Colombia, la capacidad de transformar realidades de las personas que no han tenido las mismas oportunidades que otras trasciende la voluntad. Se trata de reconocer que cada persona aporta un valor único, una forma particular de ver el mundo y de contribuir al tejido productivo y social. Y es precisamente ahí en esa riqueza de diferencias donde aparece la clave de la verdadera inclusión laboral para las personas con discapacidad.

Según recientes datos del país, solo el 23,5 % de las personas con discapacidad participan activamente en el mercado laboral, frente al 66,4 % de la población general. En otras palabras: de cada 100 personas con discapacidad, apenas 22 o 23 tienen empleo.

Estos datos, lejos de desanimarnos, deben impulsarnos hacia una reflexión: ¿cómo estamos mirando la discapacidad en las empresas, en las instituciones, en la vida comunitaria? Y, sobre todo: ¿cómo estamos reconociendo la capacidad en lugar de la limitación?

 

La inclusión como valor

La inclusión laboral de personas con discapacidad no debe entenderse como una obligación únicamente legal, aunque en Colombia ya existe el marco normativo que lo exige. Por ejemplo, la Ley 1618 de 2013 estableció medidas para garantizar el derecho al trabajo sin discriminación para esta población. Y la Ley 1996 de 2019 reafirma que todas las personas, sin importar su condición, tienen plena capacidad legal para decidir, y justo ahora con la nueva reforma laboral encontramos nuevas dimensiones que abordar y resignificar.

Nota recomendada: ¿Cómo evitar el estrés laboral?

Pero más allá del cumplimiento, la inclusión se convierte en un valor cuando reconocemos que integrar trabajadores con discapacidad en nuestros equipos no es “dar una oportunidad” sino “activar un talento potencialmente CAPAZ”. Personas que por sus experiencias traen empatía, creatividad, resiliencia, y sobre todo una visión diferente. Estas cualidades fortalecen las organizaciones y enriquecen su cultura de diversidad.

Un llamado a las organizaciones

  1. Cambiar el enfoque: Dejar de ver la discapacidad como un obstáculo y empezar a verla como una oportunidad de atraer nuevos talentos. Que la palabra ajuste razonable no signifique “hacer trabajo extra” sino “potenciación y apertura”.
  2. Eliminar barreras: Las cifras muestran que buena parte de las personas con discapacidad ya han tenido alguna experiencia laboral. Esto quiere decir que no se trata de talentos sin experiencia, sino de talentos sin oportunidades.
  3. Generar entornos auténticos y genuinos de inclusión: Más allá de la contratación, la inclusión real requiere cultura, acompañamiento, sensibilización. Una empresa que contrata, pero no integra, no aprovecha el talento que incorporó y puede generar (sin querer) entornos psicológicamente inseguros.
  4. Medir y comunicar: Establecer metas, visibilizar avances, contar historias. Porque el cambio también es narración y conciencia compartida.

Hacia un nuevo escenario laboral

Imaginemos una empresa donde la diferencia no es “un problema” sino una ventaja; donde una persona con discapacidad auditiva aporta una perspectiva única en comunicación, donde una persona con movilidad reducida diseña procesos más accesibles, donde una persona con discapacidad visual aporta desde otros sentidos, donde la diversidad se convierte en motor de innovación y creatividad. Ese escenario no es utópico: está al alcance si tomamos la decisión de creer en las capacidades y enfocarnos en las habilidades.

Hoy quiero hacerles una invitación: Miremos a los ojos de las personas y veamos las capacidades presentes. Porque cuando la inclusión laboral se convierte en práctica cotidiana, no sólo transformamos vidas individuales, sino que construimos sociedades más justas, más productivas, más humanas.

La diferencia no es una barrera si la mirada cambia. Y ese cambio debe empezar ahora.

Para seguir hablando sobre este y otros temas relacionados, los invitamos a participar en el: 4to. Encuentro de Diversidades e Inclusión.

De los desafíos a las soluciones

Miércoles, diciembre 3 de 2025

Universidad El Bosque, Auditorio Fundadores Registro a partir de las 7:00 a. m.

👉 Cupos limitados, inscríbete aquí y asegura tu participación: https://forms.office.com/r/2HqquLdcws

Jhonattan Aguirre Gómez

Líder Pride Connection Colombia

Consultor DEI – Mejor Versión Research & Development

El problema fiscal

Colombia atraviesa un momento económico de alto riesgo: el déficit fiscal es el principal obstáculo para la estabilidad de largo plazo. Según el Marco Fiscal de Mediano Plazo 2025, el déficit del Gobierno Central cerrará este año cerca del 7,1 % del PIB, por encima del 5,1 % proyectado este mismo año y muy lejos de la meta de converger al 3 % antes de 2027. En términos prácticos, esto significa que el Estado gasta más de $129 billones anuales por encima de sus ingresos y que, si el ajuste no se hace ordenadamente, terminará imponiéndose por la fuerza de los mercados. La deuda pública ya supera el 61 % del PIB, mientras los intereses representan el 17% del presupuesto nacional, casi lo mismo que todo el gasto en educación.

El problema no es solo de caja, sino de credibilidad fiscal. En 2019, por cada peso que entraba por impuestos, el Gobierno destinaba 12 centavos a intereses; hoy son 28 centavos, una cifra que se duplicó en solo cinco años. La combinación de bajo crecimiento económico (1,6 % en 2024) y gasto inflexible configura una trampa de deuda peligrosa. El Banco de la República ha advertido que el déficit en cuenta corriente, aunque ha mejorado a 2,3 % del PIB, no puede absorber un deterioro fiscal adicional sin presionar el tipo de cambio.

 

A esta fragilidad macroeconómica se suma una debilidad institucional y política. El Gobierno ha intentado financiar su expansión del gasto mediante aumentos tributarios que no se materializan o que desincentivan la inversión privada. La reforma tributaria de 2022, que prometía recaudar 1,7 % adicional del PIB, apenas logró el 0,6 %, mientras la inversión extranjera directa cayó 15,2% en el último año.

