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El cese al fuego con el ELN es una noticia esencialmente optimista. Está dividido en tres fases donde se dictarán protocolos específicos, una segunda donde ambas partes se prepararán, y finalmente el 3 de agosto iniciaremos 180 días sin acciones ofensivas. Contrario a la cantidad de información sin verificar que ha estado circulando, el cese parece estar bastante mejor planeado, y es mucho más realista que los intentos del pasado.

En una guerra cuyo repertorio está encaminado a controlar violentamente territorios y poblaciones, el ELN es tal vez el último grupo que activamente busca enfrentar al Estado, y por eso un cese bilateral puede hacer que la reciente oleada violenta se reduzca significativamente. Sin embargo, el futuro tiene un escenario virtuoso y uno no tan optimista.

En el escenario positivo se logra que el cese al fuego disminuya la violencia. Esto requiere la fuerza pública última evite que otros grupos como las disidencias del EMC, o el clan del golfo se expandan, aprovechando la inactividad del ELN.  Es decir, que la fuerza del Estado debe ser capaz de crear un escenario de suficiente tranquilidad para que en primer lugar se pueda avanzar en el cumplimiento de lo acordado y también para que pueda haber mejoría social en las regiones de influencia de grupos violentos.

Al mismo tiempo, el proceso de diálogo con el Estado Mayor Central debe avanzar bajo las mismas condiciones y renegociar un cese al fuego mejor planeado, verificado y donde la participación de las comunidades rurales que cohabitan dichas zonas del país sea posible y segura. Aquí, si ambos ceses logran liberar capacidad de la fuerza pública también es probable que ésta logre recuperar zonas de influencia del clan del golfo y de esta forma presione a este grupo armado a una negociación.

En el escenario negativo el Estado no logra crear las condiciones mínimas para detener la expansión de otros grupos y esta situación escala la confrontación entre ilegales. Permítanme detenerme aquí para aclarar un punto fundamental: existe una creencia generalizada de que cuando se menciona la confrontación entre grupos armados, se refiere a enfrentamientos directos y claros entre dos o más grupos, y que en medio de estos combates los civiles resultan afectados. Sin embargo, esta idea no se ajusta a la realidad. El repertorio de violencia de los grupos armados en la actualidad no se limita a los enfrentamientos directos. Su objetivo principal es obtener recursos financieros para mantener a sus combatientes a cualquier costo, controlar áreas del territorio, imponer normas y castigos a las comunidades que no se alineen con ellos, y desplazar o confinar a los habitantes en contra de su voluntad.

Por lo tanto, si la fuerza pública no logra frenar la expansión de otros grupos, como el EMC y el Clan del Golfo, no se crearán las condiciones necesarias para que la población participe activamente. De no cumplirse esta condición, la tensión existente podría desencadenar guerras regionales cada vez más sangrientas en Chocó, Arauca, El Catatumbo, Cauca y Nariño. Es imperativo actuar con determinación para evitar este escenario devastador. En un contexto tan violento, no sería posible implementar de manera efectiva los programas sociales acordados. Nos sumiríamos nuevamente en una espiral violenta, lo cual tendría un costo dramático para la democracia colombiana, que ya se encuentra en déficit de liderazgos perdidos.

¿Cuáles son las variables que nos llevarían hacia uno u otro escenario? Ya he señalado que la presencia efectiva de la fuerza pública es fundamental para respaldar el cumplimiento del cese al fuego, al igual que la coordinación entre la oficina del Alto Comisionado de Paz, el acuerdo con el ELN y los avances en la mesa con el Estado Mayor Central.

Sin embargo, tal vez la variable más determinante radica en la calidad de la participación, donde la población, sus organizaciones y comunidades no perciban su esfuerzo como algo superficial. Esto no puede suceder en el vacío. Se requieren recursos canalizados, enfocados y orientados a este propósito. Si buscamos el escenario optimista, la clave no sólo es en cómo se hagan las cosas, sino en que funcionen.

 

Laura Bonilla

heckika@gmail.com
Gerente para América Latina, Fundación Paz y Reconciliación

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