En estos tiempos que vuelan al ritmo de un “todo vale” me arriesgo a que me caigan críticas al enarbolar la bandera de la sencillez como parte de la vida, de la fiesta y de las celebraciones, lo cierto, amigos, es que me importa un bledo.
Hace tiempo que no voy a bodas, pero veo en mis redes sociales, en esa ventanita artificial del mundo, que se han salido de madre. Lo mismo ocurre con las comuniones, que han adoptado precios y estética de boda, lo que pasa es que la novia es soltera y el novio viste de marinerito o almirante. Cuando comencé a tener hijos empezaron los cumpleaños a dejar el sándwich de nocilla a un lado y lo cambiaron por una sesión de manicura kidsfrendly para niñitas de 8 años. ¿Había necesidad? Tengo amigas que han montado a sus hijos de 9 años en aviones privados rumbo a Río de Janeiro para pasar una tarde haciendo no sé qué. Otro nivel.
El colmo de la estupidez humana viene de la mano del anuncio a la familia y amigos del sexo del bebé en el llamado Baby Shower. Humo azul si es chico, humo rosa si es chica, globos, confeti, música, baile y cóctel para una legión de parientes (familiares y amigos) que tal vez nunca lleguen a ver al bebé en cuestión y probablemente olviden su nombre.
No habiendo necesidad ninguna de derroche sospecho que ahora todo se piensa, se organiza y se celebra para sacar no solo un rédito económico- toca rentabilizar el gasto y se esperan regalos que lo compensen-, sino también digital, todo ha de quedar precioso en redes sociales, que parezca a que uno se sorprende, se lo pasa genial y todo es perfecto alrededor de su vida. Que nadie pueda sospechar que uno es normal, del montón.
El lujo, el estilo y la clase nada tiene que ver con el derroche, la abundancia y el exceso. Y parecer rico lo único que manifiesta es un complejo inmenso que además le hace a uno ser hortera.
La apariencia importa más de lo que creemos y la vanidad se disfraza de mega celebración, y tras los logotipos falsos de las firmas de lujo, y así la gente acaba celebrando al estilo Giorgina, por todo lo alto; cerrando un parque de atracciones para el cumpleaños de uno de sus hijos, cuando en el fondo la ocasión no desmerece si brilla un poco menos.
Claro que hay que celebrar, brindar, reír, bailar alrededor de dos personas que se aman, dos que esperan una nueva hija o incluso el que un hijo haga su primera Comunión, o su Confirmación – en caso de los protestantes- o su Bar -Bat Mitzvá de los niños y niñas judíos… ¡Por supuesto! Pero volver a celebrar con sencillez, cabeza y mesura no está reñido con la importancia de la fiesta, pues la fiesta es en honor a las personas y a veces parece que eso se perdiera entre tanto detalle, amenity o atracción.
Creo que después de este verano de fiestas, bombas rosas anunciando criaturas y dorados por todos lados voy a mandar imprimir unas camisetas blancas que digan “Make simplicity great again” o “Return to the power of the simple”. ¿No creen?
Almudena González Barreda
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