El resultado es un país que recauda menos, gasta más y confía en que el precio del petróleo lo salve. Pero Ecopetrol enfrenta una menor producción (de 780.000 a 725.000 barriles diarios) y menores ingresos por exportación. Sin esa renta, el déficit estructural se agrava.  El Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles acumula pasivos por $8 billones. En contraste, el gasto público creció 9,5% real, impulsado por el aumento de la nómina estatal.

La solución no pasa por discursos ideológicos, sino por recuperar la disciplina fiscal y fomentar el crecimiento económico sostenible. Chile, con deuda del 37 % del PIB, redujo su déficit del 6 % al 2,5 % en dos años gracias a disciplina presupuestal. Colombia podría seguir un camino similar si adopta un plan integral que incluya: reactivar la inversión, priorizar proyectos con retorno económico y social verificable, revisar esquemas de subsidios y restablecer la confianza en las reglas de juego. La mayoría del gasto parecería ir a nóminas de activistas que no juegan ninguna función en el estado sino en función de la victoria del Pacto Histórico en las elecciones.

El déficit fiscal no es solo un problema contable: es también un reflejo ético del Estado. Un país que gasta más de lo que produce termina hipotecando su futuro. Vivir del endeudamiento es, en el fondo, sembrar promesas con dinero prestado, una práctica que tarde o temprano pasa factura. Colombia no puede seguir financiando promesas con deuda; debe volver a financiar esperanzas con crecimiento, productividad y confianza. Ahora no se ve, pero los problemas llegarán.

Simón Gaviria

La USO pide fracking a pesar de Petro

Asistimos como espectadores de un episodio energético inesperado en Colombia basado en el divorcio político entre el Gobierno Petro y la Unión Sindical Obrera (USO), que marca un punto de inflexión en la historia política y energética reciente del país, y es como efectivamente el principal sindicato del sector petrolero -y uno de los bastiones históricos del progresismo laboral colombiano- acaba de enviarle al Gobierno un mensaje tan incómodo como contundente, respecto de la transición energética, el cual no puede fundarse sobre la liquidación de Ecopetrol ni sobre la ideología ambiental que confunde el cambio con la parálisis. La USO, que acompañó a Gustavo Petro en su cruzada inicial por una economía descarbonizada, hoy pide al Estado preservar la producción petrolera, mantener el negocio del fracking en el Permian Basin de Texas y evitar que las decisiones políticas destruyan a la empresa más importante de la nación.

El contraste no podría ser mayor, pues mientras el presidente Petro predica en foros internacionales, como la reciente cumbre CELAC-UE en Santa Marta, que el mundo debe “liberarse del petróleo y priorizar la vida sobre el capital”, la USO advierte que el país no puede financiar su transición energética si apaga el motor que la sostiene, recordando que Ecopetrol es la responsable  de aportarle al país más del 70% de todas sus utilidades mediante la explotación hidorcarburífera y que de ahí salen los recursos que financian programas sociales, educación, infraestructura, ciencia y, paradójicamente, los proyectos de energías renovables que el Gobierno tanto promueve.

 

En la práctica, el Gobierno le exige a Ecopetrol que practique la eutanasia para salvar el mundo, pero el principal sindicato de la industria colombiana salió responsablemente en respaldo de la colosal petrolera, advirtiendo que vender o cerrar el negocio de fracking en la cuenca del Permian, en Estados Unidos, sería un garrafal error estratégico, pues dicha operación en asocio con la Occidental Petroleum (OXY) es hoy una de las más rentables del portafolio de Ecopetrol, con costos de producción que rondan los USD $12 por barril, lo cual indica que renunciar a ese activo en nombre de un discurso ambiental abstracto no solo afectaría la rentabilidad de la empresa y el empleo de miles de trabajadores; también debilitaría la relación de cooperación energética con Estados Unidos, país que ha sido socio tecnológico y comercial de Colombia durante décadas.



El mensaje implícito de la USO es político y pragmático en sentido de ser amigo de Estados Unidos en materia energética que nos resulta más sensato que quedar a merced de los grandes exportadores árabes o de potencias no alineadas como Irán, a las cuales Colombia tendría que comprar petróleo a precios altos y en condiciones geopolíticamente incómodas. Lo que el Gobierno llama “proteger la vida” podría terminar convirtiéndose en una nueva forma de dependencia fósil más cara, más sucia, servil y menos estratégica. Advertimos nuevamente que, si Colombia deja de producir su propio crudo y gas para importarlos, no habrá ninguna transición, ninguna soberanía energética y ninguna justicia tarifaria, sino que enfrentaremos una sustitución de dependencia servil al dejar de depender del petróleo colombiano para depender del fósil extranjero.

Aclaramos que el sindicato es insistente en que no está defendiendo el fracking por convicción ideológica, sino que está defendiendo la estabilidad económica de la empresa que hará posible la transición justa en un contexto donde los proyectos solares y eólicos avanzan lentamente, donde la red eléctrica tiene cuellos de botella y donde el país aún no tiene industrias sustitutas de las rentas fósiles; lo que implica que apagar la producción sin encender su reemplazo es suicida. Así la USO, representa la racionalidad que el Gobierno ha perdido, pues hoy es la conciencia de que el cambio debe ser gradual, con horizonte productivo, técnico y territorial;
por ende, este sindicato es completamente responsable al pasar de ser un aliado ideológico del Gobierno a convertirse en un actor corporativo que defiende el empleo, la inversión y la soberanía fiscal.

Entonces, no es un giro hacia la derecha, sino hacia la realidad, cuando los dirigentes regionales en forma pragmática, recriminan los efectos del estancamiento exploratorio y la caída de la inversión, advirtiendo que un país sin producción petrolera no será más verde, sino más pobre, y que una transición sin industria no es transición, sino subdesarrollo.


