Álvaro Uribe Vélez es inocente. Lo afirmo con la convicción que da conocer su trayectoria.
El fallo contra al presidente Uribe es un agravio a la justicia, un golpe a la democracia y una afrenta al pueblo colombiano que aún cree en la verdad. Esta decisión judicial, dictada por una justicia cada vez más cuestionada, no solo busca vengarse de un hombre íntegro, sino mancillar el legado de quien rescató a Colombia del abismo del terrorismo. Es hora de alzar la voz y rechazar esta infamia con la firmeza que la verdad exige.
El pasado viernes 1 de agosto la jueza Sandra Heredia anunció una sentencia aberrante: 12 años de prisión para Uribe por supuestos delitos de fraude procesal y soborno, con la imposición de prisión domiciliaria inmediata. Como si esto no fuera suficiente, durante el fallo, la jueza incluyó una mención injustificada y vil a los hijos de Uribe, bajo peyorativa de “gallardía”, en un intento burdo de extender el linchamiento moral a su familia.
Desde el inicio, este proceso ha tenido cuestionamientos. Los testigos, muchos de ellos criminales confesos, han ofrecido testimonios contradictorios y manipulados, mientras que la defensa de Uribe ha enfrentado obstáculos sistemáticos: violaciones al debido proceso, interceptaciones telefónicas objetables, y una jueza cuya imparcialidad ha sido puesta en duda. Las filtraciones a medios de comunicación, diseñadas para moldear la opinión pública antes del juicio, son la cereza de un pastel envenenado que busca no justicia, sino revancha.
Este hombre, de corazón grande y voluntad inquebrantable, transformó a Colombia en un momento en que el país estaba de rodillas ante las FARC y el narcotráfico. Durante sus dos mandatos, devolvió la esperanza, restituyó la seguridad a las carreteras, recuperó el control territorial y le dio a millones de colombianos el derecho a vivir sin miedo. Su política de Seguridad Democrática no fue solo un plan de gobierno; fue un acto de amor por una nación que se desangraba.
Uribe no huyó ante las acusaciones. Compareció ante la justicia con la frente en alto, como cualquier ciudadano, exigiendo lo que todos merecemos: un proceso justo, sin presiones políticas ni agendas ocultas.
Este fallo no solo debilita al sistema judicial, sino que fomenta la polarización y abre la puerta a futuras persecuciones disfrazadas de legalidad. No podemos ignorar el contexto: esta sentencia llega en un momento de tensiones políticas, donde ciertos sectores buscan deslegitimar a quienes representan los valores de orden y seguridad que Uribe encarna.
Condenar a Uribe es intentar borrar su legado, pero el pueblo colombiano no lo permitirá.
Su obra está grabada en la memoria de quienes recuperaron la esperanza gracias a su liderazgo. Es el gran colombiano, un estadista que hizo historia y que hoy enfrenta una injusticia que clama por ser corregida.
Colombianos, no podemos quedarnos callados. Defender a Álvaro Uribe no es solo defender a un hombre; es defender la verdad, la justicia imparcial y el futuro de nuestra democracia. Es hora de unirnos y rechazar la politización de la justicia.
Que nuestra voz resuene: ¡Álvaro Uribe es inocente! Por Colombia, por Uribe, no nos callaremos. La verdad siempre triunfa.
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