El pasado 21 de junio fue el solsticio de verano: el primer día de esta estación y el día más largo del año. Es también el Día Internacional del Sol, una fecha en la que se resalta su importancia para la vida en la Tierra. Para las culturas indígenas, especialmente las de la región andina, este día marca el Willka Kuti o Año Nuevo Andino, una celebración con rituales ancestrales que conmemoran el retorno del sol.
El Inti Raymi, en quechua “Fiesta del Sol”, es una ceremonia milenaria de origen incaico que honra al Taita Inti (Padre Sol) y a la Pachamama (Madre Tierra). Esta festividad renueva la energía de la tierra y de nuestras comunidades. Su fecha central, el 21 de junio, marca el momento en que el sol alcanza su punto más cercano a la Tierra en el hemisferio sur, dando lugar al día más corto y la noche más larga del año. Coincide también con el cambio de ciclo agrícola y el inicio de la época seca en la Sierra ecuatoriana.
Esta fecha, tan nativa y tan significativa, reúne al pueblo andino y representa el comienzo de una nueva era. Es el llamado de nuevos vientos que invitan a sentipensar distinto: a abrir el corazón y la mente a lo que viene.
¿Y qué viene?
Viene una era de compasión, de mirar con ternura a la humanidad —en la que también están incluidos los animales—. Un despertar de la conciencia que no solo clame por el fin de la guerra, sino que comprenda que los territorios en conflicto son también entornos biodiversos donde la vida, en toda su plenitud, está en peligro.
En cada combate, en cada confrontación armada, encontramos dos tipos de actores: los que participan directamente en la guerra, y los que no. ¿Quiénes son estos últimos? Las niñas y niños, sus cuidadoras, los animales domésticos y silvestres, los árboles, el follaje, el agua. Los ríos, que son seres vivos y sujetos de derechos.
Los seres de la naturaleza migran, se aparean, se reproducen y sobreviven guiados por su sabiduría ancestral. Pero el ser humano, absorbido por un modelo extractivista, suele ser indiferente a estas vidas. Desde el egocentrismo, ignora que proteger la especie humana implica también proteger a todos los seres vivos que la sostienen.
Mientras las abejas polinizan y trabajan por la continuidad de la vida, el ser humano traza las coordenadas de la guerra, arrasando ecosistemas, desplazando comunidades y exterminando lo que apenas comenzaba a recuperarse.
Ojalá este saludo al sol nos recuerde lo sagrada que es la vida. Que elevar los brazos al cielo sea también un gesto de desarme. Que no haya guerra aquí, ni en Irán, ni en ninguna parte. Porque si no, no solo la guerra arrasará: también vendrán por todo. Vendrán por nosotros.
Soñar un mundo como el que imaginó Lennon puede parecer utópico y romántico. Pero hoy, no querer las armas, pensarnos entre iguales, respetar las diferencias, proteger a los seres sintientes, a la naturaleza y al agua, se convierte en un sueño profundamente revolucionario.
El acto de mayor revolución es el que nace desde la conciencia.
Y el Inti Raymi es eso: un canto sagrado a la vida. Elevemos los brazos al sol y pidamos un cambio. Uno que recoja el llamado de la conciencia, y nos permita vivir de manera digna, libre y en paz.
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