El problema de fondo es que la política de Transición Energética Justa (TEJ) del Gobierno Petro carece de estructura socioeconómica y territorial, siendo un discurso ambicioso, pero vacío de mecanismos reales de sustitución productiva, al pretender reemplazar el petróleo con retórica y el gas con esperanza. Lo que debería ser un plan de diversificación industrial y científica se ha convertido en un sermón ambiental que nadie sabe cómo financiar. Mientras tanto, los proyectos eólicos en La Guajira están paralizados por conflictos étnicos, las inversiones en fuentes solares se frenan por trámites regulatorios, la institucionalidad energética se fragmenta entre ministerios, agencias y consultores que hablan de transición sin entender la cadena productiva; todo sin una política coherente donde converse lo técnico, lo económico, los socioambiental y lo regulatorio. 


En conclusión, la USO se erige como la voz de la sensatez en medio del caos discursivo al defender la fortaleza de Ecopetrol como pilar de una transición energética justa y realista. Si el Gobierno no rectifica sus improvisaciones, corre el riesgo de perder no solo el respaldo de sus aliados naturales, sino también la oportunidad histórica de construir un futuro energético sostenible y soberano.

Luis Fernando Ulloa

Los mercados y el juego de la suerte

En la gran aldea de los mercados, el ambiente estaba dividido entre los optimistas que veían el vaso medio lleno y los cautelosos que juraban que ya se estaba derramando.

El COLCAP, héroe local de la tierra colombiana, alcanzó su punto más alto en quince años. Después de una larga siesta, despertó rugiendo como un cóndor sobre los Andes, recordándole a todos que todavía sabía volar.

 

En tierras lejanas, los reyes Trump y Jinping decidieron firmar una tregua: bajaron aranceles y prometieron comerciar soya como si fuera oro. El reino de las acciones celebró con brindis de euforia.

Mientras tanto, en el sur, Milei, el mago libertario, consolidó su poder tras las elecciones. Su triunfo lanzó un hechizo de confianza que impulsó a los mercados argentinos y disolvió las dudas de los comerciantes.

En el norte, la Reserva Federal bajó las tasas de interés por segunda vez, pero lo hizo con la prudencia de quien pisa un terreno minado. Su mensaje fue claro: “no prometo más magia por ahora”. Las probabilidades de otro recorte se desvanecieron como humo.

El dólar rebotó, los bonos del Tesoro revivieron, y el S&P 500, como un guerrero veterano, siguió firme y casi indestructible. En los reinos de Colombia y Chile, las bolsas bailaron con alegría, mientras Brasil y México descansaban de sus batallas. El peso colombiano, a pesar del fuego del dragón del dólar, resistió gracias a los refuerzos del crédito público.

En la segunda parte de esta historia, los sabios hablaron del Trade Político y Cíclico, dos fuerzas gemelas que mueven el destino de las acciones.

El primero, el político, nació del miedo: cuando el pueblo creyó que el reino giraría hacia la heterodoxia, los precios cayeron. Pero al ver que los cambios radicales no se materializaban, el mercado volvió a creer.

El segundo, el cíclico, aún despierta lentamente: es el reflejo del crecimiento regional, que promete una nueva era de prosperidad si la energía del ciclo logra despegar.

Pero no todos los tesoros están encantados: Ecopetrol sigue bajo el hechizo del gobierno, y el riesgo país continúa alto por culpa del fantasma fiscal.

En otro rincón del mapa, los cronistas analizaban los votos de la izquierda. La consulta reunió 2.75 millones de almas, pero el balance fue desigual: perdieron fuerza en las montañas andinas y en las grandes ciudades, aunque ganaron terreno en las costas del Caribe. Los sabios concluyeron que el hechizo político del gobierno había perdido poder.

Finalmente, los guardianes del tesoro —el Banco de la República— se reunieron en consejo. Cuatro decidieron mantener la tasa, dos querían bajarla medio punto, y uno pedía un movimiento más leve. Pero el dragón de la inflación aún respiraba fuego, así que el Banco eligió esperar.

Desde el palacio del gobierno llegó presión: “¡bajen las tasas ya!”, gritaban.

Pero el Banco, fiel a su prudencia, respondió: “la suerte aún no está echada”.

Y así terminó otra semana en la gran aldea de los mercados, donde dragones, políticos y banqueros siguen jugando el juego de la suerte, esperando a ver quién lanza primero los dados del destino.

Fabián Herrera

Un paseo por mi feed

Abro mi red social y me detiene de seguir haciendo scroll un titular de un experto en suicidio, Brian L. Mishara: «La primera pregunta no ha de ser qué te pasa, sino quién eres». Me quedo rumiando quién soy yo.

Sigo bajando por el feed y me salen declaraciones de Rosalía llenas de intención, reconozco que en parte son buenas, pero desconfío de la mercadotecnia que se esconde detrás de todo producto de mercado. Rosalía lo es. Decido escuchar su disco y … me aburro.

 

Ante tanta crítica magnífica pienso si seré alguien sin paladar, olfato, oído o tacto. Concluyo que a pesar de todo, el canto alemán de mi pueblo en mis misas de domingo me emociona más, que lo de Rosalía se me queda corto. Tal vez la canción italiana me convence, pero poco más. Igual no soy su público, será eso.

