Es la garantía de un trabajo justo y digno, donde el bienestar de las personas y una remuneración decente deben ser prioridad, no un favor que nos hacen
La reforma laboral es un derecho inalienable que debe ser defendido con uñas y dientes. Y en este punto, el pueblo debe hacerse sentir, porque en una democracia real, el pueblo manda. Pero aquí, los senadores –que se suponen son nuestros representantes– legislan para sí mismos y sus intereses mezquinos.
¿A quién representan entonces? ¿A quién obedecen? Porque con solo tres días de trabajo a la semana –pagados con los impuestos que nos exprimen a nosotros– ignoran, desprecian y pisotean la voz de un pueblo que exige condiciones laborales justas. ¡Nos ven la cara de tontos y ya no nos vamos a quedar callados!
Es increíble, indignante y cínico por decir lo menos, que el Senado –la máxima representación del pueblo– haya votado en contra de la reforma laboral. Sin estudio, sin debate, sin argumentos. ¡La votaron en contra y a las carreras, como quien esconde la mugre bajo la alfombra! Una puñalada a millones de trabajadores. Aquí expongo, de manera breve pero contundente, lo que contenía esta reforma y a quiénes afectan con esta traición.
El Código Laboral es la base que regula la relación entre trabajador y empleador, tanto en lo privado como en lo público. Esta reforma no era un simple ajuste: era una actualización urgente y necesaria. ¿Qué planteaba? Mejorar las modalidades de contratación: contrato indefinido, a término fijo, por obra o labor determinada. Establecía claridad sobre vacaciones y prestaciones sociales, que hoy se siguen robando en la cara de la gente.
También regulaba cómo y cuándo se puede terminar un contrato, imponía estabilidad laboral reforzada, indemnización justa por despido injustificado y sanciones por no pagar lo que es de ley. Era el mínimo que se necesitaba para frenar los abusos empresariales, para equilibrar un poder que históricamente ha aplastado al trabajador.
Esta reforma ponía en cintura los contratos basura disfrazados de prestación de servicios, esos que condenan a miles a vivir sin prestaciones, sin seguridad social, sin un futuro. Limitaba los abusos de las OPS y regulaba el juego sucio de las empresas temporales. Y no solo eso: revisaba la explotación con jornadas laborales sin fin, domingos y festivos a discreción del empleador, que trataba al trabajador como si fuera su esclavo. ¿Por qué se niegan a corregir esto? Porque no les conviene. Porque están cómodos en su pedestal. O porque muchos de ellos tienen bolsas de empleo, que con información intermedian la contratación.
Defendía los contratos de aprendizaje para que los jóvenes del SENA no sigan siendo carne de cañón en su primer empleo. Les daba una oportunidad justa y digna. Y regulaba el trabajo en plataformas digitales, donde los repartidores, esos que arriesgan la vida todos los días en la calle, son explotados brutalmente por empresas multimillonarias que no les ofrecen ni un seguro. Eso es esclavitud moderna, y el Senado decidió proteger al amo, no al trabajador.
La reforma también exigía transparencia en el uso de sistemas de vigilancia y algoritmos. ¿Te están controlando? ¿Te están despidiendo por lo que dice una máquina? Esta ley pedía ética, humanidad y sentido común. Para el trabajador rural, dignificaba el jornal y el contrato agropecuario. Terminaba con los contratos a destajo sin seguridad ni prestaciones. ¿Qué hay más justo que eso? Pero a los Honorables no les interesa la justicia.
Además, protegía al trabajador frente a la automatización salvaje. ¡Porque el ser humano debe estar primero! La rentabilidad no puede estar por encima de la vida, de la salud y de la dignidad de las personas. La reforma promovía la eficiencia energética con responsabilidad ambiental, cuidaba el agua y la salud de quienes día a día sacan adelante el campo y la industria.
¿Y qué decir de los migrantes? ¿De los deportistas? Ellos también son trabajadores. También merecen respeto, condiciones dignas y remuneraciones acordes al esfuerzo físico y mental que hacen. La reforma los reconocía y los protegía. ¡Pero no! Prefirieron echar todo eso a la basura.
Esta reforma laboral era un pacto por la justicia y la equidad, por un modelo que dignificara el trabajo en Colombia. No solo para generar riqueza, sino para cuidar al ser humano y al planeta.
Ahora el presidente nos llama a consulta popular. Vamos a opinar, vamos a decidir, porque ya basta de que unos pocos decidan por todos. Escribo esta columna para dejar constancia. Aquí estamos los que creemos en el país, en la dignidad de los jóvenes, en el reconocimiento de la maternidad como un trabajo que merece cotización, en el respeto a las mujeres, en los derechos de los “nadies”.
Por eso vamos por el SÍ en la consulta popular. Vamos por el SÍ a la democracia directa. Porque el pueblo manda. Así es, y quien lo entendió, lo entendió. Y quien no, venga, que aquí le explicamos con gusto.
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