En sus escritos La investigación en torno a los orígenes de los sublime y lo bello, anotaba Edmund Burke que “todo lo que es capaz de suscitar ideas de dolor y peligro, es decir, todo aquello que es en cierto modo terrible, o que tiene que ver con objetos terribles, o que actúa de manera análoga al terror, es causa de lo sublime”, el tiempo y las transformaciones que inventa la memoria pueden convertir lo terrible en folletín, existe un sentimentalismo del crimen que es también una manifestación del carácter fetichista. El mórbido coleccionista de objetos relacionados con la violencia y la muerte se vincula a la imagen que tiene de los héroes que usaron esos objetos, ha esto Umberto Eco lo llamó “ideología de la consolación”, en este caso el objeto consuela a su dueño de no ser un superhombre, que es como este imagina a los criminales que se distinguieron por portar esos objetos de culto.
La espada de Bolívar, la sotana de Camilo y el sombrero de Pizarro, tienen como símbolos muchas cosas en común, la primera, es que sus dueños eran elite, social y económica. No eran hombres del pueblo y representaron la brutal arrogancia del clasismo criollo de una forma desmesurada, imposible encontrar personalidades más condescendientes y autocomplacientes, tan absolutamente seguros de estar más allá las limitaciones morales por privilegio de clase. Son objetos pre modernos, son el pasado, una naturaleza muerta del siglo diecisiete, como el equipo de guerra de un soldado de la contrarreforma y lo es, porque sus poseedores fueron hombres contrarios a la ilustración, al liberalismo y a la razón, las elites reaccionarias del romanticismo que inventaron todos los crímenes de nuestro tiempo.
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Esta colección de fetiches es también un aparato simbólico de la justificación de la violencia. Ya sea, “liberación o muerte”, o la “guerra a muerte”, o “…con las armas al poder”, estas personas creían que el crimen era “el amor eficaz”, la vida humana no era su centro de consideración moral sino un conjunto de abstracciones, un “fin superior”, ni siquiera el pueblo al que no pertenecían y no representaban. El coleccionista que quiere asumir para si el significado de estas imágenes intenta hacer creer en un relato de libertad, paz y justicia, pero el conjunto de la sociedad no lee su historia y no posee referencias suficientes para identificarse con los héroes de esa narrativa, que demás no le interesan. Estamos entonces frente a una secta, un culto a la sangre y la muerte cuyo significado solo conoce un sacerdote sin feligresía, pero todas iglesias empiezan así.
Entonces, identificarse con elites que justificaron el crimen en nombre de ideales superiores, quienes a su vez murieron violentamente, o casi, como Bolívar, supone para el imitador virtud moral sin límites para ser un vengador virtuoso como el Conde de Montecristo. Cree que ser el heredero del legado de tres héroes lo hace un superhéroe. Sin embargo, otro elemento en común que tienen la espada, la sotana y el sombrero, es el fracaso, político, militar y moral. Ni siquiera los derrotaron sus enemigos sino la realidad. Cuenta la leyenda que se debió a que eran grandes hombres incomprendidos y nobles rodeados de pequeñajos ruines que los traicionaron, eso no es verdad, solo eran más criminales y más arrogantes. Para ser Cesar hay que conquistar la Galia, por eso en la sede del poder hay un museo vacío, porque es una colección de perdedores, los fetiches de una superchería sangrienta y mediocre.
Jaime Arango
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