Quién soy yo… vuelvo al la entrevista con Mishara, fundador y director del Centro de Investigación e Intervención sobre el Suicidio y Eutanasia de la Universiadad de Quebec en Montreal; „las personas no quieren morir, quieren dejar de sufrir“. Esta afirmación es poderosa, se la he oído cientos de veces a mi padre, un gran oncólogo. Y es que el sufrimiento está ligado nuestro ser. ¿Qué me hace sufrir? …

Un amigo me envía un poema. Me conmueve. Lo guardo en esa carpeta que tengo en mi escritorio “para mi funeral”, se llama. En ella voy guardando canciones, lecturas, poemas… Quiero facilitar la vida a los vivos y que me despidan como yo quiero. Que no inventen ritos que nunca se sabe con la modernidad…

¿Quién eres? Cuál es tu fortaleza, la que te da esperanza, sigo leyendo al experto en su entrevista… Tal vez muchos se lo preguntan y ante el vacío, el silencio en la respuesta se acaban definiendo erróneamente: abogado, trans, homosexual, vegano, pro Choice, madre… y todo eso está bien pero no nos define, a penas son roles, a veces incluso losas que nos pesan y el vacío crece… Puede que a algunos les valga esa superficialidad para definirse. Está bien. Cuando no convence, cuando el vacío crece hay quien encuentra respuestas en el vínculo filial.¿Quién eres? Soy hijo de Juan, el de Marujita, como decía la canción, y eso define un poco más porque te da una línea terrenal en la vida, un sentido de pertenecia a una tierra, en la historia de tu tiempo, te pone en un papel ante los demás, eres heredero de unas características físicas y de carácter que te acercan a tus padres pero uno anhela algo más, llenar esa infinitud personal que te dice una y otra vez,  «esto no puede ser todo“.

Imagino que esa pregunta es la que tantos jóvenes se hacen hoy en Francia, en Inglaterra, en España … y han encontrado su yo en ese vínculo filial no terrenal, sino divino: saberse  Hijos de un Dios todopoderoso que te ama y en el que encuentras todas las respuestas. Él te trae al mundo, en una familia, con unas habilidades, unas capacidades… Es ese anhelo infinito que algunos sienten como vacío.  En Francia ha aumentado un 45% el bautismo de adultos,  en Inglaterra, aunque no hay datos concretos, es notable el aumento de obispos anglicanos y laicos que se convierten al catolicismo y en España, el crecimiento de grupos y caminos de discernimiento acerca  a gente joven, y no tan joven, a esa relación de Hijos de Dios. Acaban modificando su vida y su estar en el mundo comienza a ser de otro modo, más coherente, integrador, completo. Y hablan de lo que su corazón rebosa y trabajan dejando un poso porque desde ahí, desde dentro, es posible cambiarlo todo. “Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo, Tolstoy lo sabía.

 Muchos lo hacen en silencio, sin anuncios, sin discos, con mucho discernimiento, con mucha oración y estudio, como se hacía antes, como se ha hecho siempre.

Salta en mi pantalla otra noticia viene a decir que lo católico está de moda , y pienso, soberana estupidez…

Pero los medios llaman al ruido tendencia. La coincidencia en el tiempo; de una película, Los Domingos, que tengo pendiente de ver, el anuncio de un modelo que entra al seminario, un disco llamado LUX, un bautizo mediático …

Todo esto tal vez sí sea una tendencia, pero no una moda… Moda es radiar la intimidad, llorar en un story, vender tu casa en instagram o volver al legging…

La tendencia nos habla del movimiento, de la dirección y el sentido que está tomando la sociedad europea. Sus jóvenes buscan la estabilidad de lo que permanece.

Venimos de un tiempo, tal vez unos 60 años quizá más, en los que de un modo feroz, compulsivo y hasta psicótico se ha barrido con ahínco la fe cristiana de lo social para dejarla reducida a lo íntimo del hogar, como acunsándola de vergonzosa y no son pocas las ocasiones en las que se la ha humillado para hacer burla de ella. Por otro lado, hemos abierto las puertas de la sociedad a hombres y mujeres que traen consigo su propia fe, sus creencias y las viven sin importarles qué dirán, y exigen su espacio social.

Tal vez esa coherencia ajena del que llega nos esté haciendo replantearnos propia. Pues bien, la tendencia indica, con o sin moda, que la sociedad está empezando a llenar ese vacío con una búsqueda real de lo permanente. Habrá que esperar un tiempo hasta notar los efectos de esta tendencia, pero está claro que ahora que el vaso se ha llenado de polaridad, ideas extremas de todos los sentidos, volver a la estabilidad de lo que permanece es un lugar seguro para seguir creciendo, personal y socialmente

Almudena González

El mundo ya perdió el 1.5 °c: lo que viene no es financiero, es social

Dadas la magnitud de los recortes necesarios, el poco tiempo disponible para implementarlos y un contexto político desafiante, un sobrepaso del umbral de 1,5 °C ocurrirá, muy probablemente dentro de la próxima década. UNEP. Emissions Gap Report 2025: Off Target.

Los últimos análisis del Emissions Gap Report del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) muestran una realidad contundente y preocupante: aun si los países cumplen sus compromisos climáticos actuales, el mundo sigue encaminado hacia 2.8 °C de calentamiento global.

 

Este dato no es técnico; es político, social y existencial. Significa que los modelos de sostenibilidad y de ESG —pensados para gestionar riesgos en un mundo de 1.5 °C— son ahora insuficientes frente a un escenario de impactos más agresivos, menos previsibles y, sobre todo, con efectos desproporcionados sobre las comunidades que históricamente han protegido los ecosistemas: las comunidades indígenas.

Estas comunidades son guardianas del 80% de la biodiversidad que queda en el planeta. Esto quiere decir que, si realmente queremos proteger los sistemas naturales que sostienen la vida —la selva amazónica, la cuenca del Congo, los bosques de Papúa Nueva Guinea, las selvas del Sudeste Asiático, y las reservas marinas del Pacífico Sur y Norte frente a Canadá y Estados Unidos, entre otros ecosistemas— es imprescindible empoderar a quienes han sabido conservarlos durante siglos. No es una narrativa romántica: es un hecho estratégico. Si queremos conservar los pulmones del mundo, necesitamos fortalecer a sus guardianes.

Sin embargo, la realidad actual es otra. Las comunidades indígenas reciben menos del 1% de la financiación climática internacional. Además, sus modelos de gobernanza rara vez se tienen en cuenta en las decisiones. Con demasiada frecuencia, la llamada “consulta previa” se reduce a una casilla por marcar dentro de un formulario corporativo, para avanzar con un proyecto que ya está diseñado antes de que la comunidad tenga voz.

Los ESG, en su forma actual, ¿han contribuido a mejorar la gestión de riesgos de las empresas? La respuesta es sí. Pero cuando se trata de trabajar con comunidades, se queda corto. No puede negar su naturaleza extractiva: recoge información cultural, geográfica, social y política para alimentar reportes corporativos, sin retorno para esas comunidades o, peor aún, sin transparencia sobre el uso de esos datos.

Ha llegado el momento de que los criterios ESG evolucionen. Deben pasar de ser transaccionales a ser transformacionales. Es decir, dejar atrás la lógica de “evito riesgos, reporto métricas, reduzco mi huella” y avanzar hacia una postura afirmativa: “redistribuyo poder, comparto decisiones, regenero sistemas.” Lo uno no excluye lo otro. Al contrario: redistribuir poder, compartir decisiones y regenerar sistemas incluye —y amplía— la mitigación de riesgos, la medición de resultados y la reducción de impactos. La diferencia es que esta expansión genera beneficios reales en el territorio y para las personas, no solo en los informes.

Esto implica un cambio profundo, que también debe venir desde las políticas públicas. Las leyes y marcos regulatorios deben abrir espacio a la participación real y a la gobernanza compartida, no solo exigir a las empresas que “consulten”: deben empoderar a las comunidades, fortalecer sus capacidades y asegurarles acceso directo a recursos y decisiones. Porque lo que está en juego es mayor que una matriz de indicadores ESG.

Si no hacemos este cambio, en un planeta que se calienta 2.8 °C, los riesgos dejarán de ser financieros para convertirse en riesgos sociales: acceso al agua, salud, migración forzada, seguridad alimentaria. En ese escenario, los modelos de gestión del agua ya no pueden depender únicamente de infraestructura o soluciones tecnológicas. Deben integrar los saberes indígenas sobre cómo regenerar ecosistemas en lugar de limitarse a mitigar impactos. La resiliencia ya no puede medirse por la cantidad de proyectos ejecutados, sino por la capacidad de una comunidad de mantener su forma de vida con autonomía y dignidad.

Este no es un llamado a añadir un indicador nuevo a una hoja de cálculo. Es un llamado a cambiar el centro de gravedad del ESG: de la gestión de proyectos a la regeneración de sistemas. De la participación simbólica a la gobernanza compartida. De la consulta al co-liderazgo.

Porque si no lo hacemos, no solo estaremos fallando en nuestras métricas de sostenibilidad. Estaremos fallando como humanidad.

Juan Camilo Clavijo

El «click» y su responsabilidad electoral

En menos de 30 días, la izquierda y la derecha tendrán definido su candidato oficial que seguirá disputando la carrera por la presidencia 2026-2030. Para tal fin, las directrices del Pacto Histórico y el Centro Democrático optaron por realizar  consultas internas, actividades de participación ciudadana caracterizadas por su publicidad mediática tradicional y el activismo electoral desde las redes sociales con sus interacciones para empoderar, sin escrúpulos éticos,  a determinados aspirantes por sus polémicas narrativas en el sistema digital.

Los resultados de la consulta interna del partido de gobierno dio como ganador y candidato oficial de la izquierda pura a Iván Cepeda. A la par, este contexto electoral también brindó la oportunidad democrática a decenas de aspirantes para ser parte de la lista de aspirantes a Senado y a Cámara de Representantes por el Pacto Histórico en las Elecciones Legislativas el 8 de Marzo de 2026. Este último proceso despertó un polémico interés noticioso porque varios creadores de contenido, influencers o youtubers obtuvieron  sendas votaciones que les permitieron incluso superar a las campañas y políticos tradicionales de su partido de gobierno.

 

Guste o disguste a determinado sector de la opinión pública, los nuevos liderazgos políticos desde las redes sociales son y serán de ahora en adelante una realidad latente, teniendo presente la masiva concurrencia de los ciudadanos, votantes o nichos específicos hacia el sistema digital como canal de interacción con determinada figura, tema o gusto. Frente a este poderoso panorama debemos categorizar a las plataformas, a las redes sociales y a sus posicionadas personalidades como nuevos lenguajes; así como ha sido el lenguaje de la televisión, el de la radio y el de la prensa escrita. Todos comunican a su manera.  

No obstante, queda ese «manto negro» sobre la calidad y la cantidad de narrativas vulgares y mentirosos que mueven a diestra y siniestra los medios digitales, o será como dice, Diego Santos, consultor y estratega digital: (…) los creadores de contenido se han ganado una reputación sumamente negativa. Cualquier mención de estos tiene una connotación de degradación y podredumbre. Los ven como mercenarios de la mentira y la difamación, personajes sin escrúpulos, sin decencia y sin dignidad (…)». En este sentido, es válido preguntar sobre la responsabilidad electoral a la hora de hacer un click para generar ‘likes’, seguidores y reproducciones, en beneficio de volver tendencia cualquier barbaridad que en segundos propagara una tendencia y cientos de seguidores.  

Quiero resaltar este fenómeno electoral, que aunque relativamente suena a novedoso, en las votaciones coge más fuerza de la mano de los llamados generadores de contenido o influenciadores, que han encaminado sus estrategias discursivas a sus más fieles seguidores o alineándose con los ideales de un partido, movimiento o activismo político. “La narrativa política ha cambiado y cada vez se hace más sólida en las plataformas digitales. Los influenciadores están conquistando espacios por encima de los políticos tradicionales porque entienden las nuevas narrativas y logran viralizar mensajes, generar tendencias e incluso poner agenda”, sentencia el el analista internacional y consultor político Juan Falkonerth.

Amigo lector de nada servirá redactar una crítica destructiva hacia los candidatos que por cuenta de un «click» en sus poderosas redes sociales gana cientos de votos y seguramente una curul en el Senado o la Cámara. Lo que debemos empezar a exigir a los «digitales padres de la patria» es verdad, respeto, ética en sus narrativas y cuidado de su reputación pública, entendiendo su responsabilidad en la calidad de sus agendas programáticas y viabilidad en sus proyectos de ley desde el legislativo, que en esencia son la base para medir el compromiso con sus electores y una forma de calificarlos para sostenerlos en el poder político. Les llegará la hora de demostrar a Colombia y los colombianos que de la realidad virtual pasarán a la realidad propositiva de carne y hueso en el parlamento legislativo, que es donde en verdad se nota quién es quién.

En menos de 30 días, la consulta del Centro Democrático seleccionará a su candidato a las elecciones presidenciales  del 2026 por medio de una encuesta realizada por una firma internacional de forma virtual. Los cinco aspirantes de la tradicional política criolla deberán esperar si les votan por los «likes» en sus redes sociales  o sus divulgadas y rígidas agendas programáticas. Basta esperar para analizar. La democracia sigue más viva que nunca.

Edgar Martínez Méndez

El muerto de Los Andes y el silencio de la Nacional: cuando el periodismo vende clases, no verdades

El país se estremeció con el asesinato de Jaime Esteban Moreno, estudiante de la Universidad de los Andes. La historia tuvo todos los ingredientes para convertirse en uno de los casos más comentados del año: un joven universitario, tres sospechosos, una exreligiosa, un club nocturno y una muerte absurda. Los medios lo tomaron, lo molieron, lo titularon, lo viralizaron. Cada dato se volvió carnada para clicks, cada hipótesis una oportunidad para el morbo.

No dudo de la gravedad del hecho ni del dolor de su familia. Nadie merece morir así. Pero, ¿por qué la muerte de un joven de Los Andes vale más que la de otro? ¿Por qué ese caso debe movilizar a los noticieros, los podcasts, los tuiteros indignados y los editoriales de domingo, mientras otras muertes pasaron inadvertidas?

 

El 1 de noviembre de 2025, hallaron sin vida a Alejandro Varón Castañeda, egresado de Biología de la Universidad Nacional, dentro del campus. Un cuerpo, en pleno corazón de la universidad pública más grande del país. Las autoridades llegaron, tomaron muestras, y el país pasó la página sin enterarse. Ni cámaras, ni debates televisivos, ni reflexiones editoriales. Silencio.

¿La diferencia? ¿El apellido, el estrato y la universidad? El periodismo colombiano construyó una escala de dolor según el nivel socioeconómico de la víctima. Un muerto “de prestigio” se volvió tragedia nacional; uno “de a pie”, estadística policial.

No hablo de una noticia, hablo de un síntoma. De un periodismo que confunde relevancia con rating y empatía con “engagement”. Donde el valor de una vida depende del algoritmo. En vez de indignación, fabricamos espectáculo. En vez de periodismo, vendemos morbo.

El caso Colmenares marcó una generación mediática que aprendió que el dolor vende. Y desde entonces, muchos medios buscan el siguiente “caso Colmenares”. Pero nadie parece buscar la verdad.

Los grandes editores del pasado lo advirtieron. Joseph Pulitzer dijo en 1907: “Una prensa cínica y demagoga formará un pueblo tan depravado como ella misma”. Oliver Stone en 1994 lo resumió sin anestesia: “La noticia ya no es noticia, ahora se trata de morbosidad”. Y A. M. Rosenthal lanzó la pregunta más incómoda de todas: “¿Somos periodistas o recolectores de basura?”.

Un siglo después, las respuestas siguen siendo las mismas.

Como periodista joven, me niego a seguir ese libreto. Creo en un oficio que forma criterio, no adicción. Que conmueve, no manipula. Que cuenta la verdad aunque no venda.

Porque cuando un país llora selectivamente, no solo muestra sus desigualdades: también exhibe su alma. Y el periodismo, que alguna vez fue espejo, hoy se volvió vitrina.

Andrés Prieto

La democracia no se destripa

La campaña electoral ha reactivado a quienes han convertido el miedo en su principal argumento político. Sectores políticos repiten viejos libretos que anuncian que “el país cayó en manos del narcotráfico socialista”, que “están restringiendo las libertades”, que “la fuerza pública está amarrada”, o que “el comunismo avanza disfrazado de cambio”. Son frases diseñadas para agitar emociones básicas, no para construir un debate serio. A esto se suma la estrategia de etiquetar a cualquier contradictor como “castrochavista”, “extremista” “guerrillero” o “enemigo de la patria”, categorías que buscan deslegitimar, no dialogar.

Estas narrativas no son simples excesos de campaña. Tienen efectos concretos en la vida de las personas. Alimentan un clima de intimidación que golpea a líderes y lideresas sociales, a organizaciones comunitarias, a defensores ambientales y pueblos étnicos, entre otros. Cuando un candidato promete “mano dura” sin explicar cómo se protegerán los derechos humanos, envía un mensaje peligroso que puede justificar abusos. Cuando otro plantea que “hay que barrer con todas las reformas”, sin analizar sus causas ni proponer alternativas, profundiza la polarización y frena la construcción de acuerdos básicos.

 

Nota recomendada: «Ningún funcionario público puede alzarle la mano a un candidato en campaña»: Procurador

Se ha dicho que los diálogos de paz son una “entrega del Estado a los bandidos”, pese a que los territorios más golpeados por la guerra llevan décadas exigiendo soluciones negociadas. Incluso se acusa a los pueblos indígenas de “frenar el desarrollo” cuando defienden sus derechos ancestrales. Han aparecido candidatos que, lejos de contribuir a un debate democrático, recurren a expresiones que llaman a “destripar”, “sacar del camino” o incluso “eliminar a la izquierda”, como si la diferencia ideológica fuera un delito y no una expresión legítima de una sociedad plural. Ese lenguaje, desconoce la historia de un país donde miles de personas han sido perseguidas, asesinadas o desaparecidas precisamente por sus ideas.

Colombia necesita una política que invite a reflexionar, no a odiar. Una política basada en propuestas reales para enfrentar el hambre, la desigualdad, la crisis climática, el narcotráfico, la corrupción y la violencia armada. Quienes aspiran a gobernar deben asumir la responsabilidad ética de cada palabra. La palabra pública nunca es neutra. Puede proteger o puede destruir.

Rechazar la narrativa del enemigo no implica negar las diferencias, implica reconocer que ningún proyecto democrático se funda en el odio. La democracia exige respeto, diálogo y la capacidad de escuchar sin convertir al otro en traidor. Colombia necesita superar la tragedia de sus polarizaciones pasadas y presentes.

Para romper este círculo vicioso, los sectores democráticos y progresistas deben trabajar por una campaña limpia que recupere la dignidad de la política. No pueden caer en la trampa de responder con el mismo tono agresivo. La provocación está diseñada para arrastrarlos a un terreno donde las ideas se diluyen y solo queda el golpe retórico. La fuerza democrática radica en la serenidad, la coherencia y la capacidad de ofrecer soluciones reales.

En este momento decisivo es fundamental hacer un llamado directo a las víctimas del conflicto armado, quienes durante décadas han cargado sobre sus hombros el dolor, la resistencia y la lucha por la verdad. Las curules de paz deben quedar en manos de hombres y mujeres que defienden con firmeza los derechos a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición, no en manos de quienes buscan usar ese espacio para intereses personales, reproducen lógicas clientelistas o incluso justifican los relatos de los victimarios. La representación de las víctimas debe ser un instrumento para transformar los territorios más golpeados, proteger a las comunidades y fortalecer la construcción de paz.

Es imprescindible pedir responsabilidad a los llamados “influencers” políticos. Quienes tienen audiencias masivas deben dejar de llenar las redes con frases vacías, medias verdades o provocaciones virales. Si deciden intervenir en la vida pública, sus mensajes deben tener contenido sólido, datos verificables y compromiso con el bien común. Los medios de comunicación, por su parte, deben dejar de amplificar mensajes de odio, exageraciones o falsedades por obtener audiencia rápida. Su responsabilidad es abrir espacios para el análisis riguroso, la verificación y la deliberación informada. La política del titular fácil y el meme incendiario está vaciando el debate y confundiendo a la ciudadanía.

La ciudadanía también tiene un papel decisivo. Es urgente aprestarnos a denunciar la compra de votos, el constreñimiento, las presiones clientelistas y cualquier forma de corrupción electoral. Es necesario examinar con lupa cada propuesta, cada promesa y cada trayectoria. El voto informado es un acto de defensa de la democracia. Una campaña limpia no es ingenuidad. Es una apuesta por la dignidad nacional, por la vida y por un clima político capaz de tramitar diferencias sin odio. Colombia merece una discusión honesta, responsable y profundamente humana. Solo así será posible abrir un camino de esperanza, democracia y paz para el país.

Luis Emil Sanabria D.

Wok power

Si los oprimidos son la vanguardia moral de la historia y tu representas a los oprimidos luego eres parte de esa vanguardia moral, eres la moral misma. Como lo expresa la escritora marroquí Zineb Riboua “Se trata de un movimiento que trata la certeza moral como inocencia o la búsqueda de la «verdadera justicia» y desarma a la oposición al presentar el poder como compasión o la búsqueda del «verdadero bien común». El movimiento wok fue solo el comienzo, demostrando que el lenguaje moral puede sostener la ideología con mayor eficacia que la doctrina o la política”, además, la democracia es un sistema intrínsecamente moral, fue una transferencia del patrón ético del cristianismo al centro de la vida civil cuando la gracia fue reemplazada por la justicia un día de enero de 1793 en el que los primeros wokistas, unos siniestros abogados franceses, asesinaron a Luis XVI.

El dualismo absoluto opresor y oprimido ha irrumpido como una nueva religión muy semejante a los movimientos fanáticos milenaristas del alto medioevo y han transformado el relato político. En el marxismo clásico la dialéctica de la lucha de clases funcionaba de una manera simple: burguesía (opresores) vs. proletariado (oprimidos), por clase económica. En el universo wok la opresión ya no es solo económica, sino identitaria. Se traslada el conflicto a categorías de identidad, raza, género, orientación sexual, o discapacidad, pero estas categorías son dinámicas y constantemente están surgiendo nuevas identidades oprimidas, por ejemplo, lo animales, e incluso los bosques, o ríos.  La opresión es sistémica, estructural e inconsciente. No importa tu intención personal. Si perteneces a un grupo históricamente dominante, eres opresor por defecto, incluso si eres pobre, mujer, gay, o negro.

 

 Enrique Rubio en su libro en Religión Wok ve en este movimiento una «deificación de la víctima». La opresión histórica, la esclavitud y el colonialismo, se convierten en el pecado original colectivo, y las identidades marginadas, raza, género, orientación sexual, en chivos expiatorios para la redención social, pero en esta herejía cristiana es precisamente la redención la que se hace imposible, solo los iniciados, los wok, los despiertos, escapan al pecado original de la «blancura» o el «privilegio». Como las “estructuras de dominación” son invisibles solamente quienes hayan realizado un profundo proceso de conversión interior pueden reconocerlas, es una especie de iniciación mística que transforma a los militantes en adeptos, ya no son políticos sino sacerdotes.

El wokismo es la nueva gnosis. Aunque se presenta como secular y progresista es una «religión laica» o «religión de sustitución» que hereda y seculariza elementos de tradiciones religiosas, especialmente el protestantismo y el gnosticismo. Esta visión no es un mero paralelismo retórico, sino una explicación de por qué el wokismo genera fervor, dogmas y rituales similares a los de las religiones, proporciona sentido, redención, comunidad, pero, sobre todo, reconocimiento social. Los adeptos wok se ven a sí mismos como el paradigma moral, después de todo, son personas que pasaron del sueño a la iluminación. No está demás recordar El término «wok» evoca directamente la tradición protestante de los «Great Awakenings» de los siglos XVIII y XIX, los movimientos revivalistas de las colonias americanas que enfatizaban un «despertar» espiritual del pecado y la alienación.

El wokismo no es solo una nueva religión; es un sistema de poder político que opera mediante la captura institucional, la redefinición del lenguaje, la exclusión del disidente y la legitimación de nuevas élites y lejos de ser un movimiento marginal, se ha convertido en la doctrina oficial de esas élites. En política el wokismo fragmenta la sociedad siguiendo su modelo identitario para movilizar votantes-victimas contra las “estructuras de dominación” y los supuestos grupos de opresores y como es una religión, no busca el poder para obtener consensos, sino para expulsar los herejes del pacto social, es un proyecto totalitario, tal y como lo planteó, sin eufemismos, Zohran Mamdani en su campaña por la alcaldía de Nueva York. Como narrativa para la obtención del poder, el wokismo funciona bajo los parámetros que Robert Musil asignaba a los cuentos de hadas: “El público reclama un mundo imaginario en el no existe la injusticia, e incluso el azar está sometido a leyes”.

Jaime Arango

Mientras la derecha se arrodilla a Trump, el presidente Petro vuelve a Colombia actor principal del mundo multipolar

La inclusión del presidente Gustavo Petro en la llamada “Lista Clinton” fue concebida por la extrema derecha como un triunfo para acorralar a Colombia y al presidente. No lo fue. El movimiento que ha seguido —abrir más frentes diplomáticos, sentarse en nuevas mesas financieras y asumir liderazgo regional— mostró exactamente lo contrario: ante la tentativa de aislamiento, Colombia amplió su radio de acción y reforzó su autonomía estratégica. Ese músculo geopolítico no es retórico; se prueba con hechos recientes.

En Medio Oriente, Petro no hizo una gira protocolaria: tejió alianzas económicas y elevó una bandera humanitaria nítida. En Egipto, anunció apoyo a la reconstrucción de Gaza —incluida ayuda para niñas y niños víctimas— y en Doha y Riad buscó inversión y cooperación para energía, logística y alimentos, logrando victorias como la obtención de la certificación Halal para el café y el cacao.

 

Colombia liderará además la IV Cumbre CELAC–Unión Europea en Santa Marta. Allí, como Presidencia Pro Tempore de CELAC, el país conduce la negociación de la declaración política y empuja temas donde tenemos ventajas reales: transición energética justa, minerales críticos, economía digital y cadenas de valor diversificadas. Traducido: menos dependencia de un solo socio y más espacios para vender conocimiento, energías limpias y agroindustria con valor agregado. Este ejercicio de mediación birregional no es cosmética; reposiciona a Colombia como articulador entre América Latina y Europa en un momento en que todos buscan reducir los riesgos su inserción internacional.

En el frente financiero, la movida se anticipó al gobierno estadounidense: Colombia ingresó como miembro prestatario del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) de los BRICS. ¿Qué cambia eso? Que el país suma una fuente de crédito para infraestructura, transición productiva e innovación sin condicionalidades políticas de Washington ni recetas de austeridad propias del Fondo Monetario Internacional. Se amplía el menú de financiación, mejora el poder de negociación y se abaratan costos de capital para los proyectos que las regiones necesitan.

A quienes desde la derecha colombiana llevan meses suplicando sanciones externas, celebrando castigos e incluso el asesinato extrajudicial de jóvenes en las fronteras marítimas del país y fabricando, a punta de titulares, la imagen de un presidente “aliado del narcotráfico”, hay que responderles con datos: en 2024, Colombia alcanzó cifras récord de incautación de cocaína, y el acumulado de los últimos dos años supera con holgura los registros históricos. La incoherencia de pedirle a otra potencia que “discipline” a su propio país contrasta con una realidad tozuda: el Gobierno del Cambio ha golpeado como nunca las finanzas criminales.

No se trata de romper con Estados Unidos —socio con el que debemos mantener una relación franca y respetuosa—, sino de reequilibrar. Reequilibrar es diversificar mercados en el Golfo, en el norte de África y en Europa; es contar con alternativas de crédito en el NDB; es usar la plataforma CELAC–UE para proteger intereses latinoamericanos y, al mismo tiempo, abrir rutas de exportación con estándares más altos.

¿Dónde queda, entonces, la arremetida de la oposición? En el lugar incómodo de quienes prefieren una Colombia pidiendo permiso a una Colombia que se hace respetar. Pedir sanciones no es “control político”; es renunciar a la soberanía. Construir puentes con Medio Oriente, Europa y los BRICS no es “ideología”; es inteligencia estratégica en un mundo multipolar. La primera opción nos encoge; la segunda, nos expande.

Cierro con lo esencial: el tablero internacional se gana con jugadas precisas. Frente a la presión, Petro movió fichas y abrió caminos. Hoy, Colombia habla con más actores, accede a nuevas fuentes de financiamiento, lidera debates regionales y respalda causas humanitarias sin complejo. Esa capacidad geopolítica —leer el momento, tejer alianzas, afirmar principios y traducirlos en oportunidades— es la mejor respuesta a la amenaza externa y el camino más claro hacia una independencia real, moderna y productiva.

Alejandro Toro